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Romina Plataroti: fue la primera gimnasta olímpica de Argentina y la bautizaron como la “Comaneci argentina”
Coleccionó medallas en competencias y ganó cinco premios Olimpia; “Fui muy exigente, pero disfruté cada momento”
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A determinadas personas suele ocurrirles que el destino les sirve en bandeja oportunidades para brillar. Para ser únicas. Pioneras. Y lo aprovechan. Romina Plataroti es una de ellas. Casi como un juego, la gimnasia artística se le cruzó por su camino cuando apenas tenía 5 años y ese amor a primera vista la llevó a lugares increíbles y a experiencias de cuento de hadas. Desde ser entrenada por una campeona soviética en Moscú a convertirse en la primera gimnasta argentina en competir en unos Juegos Olímpicos, en Barcelona 92, para luego decidir su retiro en su país, durante los Juegos Panamericanos de Mar del Plata ‘95, y enfocarse en su otra pasión, la psicología, desde la que ayuda a otras personas, sean o no deportistas, a resolver problemas y evolucionar como seres humanos.
Plataroti, hoy de 47 años, comparte sus vivencias deportivas con LA NACION en su consultorio, donde conviven sus títulos universitarios con los de la gimnasia, y los libros de estudio con decenas de medallas. Todo bajo la atenta mirada de cinco premios Olimpia de Plata en una vitrina. Nada menos.
— ¿Creés en el destino?
— Me lo pregunté varias veces. Te diría que, en algunas cosas, sí. Obviamente que determinados acontecimientos o situaciones no solo se dan porque hay un destino marcado, pero me ha pasado de estar en determinados lugares o situaciones que, cuando lo pienso, es impensado. Como algo que vaya a saber quizás si uno vino a este mundo o en este momento a transitar eso. Igual soy muy de cuestionar todo.
— Pero, por ejemplo, ¿qué hubiera sido de tu vida si no hubieras acompañado a tu papá a Ferro para que él juegue al tenis, y decidieras entretenerte viendo a las chicas de Gimnasia?
— Si me pongo a pensar desde ese lugar, eso es destino. Aunque quizás la gimnasia aparecía por otro lado. La verdad que ni siquiera conocía yo lo que era la gimnasia artística, por lo cual no era que le iba a pedir a mi mamá que me lleve. O sea que quizás si no hubiera ido a Ferro ese día que mi papá nos llevó a mi hermana y a mí a hacer cualquier deporte y no hubiera visto, o la profesora no nos hubiera invitado a participar, tal vez hubiera hecho otro deporte, de un modo más recreativo. Quizás sí era el destino y después todo lo que vino también porque jamás en mi familia hubo deportistas de alto rendimiento, más allá de hacer actividad física. Mi mamá hizo danza clásica, mi papá jugaba al tenis. Pero vida de club.
— ¿Pero para vos era un juego?
— Sí. Un juego. A mí me gustaban mucho los desafíos. Aprendía algo y quería más, quería aprender otra cosa. En un momento en Ferro, yo entré en la escuelita y había una entrenadora que ya entrenaba a chicas que competían a nivel metropolitano. Y ella iba a ver a las nenas y veía a ver quién podía llegar a tener condiciones, según ella. Y seleccionó a mi hermana del medio, Luciana. Yo era un poco más chica, pero me sumó para que fuéramos juntas.
— ¿Cómo fue ese inicio?
— Empezamos las dos en el equipo, pero en un momento mi hermana no quiso saber más nada: le tenía mucho miedo a todo. Me acuerdo porque yo sufría por ella. Son personalidades de cada uno: ella era la que inventaba los juegos y yo era la que se mandaba a hacerlos. Ella dejó y yo quise seguir porque me encantaba, me iban saliendo cosas y siempre quería ir por más. Y bueno, ahí empecé a competir.
— ¿A qué edad?
— A nivel metropolitano a los seis, y a hacer gimnasia a los cinco. Era muy chiquita.
— ¿Cómo lo viviste?
— Lo viví como algo normal. Era más una cuestión de disfrutarlo. Nunca pensé que en algún momento iba a ir a unos Juegos Olímpicos o a unos Panamericanos. El foco estaba puesto en querer superarme, hacer cosas nuevas, me gustaba dar vueltas por el aire. Porque aparte en este país nunca nadie había ido a una competencia importante de gimnasia, entonces no tenía referente de decir “¡Ay, ella fue!”.
— En los videos se te ve haciendo piruetas arriesgadas desde muy chiquita, ¿no tenías miedo?
— No. Tenía esa característica. Había cosas que me daban miedo, sí, pero era muy de “Bueno, pero voy a hacerlo igual”, como que lo enfrentaba. Había ejercicios más complejos, o aparatos. Pero era muy desafiante. Pero no me quedaba: iba y lo afrontaba. Insistía hasta lograrlo. Obviamente es una característica, que por lo menos en este deporte me ayudó. Porque sí, es difícil no tener miedo. Miedo uno a veces en la vida misma, ¿no? En la gimnasia hay muchas veces que uno queda como paralizado. Porque el miedo, cuando uno no lo trabaja, te impide seguir avanzando porque empezar a hacer cosas de más dificultad. Es todo un tema el miedo: está muy presente. Porque en la gimnasia la evolución es hacia algo con más riesgo. Entonces si he tenido miedo, pero a la vez tenía esa cuestión de querer ir por más. No me gustaba no hacer algo por miedo. Cerraba los ojos, pero iba para adelante de alguna manera.
— ¿Sentís que perdiste algo de tu época escolar o de tu infancia por la gimnasia?
— Yo tenía un estilo de vida muy naturalizado. Quizás no iba a algún cumpleaños porque tenía que entrenarme, pero si era de alguien cercano podía ir. En mi casa se trató de cuidar mucho también eso. O vacaciones. Eso sí me acuerdo que quizás mi familia o mis hermanas tenían la posibilidad de irse un mes y yo me tenía que volver antes con una amiga porque tenía que entrenarme o por la pretemporada.
— Pero, por ejemplo: ¿te fuiste de viaje de egresados?
— En la primaria no porque me coincidía con un torneo. Creo que una copa panamericana en México. En la secundaria, que la arranqué en el Instituto River y la terminé en el Methas College, sí me fui a Bariloche. Me fui con Paola Suárez, fue muy divertido. La quiero mucho. El año 1994 fue un año muy importante en lo personal. Fue el año previo a los Panamericanos de Mar del Plata. Por esa época fue que empecé a sentir ganas de hacer otras cosas. Quería estudiar, quería trabajar, no existían las becas y empecé a pensar un poco el tema del retiro.
— ¿Costó decidirlo?
— El viaje a Bariloche yo lo quise hacer y estoy contenta de haber tomado esa decisión. Obviamente no me cayó en un torneo, ni nada. Pero quizás en otro momento no estaba tan presente ese deseo de irme de viaje. Si me hubiera tocado en los Juegos de Barcelona seguramente habría ido a los Juegos. Son momentos. Desde los 6 años hasta los 18 que cumplí en Mar del Plata mi vida fue muy dedicada a la gimnasia artística.
— Fueron muchos años.
— Es que yo era muy chica. Hoy la gimnasia cambió mucho y no empiezan a competir de tan chiquitas. O hay categorías juniors y otras que en mi época quizás no existían. Lo que se está tratando es de que haya gimnastas más grandes.
— Simone Biles tiene 27.
— Claro, en mi época era algo impensado. Pero hay muchas más. En la época de Nadia Comaneci, que es más grande que yo, no veías gimnastas de tanta edad. Hoy sí, porque se está tratando de que no se compita tan temprano en la alta competencia.
— Vos en los Juegos competís con 15 años. Hoy no podrías…
— Exacto. Yo en Barcelona compito con 15 años y Nadia en Montreal 76 con 14. En mi época, en el 92, la edad mínima era justo 15, ahora es de 16 y están viendo si no la suben otra vez a 17.
— ¿Cómo fueron tus primeras competencias en el exterior?
— Al principio era todo muy a pulmón y para mi familia era muy difícil, inclusive que viajara yo. No estaba el ENARD, la Secretaría de Deportes no tenía quizás la función que tiene más ahora. Después, quizás sí, en los Juegos Panamericanos, o en los Juegos Olímpicos, quizás te pagaban el pasaje, el alojamiento, pero al comienzo era muy complejo. Incluso hubo un viaje a los 11 años, a Puerto Rico, que mi papá, Daniel, pudo acompañarme por primera vez. Pero él tampoco es que podía estar conmigo, porque yo estaba en el hotel, en el gimnasio, en la competencia. Y además, él es abogado y tenía su trabajo. Y Cecilia, mi mamá, tampoco, porque era ama de casa, con tres hijas: Daniela, Luciana y yo. ¡No sé quién tenía más trabajo eh! (se ríe).
— ¿Qué fue lo más extraño que te tocó vivir como gimnasta?
— Cuando tenía ocho años se hizo un selectivo para acceder a una beca que se hacía para ir a entrenar a la Unión Soviética. Yo entrenaba en GEBA y participé. Cuestión que me clasifiqué y fue todo un tema que me dejaran ir, porque era muy chiquita. Pero finalmente mis papás accedieron y allá fui, con otras gimnastas argentinas y una entrenadora. El otro día buscando unas medallas encontré cartas que yo les mandaba a ellos porque nos dejaban hablar por teléfono una vez allá. Había un régimen muy estricto, no solo de mi entrenadora, sino del régimen comunista que existía entonces. Y cartas de mis hermanas.
— ¿Qué recordás de aquella experiencia?
— ¡Todo! Fue la primera vez que viajé en avión. Aeroflot se llamaba en ese entonces. Hicimos como tres escalas para llegar. Las letras completamente diferentes, allá teníamos traductora porque no entendíamos nada. Yo era la más chica de todas. Me acuerdo de ir a ver el ballet del Bolshoi, ver a Lenin embalsamado, fuimos a la Plaza Roja. ¡Yo no tenía ni idea! Realmente muy loco. Para el momento fue algo muy importante porque Unión Soviética era la cuna de la gimnasia artística junto con Rumania. Me entrenó una atleta que era de la selección soviética, Olga Mostepánova. Inolvidable.
— Poco después das el primer gran impacto.
— En México, sí. Siempre lo destaco porque fue una Copa Panamericana. Y ahí hay otra anécdota: me había clasificado en el selectivo que se hacía acá. Había quedado en primer lugar por lo cual tenía que viajar yo. Pero bueno, esas cosas que pasan a veces en el deporte lamentablemente, en el diario salió publicado el listado de las que viajaban y yo no aparecía. Cuestión que averiguamos y en la Confederación Argentina nos dicen: “No. Romina no puede viajar porque es muy chica”, cuando en realidad no había una cuestión de edad que me impidiera viajar, sino cosas internas que a veces suceden lamentablemente en las federaciones o confederaciones. Cuestión que no me querían dejar viajar.
— ¿Cómo se resolvió?
— Yo, obviamente, quería viajar, me había entrenado un montón, era mi sueño y uno de mis objetivos, ¡y lo había logrado por mérito deportivo! Casi no viajo, pero tanto insistimos que finalmente sí . No fue fácil ¿eh? Algún día escribiré un libro, ¡ja!. Y en ese torneo gané dos medallas de oro en suelo y en viga de equilibrio que, claro, fue muy significativo porque además del orgullo personal, afuera empiezan a decir “Ah, mirá Argentina, empezó a tener buen nivel”. y eso es muy importante en los deportes y en gimnasia. Porque te empiezan a mirar de otra manera.
— ¿De qué otra manera te cambió ese torneo?
— Cuando volví de México lo que hubo fue mucha repercusión en los medios. Llamaba la atención porque no era un deporte muy habitual y se había conseguido ese logro. Entonces quizás se empezó a difundir aunque sea un poquito más la gimnasia y obviamente que el logro más importante fue lo que pude llegar a hacer: había gimnastas norteamericanas y poder estar y haber podido ganar fue muy lindo. Pero también el haber también dado un puntapié como para que se difunda un poco más la actividad también fue valioso para mí. Y para las que vinieron después. Me pasa de cruzarme con gente que me dice: “A partir de vos yo empecé a hacer gimnasia”. Eso me enorgullece.
— Son pioneras.
— Sí, es así. Una se va dando cuenta con el tiempo, con cosas que te van diciendo. Ese fue uno de los torneos internacionales nacionales donde se obtuvo un resultado importante.
— Y justificaste que tenías que viajar vos.
— (Se ríe) ¡Pero claro! Los que no querían que viajara y los que dudaron o no sé qué querían hacer, ahí tienen: dos medallas de oro. Pero esas cosas, lamentablemente pasa en todos los ámbitos. ¿Para qué y por qué? Porque había internas de gente quizás más grande, adultos que terminan quizás afectando obviamente al deportista, en ese caso a una nena que casi no puede viajar. Yo pude hacerlo, pero no fue fácil. Lamentablemente suele pasar que haya internas de adultos, intereses que hacen que lo que menos se cuide es el bienestar del atleta.
— ¿Cuándo nace el Salto Plataroti?
— En gimnasia artística están los acrobáticos y los gimnásticos, los acrobáticos son los que haces más en el aire, quizás el doble mortal y las piruetas. Y los gimnásticos, que son requisitos también, yo siempre digo que es lo más parecido quizás a saltos que se hacen en la danza clásica y que lo ves mucho en viga de equilibrio y en suelo que es con la coreografía y con música. Sobre este gimnástico, que es en suelo, yo estaba entrenando para los Juegos Panamericanos de Cuba y para el Mundial de Indianápolis, en el 91. Practicaba uno que ya existía para ponerlo en la serie y empecé a darle otra vuelta. Yo estaba con una entrenadora de ese momento y empezamos a trabajar un salto que todavía ninguna gimnasta lo había realizado. Y lo tenés que presentar, si no me equivoco, en un Mundial o en unos Juegos Olímpicos para que los jueces digan si va al código o no. Lo presenté en el Mundial de Indianápolis de 1991, que era el clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Barcelona y en el Juego Panamericano de La Habana (Cuba) del mismo año. Y lo aceptaron.
— ¿Por qué tiene tu apellido?
— Porque en gimnasia se les pone el nombre a aquellos ejercicios que quizás nunca nadie antes realizó y obviamente después la Federación Internacional de Gimnasia y los jueces lo evalúan y determinan si es para estar en el código de puntuación o no. Al final lo aceptaron y quedó “el salto Plataroti”.
— ¿Cómo es?
— Es como un salto más similar a quizás a lo que uno puede ver en ballet. Yo lo hacía con una coreografía que tenía la música de un tango de Astor Piazzolla y es una serie de suelo que hice en los Juegos Olímpicos de Barcelona también, así que le tengo mucho cariño porque competí con esa serie en torneos muy significativos.
— ¿Cómo asimila una nena de 13, 14, 15 años el impacto de esos logros deportivos?
— A esa edad no era lo mismo que a los 7 o a los 8. No porque no jugara, o no me divirtiera. Pero ya el haber ido a un Juego Panamericano o ir a un Mundial empezás a buscar otros resultados. Era otro tipo de entrenamiento y una dedicación un poco mayor todavía.
— Pero, ¿cómo te afectó que, de repente, volviste de tu primer torneo importante y en los medios te llaman “la Comaneci Argentina”?
— Me llamaba la atención. Todo me llamaba la atención. Imagínate que llegué de esos logros de esa Copa Panamericana en México y que me invitan a la mesa de Mirtha Legrand, o al programa de Susana Giménez. Pero a la vez lo vivía todo de manera muy natural. Pero me divertía. Ahora miro los vídeos y como que estaba en mi mundo. Quizás no tenía mucha conciencia. Yo creo que eso fue positivo porque no lo tomaba con una dimensión de “Ahora dijeron que voy a ser la Nadia Comaneci de gimnasia entonces tengo que…”. Para nada. Y lo veía como un reconocimiento también. Y también estaba en la vorágine del entrenamiento y de los torneos. No es que estaba tan pendiente.
— Y llega Barcelona 92, adonde vas como la primera gimnasta argentina que compite en unos Juegos Olímpicos, ¿cómo viviste toda esa experiencia?
— Como juego olímpico fue hermoso. Fui a la ceremonia en el estadio y fue muy movilizante. Y recuerdo el disfrute de decir “estoy acá”. Yo me acuerdo que para los de Seúl 88 era chica y había una rusa, Yelena Shushunova, y una rumana, Daniela Silivaș. Tenía los recortes de cuando competían. Miré ese juego olímpico por televisión y me acuerdo cuando estaba en Barcelona se me vino a la mente todo el recorrido que una hizo. Fue un juego olímpico para mí muy emotivo, la canción que había hecho Freddy Mercury poco antes de morir. Y si bien ya había caído el Muro de Berlín, la Unión Soviética compitió como “Equipo Unificado” y ganó todo. Eran imbatibles. Ahora cambió un montón. Estados Unidos domina. Veremos qué pasa en París. Lo más llamativo es Rumania, que fue la cuna de la gimnasta y al día de hoy no se clasificó para París.
— ¿Pudiste intercambiar momentos o vivencias con otros deportistas grosos?
— Sí. La tenista alemana Steffi Graf estaba en la ceremonia de inauguración. Yo la seguía un montón porque jugaba con Gaby Sabatini en aquel momento. Yo no soy de sacarme fotos y ella estaba ahí en la ceremonia y una compañera me alentó a que me saque una foto con Steffi. Y después, muchas con argentinos: con Javier Frana y Christian Miniussi, que ganaron una medalla en tenis, con (Alberto) Luli Mancini. También era la época del primer Dream Team de Estados Unidos. Los vi, pero ellos se alojaban afuera de la Villa.
La performance de Romina Plataroti en Barcelona 92
— ¿Y la Villa Olímpica?
— Era un miniplaneta. Tenías de todo, ibas a comer y había alimentos de todos los países, diversas culturas, vestimentas, nacionalidades, idiomas. A mi edad, 15, todo me llamaba la atención. Había una sala inmensa de entretenimientos y estaba de moda uno de los primeros Nintendo. Y quizás veías a Graf o a gimnastas que yo admiraba jugando al Mario Bros. Y claro, son humanos como todos. También se divierten. También se vive como una cuestión muy del espíritu del país. Esto de estar pendiente cómo le fue a un compatriota en el deporte que sea, o que te esperaran para saber cómo te fue. O de ir a, cuando podías, a alentar a otro deporte, de conocerte. Eso es hermoso.
— ¿Qué significa ser olímpico?
— Es a lo máximo que uno puede aspirar en cuanto a participar de una competencia. Porque bueno, los Juegos Olímpicos, por lo menos en mi deporte, es lo máximo. Después obviamente uno quisiera más. Si hubiera seguido, quizás los Juegos siguiente, en Atlanta, me hubiera gustado acercarme a tal puesto. Haber conocido el evento más importante del mundo a nivel deportivo y ese juego que yo participé fue hermoso. Fue muy emocionante, muy lindo todo, mucha mezcla cultural. Inolvidable.
— ¿Qué otros torneos recordás con cariño?
— En los Juegos Panamericanos de Cuba haber obtenido la medalla de bronce en All Around fue muy significativo. Y después la Copa Panamericana en México o los Iberoamericanos. Por ejemplo: en el 94, en un Iberoamericano que había mucho nivel porque también competían chicas de España y Portugal, pude ganar la medalla de oro en barras paralelas asimétricas, que a mí me costaban un montón y para mí fue muy significativo. No es uno de los torneos que más se nombra, pero personalmente yo lo recuerdo como algo de mucha satisfacción. Y así hubo varios torneos que tuvieron sus cuestiones o desafíos, hacer ejercicios nuevos en determinados torneos.
— ¿Cómo viviste la previa al retiro?
— El 94 fue un año importante. Ahí me replanteé lo satisfecha que estaba con todo el recorrido que había tenido. Lamentablemente sabía que de la gimnasia no iba a poder vivir y empecé a cuestionarme un montón de cosas. Por suerte siempre digo que pude decidor hasta dónde llegar y retirarme. Que a veces lamentablemente no pasa y, hoy trabajando también desde el rol de como psicóloga con algunos deportistas, a veces por lesiones o por diferentes situaciones se da un retiró más forzado. Agradezco haber podido decir “bueno es hasta acá” y elegirlo y lo tengo muy presente como una etapa muy importante en mi vida, pero bueno después empezó otra.
— ¿Y cómo te sentiste en ese último Panamericano?
— Mar del Plata fue una mezcla de emociones. Yo ya tenía muy claro que iba a ser el último torneo. Me preparé bien, pero obviamente jugó un poco la emoción. Sobre todo, el último día que yo sabía que era la última vez que quizás iba a participar en cada aparato en un torneo. Hubo una mezcla de emociones que estuvo muy presente.
— ¿Cómo lo transitaste?
— En aquel momento hablar de la psicología en el deporte no estaba tan desarrollado en el país. Era más bien un tabú. Hoy, viéndolo quizás también como profesional, hubiera estado bueno poder hablarlo más para gestionar determinadas emociones que aparecían en ese momento y uno hacía lo que podía con lo que podía. ¡No porque no haya sido un lindo torneo eh! Fue muy gratificante, ganamos una medalla de bronce por equipos. Y fue una decisión muy personal, porque muchos me decían que siguiera un poquito más, que se venía el Mundial y después los Juegos de Atlanta. Y yo sentía que era hasta ese momento. Recuerdo que estaba haciendo la serie de suelo y de conectarme mucho con el movimiento y decir “lo estoy disfrutando y es acá” y eso, si bien te vuelvo a repetir, fue difícil el último día porque bueno, había una mezcla de emociones y de sentimientos. Quizás, de haber tenido un acompañamiento psicológico me hubiera permitido de otra manera o con otras herramientas.
— ¿Por qué?
— Siento que podría haber sido de otra manera. Estaba dándole un cierre a una actividad que había hecho desde los 6 a los 18 años, que cumplí justo en los Juegos Panamericanos. Yo cumplo el 9 de marzo y cumplí la mayoría de edad en Mar del Plata. Me cantaron el feliz cumpleaños. No era poca cosa. Entonces me di cuenta, quizás, en ese momento, “Ah... Es la última vez que voy a estar...” que, si bien lo estaba decidiendo, no deja de generar emoción cuando llega el día.
— ¿Costó cambiar la rutina?
— Bastante. Y es algo que trabajo mucho también con algunos deportistas que están por retirarse o que se han retirado. Lo mejor que uno puede hacer es que sea lo más paulatino posible porque sino es muy abrupto. Incluso a mí me pasó de pasar del “¡Qué bueno! Me puedo despertar a cualquier hora” a decir “¿Qué hago?” y fue todo un proceso hasta sentirme cómoda en otro estilo de vida. No porque me arrepintiera de la decisión que había tomado, pero sí de volver a encontrarme.
— ¿Te pasa con tus pacientes?
— Es lógico y muchas veces uno escucha a deportistas que se han retirado y les cuesta acomodarse. Yo deje a los 18, pero hay quizás deportistas que dejan a los 30 y pico y quizás dicen “No sé hacer otra cosa”. Y no es así. Claro que sabés hacer muchas cosas. Lo que pasa es que quizás no tuviste tanto tiempo para poder desarrollarte en otros ámbitos. Por eso una temática que yo trato y doy muchas charlas desde el lado de la psicología está vinculado por el retiro. Porque es un proceso difícil, donde no siempre es tan fácil. Es importante que sepan que existe un espacio para poder trabajar todo eso que en otro momento era “arréglate como puedas”. Hoy se está hablando mucho, por suerte, muchísimo más de la salud mental y no solo a nivel deportivo. Pedir ayuda y saber que a veces, si bien no es fácil, se puede salir de determinadas situaciones complejas. Escribí varios artículos sobre eso, como esa persona que se jubila, cansado de su trabajo, y después no sabe qué hacer las 24 horas en su casa. La cuestión de sentirse activo.
— ¿Te gusta escribir?
— Si, tengo mi página. A veces, por falta de tiempo, no escribo todo lo que quisiera. Tengo ganas de, en algún momento, quizás publicar algo. Me encantaría.
— ¿Cuándo comienza tu acercamiento a la psicología?
— En cuarto año tuve la materia psicología y me empezó a interesar mucho todo lo que tiene que ver con la conducta humana, mucho de preguntarme algunas cuestiones. Me encanta la psicología. Es más: atiendo pacientes que no tienen nada que ver con lo deportivo. Después, durante la carrera está la materia optativa psicología del deporte. La hice y sentí que podía ayudar a acompañar al deportista desde ese lugar. Entonces empecé a especializarme, hacer el posgrado y seguir formándome más en lo que es la especialización de psicología del deporte.
— ¿Hay algunos asuntos recurrentes?
— Si bien cada persona es diferente, hay temáticas recurrentes en el mundo del deporte y ciertas creencias rígidas e instaladas que muchas veces afectan el desempeño de ese deportista y la conexión con la actividad. Ejemplo: deportistas que tienen esta creencia de que en determinada cancha nunca les fue bien o en determinado país y van a competir con esa idea. Entonces se trabaja un poco sobre eso. También existe el miedo al éxito. Se trabaja mucho el “¿qué pasaría si sos número uno?”, un escenario en donde obviamente van a estar todas las miradas en vos, se acercarán los medios. Gestión de presiones, temores, nervios, etc. Si bien hay temas recurrentes a cada uno se le juegan cosas diferentes y una como profesional las aborda teniendo presente la individualidad, subjetividad de esa persona.
— ¿Cómo viviste lo que le pasó a Simone Biles en Tokio?
— No me llamó la atención. Decir que le pasaba algo le puede pasar a ella y a cualquiera. Es humana, y en gimnasia lo que ella mencionó, una de las cosas que le sucedió que era con las piruetas, que se perdía, bueno, es algo que a veces pasa en las gimnasias. Es algo más técnico, pero también yo creo que quizás puede ser que le hayan sucedido otras cosas también. Ella venía de aquel hecho lamentable de los abusos en la Gimnasia de Estados Unidos. Yo no sé qué habrá sucedido en su caso, pero fue muy fuerte eso. Lo que sí rescató mucho es que ella pudo cuidarse y decir “hasta acá”, cuando todos decían “Pero, ¿cómo? Si se supone que tiene que estar preparado un deportista de alto rendimiento”, y no, no somos robots, no son robots. y ella en lugar de decir “me duele la rodilla”, dijo “no estoy emocionalmente bien”.
— Al mismo tiempo, lo dijo Simone Biles
— Por supuesto. Sabía lo importante que es para la gimnasia y que después de lo que había sucedido en Estados Unidos no iban a decirle mucho. Fue muy importante que lo haya podido hablar porque creo que revolucionó mucho unos Juegos que ya venían marcados por la pandemia y se mezclaron muchas cosas. Y Delfina (Pignatiello) salió a hablar también desde su lugar, Naomi Osaka también. Entonces fue un juego olímpico donde la salud mental ocupó un lugar de mucha importancia.
— ¿Por qué pensás que fue algo que hicieron público más las mujeres que los hombres?
— Lamentablemente, así como hay estigmas o cuestiones (inclusive hay de la psicología y no solo en el deporte) esto de expresar las emociones de llorar, en el hombre se juegan también esos mandatos del pasado que aún quedan. Estas cuestiones de “no, como va a llorar un hombre, tiene que ser fuerte, no puede ser débil” y todas esas cosas en el hombre se juegan mucho. Se me viene a la cabeza Michael Phelps, el nadador estadounidense. Quizás algún futbolista o un futbolista que se haya retirado y lo menciona. Pero creo que es porque también está esta cuestión en el hombre de que se cuidan más también esto de “Vamos, a seguir, no llores”, le pasan cosas.
— ¿A vos te incomodó algún trato que tuviste en tu carrera?
— Tuve entrenadores y entrenadoras que, con los ojos de adulta creo que pedagógicamente no tenían las mejores formas de corregir o, entre comillas, intentar alentarte o motivarte. Gracias a Dios no tuve ninguna situación como de agresión física, ni hablar en lo sexual como fue lo del caso de Estados Unidos. Pero si en cuanto a mensajes que no son buenos, que no fueron positivos y que, si bien yo seguía, obviamente que quizás me generaban angustia o en lugar de ayudarme a potenciarme, me enojaban o me hacían sentir mal. Ojo que también tuve entrenadores que nada que ver y me ayudaron mucho.
— ¿Eso en la actualidad cambió?
— En la actualidad yo trabajo con deportistas y con entrenadores, y veo que muchas cosas se repiten en diferentes deportes. Es muy importante el respeto y el saber con quién uno está trabajando. Yo creo que el respeto en todas las edades, por supuesto, es fundamental, pero cuando uno está en una edad de formación hay determinados mensajes o determinadas maneras de decir las cosas que pueden ser muy, muy duras para un niño o una niña. Entonces yo soy muy de la formación también en el entrenador. Pero no desde un lugar de juzgar. Obviamente que si hay entrenadores que le marcas algunas cuestiones y ves a la nena o al nene que está llorando, angustiado y no hacen nada para modificarlo, producir un cambio positivo para el bien de ese joven, es como decir “Bueno, dedicate otra cosa. Si querés que gane una medalla subite vos al aparato”. No está bueno que alguien llore y que la pase mal. Porque pasa que muchos chicos dejan el deporte por algo ajeno al deporte en sí, que es ese vínculo feo con el entrenador o la entrenadora. Y no está bueno, no hace bien. Pero después hay entrenadores que sin más receptivos y se dan cuenta de algunas actitudes y las van modificando. Con los papás también se trabaja mucho, porque lamentablemente cuando uno es más chico estás más vulnerable y dependés más del adulto que te acompañe, que te cuide. Entonces, cuando uno nota algo que no es saludable lo intenta trabajar. A veces se puede y en otras, si no hay apertura o no hay ganas de la otra parte es muy difícil.
— ¿Qué consejo le daría la Romina psicóloga a la Romina gimnasta?
— A ver… (piensa). Pasa que yo era muy chica, y hubo determinadas entrenadoras o entrenadores que decían las cosas de una manera que quizás les hubiera dicho “Pero escuchame, no es tan fácil. Yo tengo ganas de hacerlo también. Si no me sale habrá algo de vos que también tenés que enseñarme”. Porque eso pasaba esto de que me dijeran “no te sale”. “Bueno, pero sola no aprendo”, también es una cuestión de que se haga responsable de su parte. Si me está enseñando bien la técnica, ver qué otra cosa pasa para que no salga ese ejercicio”. Porque a veces pasó esto de depositar mucho solo en el deportista y cuando la medalla estaba, estaba todo bien, ahora cuando no estaba o uno se caía, “¿qué hiciste?” No, a ver, pará. Somos un equipo, más allá de no ser un deporte que si bien en algunas competencias se compite en equipo, es individual, estás vos y el aparato. Nadie más.
— ¿Eras exigente? ¿Te enojabas si no venía el resultado?
— Muy exigente. Y sí, me enojaba no por el resultado en sí solamente sino por cosas que a veces no salían. Nada grave, pero hoy le diría a esa Romina que todo formó parte de la evolución. Que, si algo no salió un día, seguramente saldría al día siguiente. Claro que cuando uno va creciendo va teniendo otra madurez, otros aprendizajes. Pero era muy exigente y también en algún punto hay que medir esa exigencia porque también ayuda, y me ayudó, a superar un montón de cosas. Sí le diría a esa Romina que tuviera más paciencia. No porque haya hecho nada terrible, sino para transitar mejor aquellos momentos donde las cosas no salían como una planeaba.
— Pero, ¿eso es posible en el alto rendimiento?
— Es difícil porque a nadie en el deporte de alto rendimiento le gusta cuando las cosas no salen. Pero bueno, era muy chica, entonces quizás hablar, si bien me hablaban y me decían “bueno Romina está bien, no pasa nada”, yo quizás me lamentaba porque podría haber salido mejor. Si bien me enfocaba mucho en mi rendimiento y lo que podría haber salido mejor, en deporte y en competencia, además, las otras participantes también buscan lo mismo que vos y pueden hacer las cosas mejor que vos. Todos quieren ganar, todos se han entrenado. Hay que saber convivir con eso también.
— ¿En algún momento dejaste de disfrutar por estar enfocada en buscar un resultado?
— No, no, no. Yo disfruté cada momento. Incluso esa parte de enojo, porque forma parte de la alta competencia y son cosas que me permitieron seguir superándome. Yo sabía que tenía que tener determinado compromiso y disciplina para lograr determinadas cosas. A veces sí esto de saber que hay cosas que cuestan más o cosas que quizás a veces no salen, de entender que no pasa nada. Que también son parte de la vida: los tropezones, las cosas que no nos salen.
— En las fotos compitiendo se te ve muy seria, ¿disfrutabas?
— Si, absolutamente. Esa seriedad era algo más vinculado a la concentración. Yo cuando competía me abstraía para enfocarme en lo que tenía que hacer, para hacerlo lo mejor posible. Pero pasaba por ahí. No era que la estuviera pasando mal para nada.
— ¿Cuál es tu vínculo hoy con la gimnasia?
— A veces cuando voy a un gimnasio porque me invitan para dar una charla o a las galas que hacen a fin de año y estoy en contacto con los aparatos, sí, me subo. O miro videos que tengo.
— ¿Y qué sentís cuando te ves?
— Me parece otra vida cuando me veo. Y a la vez no, porque me acuerdo mucho de esos momentos. Y a la vez pasaron muchos años y me digo: qué etapa también interesante en mi vida y cuántas cosas pude vivir. Ir con ocho años a la Unión Soviética, ¡que es un país que no existe más! Y una etapa a la que le dediqué mucho y que también tuve muchas satisfacciones, y no siempre a veces sucede. Le dediqué mucho pero también tuve muchas experiencias gratificantes, entonces es una etapa muy importante en mi vida.
— ¿Qué otra actividad ocupa ahora tu costado deportivo?
— A mí me encanta la playa y el mar. Uno de mis lugares en el mundo es el mar. Amo estar en el mar. Disfruto, me da placer, me transmite paz. Cada vez que tengo la posibilidad de viajar siempre me acerco al mar. Hace unos años fui a Costa Rica y el tema del surf era algo que me venía llamando la atención y allá suele hacerse bastante. Tengo un primo que está muy involucrado con el surf, le pregunté, me dio algunas sugerencias de playas y lugares. Y ese fue el primer contacto con una tabla, con las olas en relación al surf. Con determinada técnica, con empezar a saber remar, a pararme. Y de a poquito esto de domar las olas lo sigo entrenando. Porque no vivo en una ciudad con mar y, como todo, eso lleva mucha práctica. Hace poco tuve la posibilidad de irme a Brasil y siempre que me voy a alguna playa lo intento practicar. Y la sensación que me da es de disfrute. Amo el mar, y en cuanto a esto de surfear y poder ir domando las olas de a poquito también hay una cuestión de desafío. No en el sentido de que me enoje si no me sale algo. Es de disfrute total. Lo hago más como un hobbie. Así lo siento hoy. Obviamente que cuando estoy ahí y agarro una ola, me encanta. Hay días que entrás y no agarrás ni una ola y te frustra, pero me lo tomo muy tranquila. No compito en surf, no es la idea. Es algo que encontré hace poco y que lo disfruto mucho.
— ¿Y ese espíritu de competencia sigue estando? ¿Querés ganar a todo?
— Ahora estoy más tranquila. (Hace un silencio y se tienta). No, no. Ahora estoy más tranquila. Todo más relajado.
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