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Una derrota olímpica: el Futsal argentino no entendió el espíritu de los Juegos
Terminaron los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018. Dejaron miles de imágenes, de hermosos mensajes, de ejemplos de superación. Alegrías, tristezas, orgullo, vivencias. Inolvidables para chicos de entre 14 y 18 años e inolvidables también para el numeroso público, un millón de personas que atestó los escenarios de competencias y disfrutó como quizá nunca lo imaginó.
El Futsal, variedad del deporte más popular de la Argentina, cerró su actuación con un dolor inmenso. Fuera de las medallas. Es un resultado, no más que eso. Lo peor, en todo caso, es haber estado apartado del espíritu olímpico en cuanto a comportamiento, a gestos. Después de perder en la semifinal con Brasil, quedaba el estímulo de ir por el bronce. Frente a Egipto, el equipo contra el que debutó y al que le empató en los últimos 30 segundos (2-2) después de estar 2-0 abajo. Rápidamente se puso 3-0 arriba y parecía encaminado hacia un cierre de actuación gratificante. Nada de ello ocurrió. Y no solamente porque le tocó perder 5-4 un partido increíble, que en rigor no debió perder por merecimientos.
Los egipcios festejaron largamente. Con su estilo. Besando el piso de la cancha montada en Tecnópolis. Con abrazos, saltos, gritos. O haciendo volar a su entrenador como reconocimiento y sacándose selfies con algunos compatriotas de las tribunas. En la cancha no se encontraba un consagrado como Mo Salah, sino chicos que estaban experimentando una sensación indescriptible. Llamó la atención que ninguno de los jugadores argentinos, shockeados por la derrota, los haya saludado. El arquero egipcio hasta debió interponerse para anular algún intento de agresividad. Ni siquiera es excusa que hayan quedado resabios de aquel 2-2 de la apertura por algún festejo de gol desmedido. Los argentinos se fueron por un costado, sin mirar a los rivales.
Puede entenderse la desilusión, no la reacción. Mucho menos puede comprenderse qué les sucedió a los integrantes del cuerpo técnico de la Argentina: si los jóvenes no reaccionan debidamente porque son adolescentes que todavía no procesan determinados códigos del deporte, desde afuera debe venir la sugerencia madura. Hay miles de imágenes del fútbol profesional mismo al respecto. Como aquella de la Copa América 2004 en Perú, cuando Marcelo Bielsa instó al plantel que acababa de perder una final increíble a quedarse dentro de la cancha viendo la premiación de Brasil. Eso también es el deporte.
El día anterior a este partido de Futsal, el seleccionado argentino de básquetbol 3x3 había logrado la medalla dorada, en Puerto Madero. Minutos después del festejo, Fausto Ruesga, Marco Giordano, Juan Esteban de la Fuente y Juan Hierrezuelo, Los Inconscientes más conscientes de lo que es el olimpismo, interrumpieron su momento de euforia al advertir que los belgas, sus vencidos en la definición, lloraban desconsoladamente. Y salieron al rescate. Un abrazo, una palmada, una palabra de apoyo. ¡Enormes campeones! Cuando Iñaki Iriartes Mazza alcanzó el primer puesto por equipos de BMX Freestyle junto con Agustina Roth, su adversario hasta minutos antes, el alemán Evan Brandes, le levantó el brazo y compartió su alegría. Cuentan que en ese deporte no se festejan los errores ajenos, sino que brota felicidad ante un acierto sobre la bici, sea de quien fuere. Escenas semejantes se vieron en varias de las competencias. Todos quieren ganar, sí, pero muchos entienden a la vez lo importante que es saber perder.
La euforia del público argentino, como se vio en el beach handball, en el básquet 3 x 3, en el rugby, por citar ejemplos, transitó invariablemente por el respeto. La perla negra se dio en la semifinal de Futsal con Brasil, cuando en forma de aliento bajó desde las tribunas pobladas por 6500 personas un nada folclórico estribillo de "a estos putos les tenemos que ganar". Minutos antes también se filtraron silbidos para el himno brasileño. Es cierto que el pasado reciente no guarda buenos recuerdos entre ambos países a la hora de la confrontación deportiva, desde el "Brasil decime qué se siente" del Mundial 2014 a la constante agresión verbal del público carioca para todo atleta argentino durante los Juegos Olímpicos de Río 2016. Pero que la propia gente que concurre a ver competir a adolescentes les baje un mensaje de ese tenor no es el mejor ejemplo. Ni para los visitantes ni para los propios jugadores de nuestro seleccionado.
El fútbol argentino atraviesa por momentos difíciles. De organización, de estructura, dirigencial. El seleccionado mayor viene de una gran frustración en Rusia 2018 y el juvenil necesita reinventarse como en la era Pekerman para reflotar tiempos gloriosos. El Futsal se quedó sin lugar en el podio de Buenos Aires 2018, pero su peor derrota fue no haber interpretado lo que es el espíritu deportivo.
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