Potencia en futsal: la selección argentina se consolida con su tercera semifinal mundialista

“Llegar no es fácil, pero lo verdaderamente difícil es mantenerse”. La sentencia, tan vieja como conocida, reconoce múltiples casos de ascensos veloces y caídas igual de vertiginosas que confirman su certeza, pero también unos cuantos episodios que demuestran que ni mucho menos se trata de una verdad absoluta. La vigencia que en los últimos años viene demostrando la versión masculina de la selección argentina de futsal se inscribe en este último grupo. Por sus comienzos titubeantes, y porque por tercera vez consecutiva ha logrado situarse en las semifinales de un Mundial, una continuidad suficiente como para abandonar cualquier apelativo a la casualidad y comenzar a hablar de una potencia a nivel planetario.

En esta ocasión fue un estridente 6-1 sobre Kazajistán, más rotundo en la chapa que en el desarrollo del encuentro, el que depositó al equipo que conduce Matías Lucuix entre los cuatro que se disputarán el título en Uzbekistán. Antes de definir si vuelve a subirse al podio, tal como hizo en Colombia 2016, donde fue campeón; y en Lituania 2021, cuando cayó ante Portugal en el partido final, se enfrentará el jueves a Francia. Pero, cualquiera sea el puesto que termine ocupando, el conjunto argentino ya habrá aprobado con muy buena nota su examen de permanencia en la élite.

El caso del futsal en nuestro país resulta llamativo. Heredero de los otrora baby y papi fútbol que se jugaban en cualquier agrupación social de barrio, pueblo o ciudad que contara con un gimnasio y dos arcos; descendiente directo del fútbol de salón que todavía hoy mantiene su arraigo en numerosas provincias, así como su organización y torneos a nivel nacional; y durante mucho tiempo mirado con cierto desdén por los clubes profesionales, el futsal que la AFA se vio casi obligada a promover por decisión de la FIFA fue superando obstáculos sin más apoyo que el fervor de algunos dirigentes que vieron en ese juego una posibilidad de sumar jóvenes a la vida social y deportiva de los clubes. Como siempre ocurre, los grandes triunfos se encargaron de escalar los peldaños restantes hasta alcanzar la consideración general.

La Copa América 2015 obtenida en Ecuador luego de superar por penales a Brasil en semifinales y a Paraguay en el partido decisivo fue el toque de corneta para iniciar una etapa a la que nadie se atreve a ponerle techo. “Es una época dorada”, resume Pablo Taborda, capitán de la selección que a sus 38 años está disputando su cuarto -y asegura que último- Mundial. En poco más de tres décadas, el futsal pasó de ser una quimera a contar con 96 clubes repartidos en cinco categorías con sus respectivas divisiones inferiores, más de 13.000 jugadores federados (sólo a nivel masculino), televisión en directo, una profesionalización progresiva, y casi medio centenar de futbolistas repartidos entre las principales ligas europeas.

En ese contexto, la selección es la joya que marca el camino. De la mano de Diego Giustozzi, el combinado nacional comenzó a enhebrar estrellas y, mejor aún, a formar un grupo que, al estilo del once de Scaloni, conjuga la amistad con el trabajo, mantiene la cohesión en la búsqueda de objetivos e incorpora con naturalidad a los jóvenes que se van sumando.

Lucas Bolo Alemany, Sebastián Corso y Constantino Vaporaki estuvieron en aquel plantel que dio el primer paso en Ecuador. Al año siguiente en Colombia, se integraron Taborda, el arquero Nicolás Sarmiento, el goleador Alan Brandi, Cristian Borruto y Damián Stazzone, quien ya retirado es hoy el ayudante de Lucuix. Todos ellos afrontarán el partido frente a los galos. El propio técnico, a quien una lesión durante el Mundial 2012 lo apartó de las pistas, se sumó como ayudante de Giustozzi en 2016 para quedar a cargo del equipo dos años más tarde.

La continuidad garantiza un hilo conductor y transmite esa mística insondable necesaria para no perder la calma cuando los partidos se complican más de la cuenta. Francia, el adversario en semifinales es, en ese sentido, el polo opuesto. Los Bleus están haciendo su debut en una Copa del Mundo y su aparición en semifinales es toda una sorpresa, aunque responde a un plan perfectamente estructurado por la Federación gala de Fútbol.

“Nuestro objetivo es superar la fase de clasificación para competir en la Copa Mundial de 2024, y para respaldar este esfuerzo de élite estamos estableciendo un programa de formación integral”, decía en agosto del año pasado Philippe Diallo, presidente de la FFF. Una inversión de 18,4 millones de euros en 4 años acompaña el crecimiento y apoya a casi 40.000 jugadoras y jugadores federados en 1.582 clubes.

Como ocurre con el fútbol grande, la selección francesa es un compendio de las razas y religiones que pueblan el país. Sid Belhaj, Ayoub Saadaoui, Soheil Mouhoudine o Abdessamad Mohammed aportan los nombres y apellidos magrebíes; Arthur Tchaptchet, Mamadou Touré o Francis Lokoka, el toque del África subsahariana; y Kevin Ramírez y Nicolás Menéndez, las dosis latinas.

En un campeonato que registró las despedidas prematuras de dos potencias -España y Portugal- y la ausencia de una tercera -Italia-, Francia irrumpió entre los mejores de manera imprevista. Lo hizo con polémica incluida. En el último partido de la fase de grupos y con el pase a octavos asegurado, el equipo dirigido por Raphaël Reyanud tuvo un rendimiento “extraño” durante la derrota 4-1 ante Irán. El tropiezo garantizaba evitar a Brasil en cuartos de final y el comité organizador decidió iniciar una investigación que todavía está en curso.

Mientras Brasil y Ucrania irán por el otro lado de la llave, Argentina y Francia reeditarán el jueves en futsal el duelo que quedó planteado en la final de Qatar y continuó en los cuartos de final de los Juegos Olímpicos de París. Esta vez, a diferencia de los casos anteriores, por experiencia, jerarquía y calidad individual, hay un favorito claro y viste de celeste y blanco. Pero aunque sea tan táctico como el básquet, el futsal también es fútbol, y como todo partido, este también habrá que jugarlo para saber si toca festejar o lamentarse.

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