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Futsal FIFA: ni baby fútbol, ni fútbol de salón, ni fútbol 5... Los secretos de un deporte con rasgos propios y talento argentino
La selección nacional, igual que cuando conquistó el Mundial cinco años atrás, despertó la atracción de los espectadores ahora que se clasificó a una nueva final
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La escena transcurre en un pequeño restaurante del conurbano donde suelen acudir a almorzar los obreros de los talleres y fábricas vecinas. Es miércoles al mediodía y casi todos los comensales son hombres. El televisor sintoniza uno de esos canales musicales que sin sonido carecen de mucho sentido. Nadie lo mira. Hasta que alguien se acerca y le pide a la camarera si puede poner la Televisión Pública. La selección argentina de Futsal FIFA acaba de comenzar su choque ante Brasil por la semifinal del Mundial de Lituania y automáticamente todos los ojos se clavan en la pantalla. ¿Qué están televisando?
El partido concita la atención, pero no tanto. Es fútbol, pero no el que canaliza la pasión de las masas. Se suceden las preguntas de unos a otros. Solo un par de muchachos parecen enterados. Incluso uno de ellos a atreve a explicarles algunas cuestiones reglamentarias a sus compañeros. Argentina es el campeón del mundo vigente gracias al título conquistado en Colombia hace cinco años y el domingo intentará repetir la conquista frente a Portugal, pero pese al crecimiento exponencial que ha tenido la actividad en este tiempo todavía no ha calado a fondo en el sentimiento popular. Ni siquiera se gritan los dos goles argentinos. Cuando termina el primer tiempo cada cual vuelve a su actividad. Parece fácil adivinar que se olvidarán del partido cinco minutos después.
Hijo (o mejor dicho, nieto) del viejo baby-fútbol, el único deporte de equipo en el que Argentina ostenta el máximo galardón del planeta, y por partida doble (también es campeón mundial del “primo-hermano” fútbol de salón, título obtenido en Montecarlo, Misiones, en 2019) , el futsal continúa siendo un ilustre desconocido, muchas veces confundido con el fútbol-5 que se practica a diario en las miles de canchitas de césped sintético repartidas por todo el territorio nacional. Por supuesto, las diferencias entre ambos son abismales, y no solo por la calidad y el estado atlético de quienes se ponen los pantalones cortos.
El juego que desde 1986 controla, organiza y dirige la AFA bajo la supervisión general de la FIFA es incluso muy distinto al “grande” que todos conocemos, el de once contra once, un deporte con rasgos propios, reglamentarios, tácticos y de técnica individual de quienes lo practican, más allá de algunas cuestiones que les son comunes. También lo es respecto al fútbol de salón que organiza la CAFS y al que responden miles de clubes, sobre todo del Interior del país. De hecho, las entidades que se pasaron de una federación a otra tuvieron que adaptar incluso las medidas de las pistas de juego -algo más amplias en el de FIFA- para poder competir en los torneos oficiales.
El primer error es creer que se trata del juego donde lucen Messi, Di María y compañía pero en una superficie reducida. No es así. La habilidad de un gambeteador que se destaca en los 105x70 metros de una cancha de césped puede servir en el picado con los amigos, pero tiene poca cabida en la élite del futsal, donde mandan el juego de primera, la pisada, el control y pase, y donde la táctica y la mecanización de movimientos gobiernan los partidos.
Si algo caracteriza los entrenamientos de futsal es el aprendizaje y la repetición de acciones colectivas. En ese sentido, los dos goles de Argentina a Brasil llevan la inconfundible señal del trabajo previo. En el primero, Constantino Vaporaki cumple con una ley sagrada del juego: buscar en el segundo palo el posible pase del compañero que ataca con la pelota por el otro lado. Ahí estaba el número 10 junto al poste izquierdo del arquero brasileño para desviar con la punta de la zapatilla el disparo cruzado de Cristian Borruto.
El segundo es la típica acción ensayada hasta el cansancio en las sesiones preparatorias. El arquero Nicolás Sarmiento le deja la pelota corta al cierre (en este caso, Maxi Rescia), que toca en horizontal a su derecha y comienza la carrera en diagonal hacia esa misma banda. Mientras tanto, quien recibe (Bolo Alemany) cambia el balón en horizontal hacia la izquierda, donde baja a recibirlo un compañero necesariamente diestro y de buena pegada (Vaporacki), que de primera y casi sin pensar cruza el pase por alto a la carrera de quien empezó la maniobra. La pelota cae justa a espaldas del defensor brasileño, Rescia la mete al medio a la carrera, sin pararla, por donde entra Borruto, se anticipa, la empuja a tres pasos del arco y sale festejando. Desde que Sarmiento soltó la pelota hasta que besó la red brasileña han pasado seis segundos. Puro futsal.
La intensidad en la presión defensiva en toda la pista, el intercambio constante de roles o el remate de puntín son otras de las cualidades distintivas del juego, al margen de aspectos reglamentarios como los dos tiempos de 20 minutos, “a reloj parado” como en básquet; la ejecución de saques de banda y corners con el pie o los lanzamientos de “doble penal” sin barrera después de la quinta falta de equipo en cada tiempo. En el primer nivel se añade otra cuestión fundamental: el grado de concentración. La rotación permanente de jugadores para sostener el esfuerzo físico exige al mismo tiempo un alto rendimiento mental porque cualquier flaqueza puede costar un gol. Portugal ganaba 1-0 la segunda semifinal del Mundial y una distracción a 30 segundos de la chicharra le costó el empate y casi quedarse fuera de la final del domingo. Kazakhstán se puso 2-1 en el alargue, y los lusos solo lograron el 2-2 que los llevó a los penales y la victoria a un minuto del cierre.
El fútbol grande derivó en el baby y este parió el fútbol de salón en los años 30. La FIFA se apoderó del invento en los 80 y lo expandió por la Argentina y el mundo. El ansia de jugar sea cual sea la edad y la condición multiplicó hasta el infinito las canchitas de fútbol-5 donde millones de aficionados despuntan el vicio. Todo es fútbol, todo es pasión, grito de gol y puños apretados. Ninguno es igual al otro, y sin embargo, tienen un punto en común: la garantía de que un equipo vestido con la celeste y blanca de Argentina será siempre difícil, muy difícil de batir.
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