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Ya va cerrándose esa brecha entre jugadores bohemios y jugadores proactivos: hay que aprender cada día
Un día de hace algunos años me llamó por teléfono Patito Rodríguez, aquel 10 habilidoso y atrevido que surgió en Independiente.Quería tomar un café conmigo. Era un jugador en el que, por sus características, de alguna manera me veía identificado.Nos juntamos a charlar. Desconozco si a él le sirvió para algo aquel café, pero a mí me hizo reflexionar sobre la soledad que muchas veces sufre un futbolista que tiene afán por evolucionar.
Nadie, o muy poca gente, se detiene a mirar el juego desde el punto de vista del futbolista. Es llamativo, porque los jugadores son el ADN de todo equipo. Sin embargo, el trabajo cotidiano de aprendizaje en los entrenamientos suele ser desestimado en pos de la urgencia por ganar el siguiente partido.
Es cierto: no todos los futbolistas poseen un mismo interés en absorber conocimientos sobre el juego, pero aquél que sí siente ganas de crecer necesita quien lo guíe y lo provea de los recursos para lograrlo, y cuando no lo encuentra puede sentirse incomprendido. Peor aun, es probable que la carrera vaya pasándolo por encima sin que él vaya adquiriendo los conceptos, los saberes y las habilidades que precisa para mejorar.
Soy de los que creen que un futbolista siempre está en construcción, que no es posible completar una carrera solo con lo que uno trae desde las inferiores. Muchas veces, los aprendizajes van incorporándose de manera inconsciente, intuitiva, con la experiencia que brinda el propio juego. Pongo un ejemplo personal. Mi tendencia natural era ir por la izquierda y enganchar hacia adentro. El primer año los defensores pasaban de largo con ese recurso, pero en el segundo ya me conocían: el jugador que se enfrentaba conmigo sabía que iba a hacer eso, y además me duplicaban la marca. Entonces empecé a perfeccionar la zurda por mi cuenta, para poder salir también por afuera. Pero que no se malentienda: si bien para mejorar ciertas cuestiones no es indispensable contar con un gran entrenador, con él se ve más claros estos caminos y se puede anticiparlos.
En mi época, los jugadores nos dividíamos entre los más silvestres y bohemios, por lo general los más creativos, y los que le garantizaban al equipo (y al director técnico) el orden y la concentración de mitad de cancha hacia atrás. Puedo estar equivocado, pero creo que hasta teníamos perfiles psicológicos y emocionales distintos. Nosotros éramos más díscolos, ellos estaban siempre más atentos a los detalles.
La diferencia se trasladaba al día por día. Nosotros confiábamos demasiado en nuestras cualidades innatas para resolver y no teníamos voracidad por aprender todo lo que indicaba el entrenador de turno. Ellos, todo lo contrario.
Tuve compañeros, como Víctor Hugo Marchesini, Claudio Úbeda, Quique Hrabina y Pablo Michelini, que eran muy proactivos. También el Mago Capria pertenecía a ese grupo, el de futbolistas siempre preocupados por descubrir variantes, atentos a interpretar mejor el juego, a superarse. No es que a nosotros no nos interesara el tema, pero partíamos de otra base. Jugadores como Matute Morales y yo preferíamos que no nos sobrepasaran con información y que nos dejaran ser nosotros mismos para encontrar los lugares y las formas de desequilibrar.
Hoy, la concepción del fútbol ha cambiado. Cambió la forma de entrenar, y los jugadores están más permeables a que les enseñen y les sugieran variantes. El juego se hizo menos específico que en tiempos pasados y el futbolista sabe que debe entenderlo en profundidad porque ya no alcanza hacer bien una o dos cosas.
Pero todo jugador necesita –y quiere– evolucionar, antes y ahora. Lograrlo o no depende de muchas variables. La suerte de cruzarse con un técnico que sepa cautivarlo, que conserve el espíritu docente más allá de la obligación de ganar y que sepa esperarlo para que complete su proceso de maduración; un contexto pacífico para consolidarse; un guía que le marque las prioridades en cada etapa de la ruta.
Se puede pensar que éste es un marco teórico que colisiona con el funcionamiento de la industria del fútbol. Italia está mostrando lo contrario, que hay jugadores que demandan y absorben nuevos conocimientos y sin ser cracks pueden romper con una cultura histórica y transformar a equipos como Atalanta y Sassuolo en muy buenas expresiones colectivas. Por fortuna, también de esto sigue nutriéndose el fútbol.
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