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Una revancha de vida para Montillo, el hombre que usó el N° 10 de Pelé
Walter Montillo lloró dos veces en los últimos 58 días: al descender, pese al triunfo sobre River en el Monumental, y con el título de campeón de la Copa de la Superliga, después de ganarle a Boca en Córdoba. "Hace un año y medio estaba retirado, hace siete meses estaba tirado en una camilla. ¿Cómo no voy a llorar?", reflexionó entre los festejos de la histórica consagración de Tigre.
Superó un calvario de lesiones musculares que lo obligó a un retiro prematuro y a la rotura de los ligamentos cruzados de la rodilla derecha en el debut en Tigre, en un amistoso con Morón, para convertirse, a los 35 años, en uno de los emblemas del Matador. Con la voz afónica, el día después de los festejos, celebró el premio a su resiliencia: "Es una revancha, más que del fútbol de la vida. Me había ido por la puerta de atrás y coronarlo así me pone muy feliz".
Pese al interés de múltiples equipos, Montillo extendió su vínculo con Tigre por los próximos dos años. Lanús, Universidad de Chile y Estudiantes lo llamaron; Boca y River deslizaron interés. Sin embargo, él cumplió su palabra y renovó el contrato a la espera de que las próximas lágrimas sean por el retorno a la Superliga. O, por qué no, por la consagración en la Copa Libertadores, la que finalmente Tigre disputará.
–¿Cuál es la principal virtud de este Tigre?
–Creo que se creó una familia de treinta tipos y un cuerpo técnico que tiran hacia el mismo lado. Sin envidia, sin maldad. El que está afuera siempre alienta. Nunca nos pusimos por encima de la institución. En nuestro plantel hay nombres pesados, que fueron campeones y jugaron en la selección, pero nunca nos pusimos por encima del club. Con humildad se fueron consiguiendo cosas lindas.
–¿Esa familia motivó tu continuidad?
–Sí, se lo había prometido a los chicos. Venimos hablando desde hace un montón. Queremos afrontar el desafío de jugar en la B Nacional. También nos sentimos parte del descenso. Se formó un grupo muy lindo, con un cuerpo técnico que nos ayudó en una situación muy difícil, y a eso le sumamos el desafío de devolver a Tigre a Primera. Yo le había prometido a Pipo Gorosito que si él se quedaba, yo me quedaba. Y me considero un tipo de palabra. Tuve muchas ofertas y hay gente que no lo entenderá, pero mis principios son así. Siempre en mi vida me fui por ventas, salvo en Botafogo, cuando decidí retirarme. Pero nunca me fui por la puerta de atrás, y acá no iba a hacer algo diferente. Por el cariño de la gente, de mis compañeros, del cuerpo técnico y de los dirigentes. Uno tiene que ser agradecido y yo les había dado mi palabra. Y contra eso no hay nada.
–Es una decisión poco común en el fútbol moderno.
–No todos los jugadores somos iguales. Yo fui criado así, toda mi vida intenté caerle bien a todo el mundo. Primero, jugando, porque es mi trabajo; después, sin faltar a mi palabra. Yo creo mucho en la palabra. Y creo que si todos tuvieran una palabra firme, seríamos mejores. Tampoco quiero sentirme el rey porque di la palabra. Yo soy así, me manejo así. Tal vez ahora tuvo mucha difusión, porque lo dije en medio del torneo y porque muchos equipos estaban llamándome. No quería crearles una falsa expectativa, porque mi decisión estaba tomada.
–Desde la llegada de Gorosito, Tigre alcanzó un nivel superior. ¿Qué tan difícil fue lograr ese rendimiento en el contexto de pelear por la permanencia?
–Encontramos equilibrio sobre el final. De Tigre se viene hablando desde la era del Lobo Ledesma, cuando el equipo jugaba bien, desplegaba buen fútbol, pero no ganaba. Nos hacían muchos goles o nos hacían goles en los últimos minutos. Creo que el Lobo fue el que casi conformó este grupo. En este último tiempo los únicos que llegaron fueron Guruceaga y Alcoba, además de Nico Colazo, que vino en el medio del torneo. Pipo vino a poner ese orden que nos faltaba, del que no nos dábamos cuenta en la cancha. Las líneas están un poco más juntas, por eso encontramos un funcionamiento, y ganar da confianza para jugar más tranquilo. Estuvimos un año y medio peleando contra el descenso, y lamentablemente fue en el final cuando encontramos esa regularidad.
–¿Qué les aportó Gorosito?
–Es un tipo de mucha experiencia, que viene dirigiendo desde hace mucho tiempo, que pasó por equipos grandes y chicos, que trabajó fuera del país. Tiene colaboradores que fueron grandísimos jugadores y también saben mucho. Esa experiencia, montada a buenos jugadores y ajustando un par de tuercas, hizo al equipo que se vio ahora. Pipo logró que todos los jugadores estén bien. A veces en un equipo hay tres o cuatro que juegan bien y el resto no acompaña; acá, con Atlético Tucumán, hubo siete chicos que no venían jugando y lo hicieron mejor que los que lo venían haciendo. Eso habla del compromiso y de que el técnico está ahí para hablarles más a los que no juegan que a los que juegan. Los 30 somos parte de esto.
–Conocés a Gorosito desde tus primeros días en San Lorenzo. ¿Cuánto cambió cada uno?
–Yo estoy más viejo y más lento [ríe]. Él está igual, como lo conocí a mis 18 años en San Lorenzo. Sigue siendo un formador de jugadores, alguien que trata de cobijar a los más chicos, enseñarles cosas simples sobre cómo parar una pelota, cómo mirar el juego. Eso le hace bien al fútbol.
–¿Encontraste una respuesta con el tiempo al retiro en Botafogo?
–Siempre soy muy autocrítico y pienso que cuando las cosas van mal hay una culpa propia. Yo me lesionaba muy seguido y no encontraba el porqué. Tal vez el cuerpo médico de Botafogo no estaba preparado para esa situación o no le encontraba la vuelta a algo que no era tan difícil, ya que llegué acá y los kinesiólogos encontraron rápidamente el problema. Con el tiempo, uno se da cuenta de que no era tanto culpa mía. A nadie le gusta estar lesionado y me retiré porque no quería hacerle mal al grupo ni al equipo, ni quería cobrar sin jugar. Desde que volví no tuve una sola lesión muscular hasta el partido con Racing, y había pasado un año desde que me había roto la rodilla. Hoy estoy feliz. Las lesiones musculares siempre van a aparecer, pero desde que volví no tuve problemas en la rodilla y, con 35 años, jugué 90 minutos en casi todos los partidos. No era un tema de edad ni de que yo hiciera mal las cosas, sino de que no le encontrábamos la vuelta.
–¿Qué cambió entre la decisión de retirarte en Botafogo y seguir con la recuperación, tras la rotura de ligamentos en tu primer amistoso en Tigre?
–Lo de la rodilla fue fortuito. No fue que yo estaba corriendo solo y me desgarré, como me pasaba en Botafogo. Fui a trabar con un chico de Morón, se me quedó el pie enganchado en el pasto y me llevé la peor parte. Pero no me golpeó tanto, me podría haber pasado a los 18, a los 20 o a los 34. Uno pone el pie porque siempre quiere ganar las divididas, pero, con el diario del lunes, en un amistoso, debería haberlo sacado. En ese momento el Chino Luna, Pato Galmarini, el presidente [Ezequiel Melaraña] vinieron a decirme que tenía abiertas las puertas para recuperarme en el club, y el kinesiólogo se puso como meta que yo volviera a jugar y en Tigre. No podía fallarles.
–Sos referente del equipo y recibís el cariño de la hinchada. ¿Cómo se dio tu llegada y ese vínculo con la gente?
–Fue de la mano del Lobo [Ledesma]. Se habrá enterado de que yo me entrenaba para volver. Me gustó el proyecto y me gustó que me llamara y se interesaran, porque en ese momento nadie me llamaba y yo tenía que andar llamando para ver dónde podía jugar. Lo conocía de San Lorenzo, aunque jugué poco con él. Y yo tenía ganas de venir a la Argentina.
–¿Te dolió que algún club te cerrara las puertas?
–No sé si doler... En ese momento llamamos a algunos lugares y nos dijeron que no. No me dolió, pero tal vez esperaba otra cosa de algunos dirigentes de clubes en los que había jugado. Yo entiendo que el fútbol es un negocio y que lo mío tal vez era arriesgado. Pero ahora, cuando llegaron muchas ofertas y vinieron a buscarme clubes que me habían dicho que no, preferí quedarme en Tigre. Hay que ser agradecido. Tigre me abrió las puertas en un momento difícil.
–¿Cambiaste tus objetivos desde tu llegada?
–No. Trato de ayudar desde mi lugar, de ayudar a mis compañeros. El objetivo grupal era salvarnos del descenso y yo quería jugar y sentirme bien: era un lindo desafío. Muchos decían que estaba falto de fútbol, pero me fue realmente bien. Más allá del descenso, nos fue muy bien: terminamos entre los diez primeros y llegamos a una final.
–En los últimos años fuiste ídolo en Chile, brillaste en Cruzeiro, usaste la N° 10 de Pelé en Santos, jugaste en la selección, sufriste las lesiones y te reencontraste con tu mejor versión en Tigre. ¿Cómo es vivir esos escenarios tan disímiles?
–Con alegría y en familia, con los que estuvieron siempre. Mi señora, mis hijos, mis amigos y mi representante, ellos estuvieron en las buenas y en las malas. Nunca vas a verme hablando de más. Trato de ser un tipo humilde, tranquilo, con los pies en el piso. Hay que seguir trabajando, porque lo conseguido ya pasó. No puedo vivir de las cosas que conseguí. El día en que no me guste más venir a entrenarme y no lo sienta como cuando tenía 20 años, daré un paso al costado. Pero por el momento vivo con mucha tranquilidad y alegría, porque sufrí mucho durante un año sin encontrar mi mejor versión.
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