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Visto en Doha: “Palestina libre”, Maslatón y El Tula, una tragicomedia argentina
Cuarenta minutos entre luchas políticas y argentinidad en el banderazo en Souq Waqif
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DOHA (Enviado especial).- No es más que fútbol. Un juego. Y algunas cosas que ocurren fuera de la cancha. Como durante el banderazo en Souq Waqif. Un hincha le tironea la camiseta a Ayman a la altura del pecho. El jovencito tiene apenas 15 años y pelusa por bigote. Está asustado por el abordaje inesperado. “¡Change, change!”, le grita un argentino que ofrece un trato para que él se quede con su remera de la selección (de dudosa procedencia), y a cambio le entregue la de Palestina, que tiene su propio nombre en la espalda (AYMAN). El adolescente no quiere saber nada. Termina con la sugerencia en inglés: “Puede usted conseguirlas a buen precio en la zona de Al Wakra. Puede llegar con la línea roja del Metro”.
Ayman, hasta ser sobresaltado por el simpatizante alocado, observa en la calle peatonal un espectáculo de danza y canto de unas niñas palestinas. Todas están vestidas de negro, con sus hijab. Las acompañan dos mujeres y dos hombres. Tras concluir el número, una de las chicas cuenta que están allí para mostrarle al mundo su cultura durante la Copa del Mundo y aclara que el baile se llama Dabke.
Bassam, uno de los adultos que las acompañan, comenta. “La canción es palestina. La cantamos aquí para agradecerle a Qatar y a todas las naciones árabes que están apoyándonos en esta Copa del Mundo”.
Comienza, entonces, un diálogo… que no va a durar demasiado.
-¿Dónde nació usted?
-En Cisjordania.
-¿Y dónde vive?
-En Palestina.
-¿Allí en Cisjordania o en Gaza?, ¿en qué ciudad?
-En Haifa.
-Haifa es una ciudad de Israel.
(sin gritar, sube el tono de voz) -Vivo en Palestina.
El hombre cierra la conversación. Dice que está ocupado. No está enojado, pero allí se acaba la charla.
Palestina es el Estado que más se hizo notar en este Mundial entre todas aquellos que no se clasificaron para la Copa del Mundo. Su bandera está en todos los estadios, en los restaurantes, en los subtes, en los shoppings… Y con la clasificación de Marruecos para las semifinales lo viven como un triunfo propio. “Queremos mostrarle al mundo entero que Palestina debe ser libre”, exige Najib, un fanático marroquí con la camiseta de Youssef En-Nesyri, el autor del gol ante Portugal, el más importante de la historia de su país. El que los metió entre los cuatro mejores.
Pero mejor regresar a Palestina, porque esto se trata de fútbol. No pasó la primera etapa eliminatoria de Asia, pero terminó tercero en el Grupo D (que ganó Arabia Saudita), lo que se supone que es una gran actuación. En algunos partidos actuó como local en Al Ram (una ciudad Palestina); otros tuvo que jugarlos en Riad, la capital de Arabia Saudita.
“Es grandioso para nosotros que en cada partido en este Mundial en el que estén ellos (por los fanáticos de Marruecos), hagan esos actos de apoyo a Palestina. Lo necesitamos”, agrega Ayman. Cuenta que sus padres nacieron en Gaza, pero se trasladaron a Yemen, donde nació él. Ahora viven todos en Qatar.
“Egipto, Marruecos, Libia… ¡Somos musulmanes y todos estamos con nuestros hermanos palestinos!”, sonríe Najib.
Mientras tanto, allí está también Luai Bahder, que no necesita decir que es palestino. Tiene una camiseta blanca con el mapa de la Franja de Gaza y Cisjordania. Lleva dos enormes bolsas. Reparte banderas, bufandas con la leyenda “#FreePalestine” y brazaletes con los colores rojo, verde, blanco y negro. Todo preparado. Reclamo, espectáculo y merchandising. Los argentinos se amontonan para pedírselos. Algunos no saben de qué se trata, pero es regalado.
Toman las cintas, aprietan el abrojo y siguen cantando canciones de “El Diego y de Lionel”. Como un gran grupo de “capitanes” de Palestina. Tal vez, sin saberlo.
A un costado, en medio de una situación que parece sacada de un cuento de ficción, está “El Tula”. Tiene una lesión en la pierna derecha y se mueve en una silla de ruedas. El bombo con la imagen de Evita y la inscripción de las 62 Organizaciones lo lleva al costado. Algunos hinchas argentinos le piden fotos. Entonces los árabes, que no lo conocen, interpretan rápidamente que debe ser alguien famoso y también le piden selfies.
Los amigos de Luai Bahder llevan dos inmensas banderas de Palestina y las flamean frente a las de Maradona y Messi, se mezclan en el mismo ritmo de las canciones argentinas.
Y, para completar un cuadro propio de una sitcom (con dosis de dramas existenciales), aparece Carlos Maslatón, que por estos días documenta su ferviente campaña para convertirse en el récord Guinness del hincha que más partidos vio en un Mundial. Al menos él tiene muy claro el tema geopolítico; mientras observa el reparto de banderas y la danza, le advierte a un camarógrafo: “Ojo que esta situación es muy compleja, ¿eh? Es algo importante de verdad lo que está pasando”, dice con cara de preocupación.
A esa altura, el escenario es tragicómico. De no ser porque Maslatón tiene razón. El tema es muy serio. Aunque no sea más que fútbol.
Todo, en no más de 40 minutos. Fue visto una noche en Doha.
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