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Vélez - Flamengo: el último baile de Lucas Pratto y el desafío de la vieja guardia en las semifinales de la Copa Libertadores
Del doloroso recuerdo del delantero en la final con River en 2019 a la carrera final de un grupo de veteranos con hambre de gloria en Liniers
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Lima, 23 de noviembre de 2019. Faltan apenas dos minutos. River se retrasa unos metros, casi sin proponérselo. Flamengo intenta, pero se desvanece en los metros finales. La final de la Copa Libertadores sigue 1-0 con tono millonario, por un tanto de Rafael Santos Borré, descomunal en todo el recorrido. Jorge Jesús realiza un cambio: entra Diego, sale Gerson. Marcelo Gallardo juega otro juego: Julián Álvarez y Lucas Pratto en lugar de Ignacio Fernández y Santos Borré, destruidos en el factor físico.
A los 43 minutos del segundo tiempo, Pratto no se cita con Gonzalo Montiel, libre a su derecha, intenta encarar, hacer un solitario: River va al ataque, como casi siempre. Con la pelota y en campo rival, levanta la cabeza, cuando lo interrumpe Diego, más tarde resurge Giorgian De Arrascaeta. El Oso extravía el balón, River queda mal parado. Segundos más tarde, Gabigol establece el 1-1. Tres minutos después, River es una moneda al aire. Otro error, esta vez de una de las figuras de la finalísima, Javier Pinola. El goleador acaba la faena, Flamengo le arrebata la copa a River en un abrir y cerrar de ojos.
El fútbol es un deporte en equipo, pero nadie como Pratto se sintió más responsable. El héroe de Madrid se creyó, de pronto, en una suerte de villano. Un injusto villano. Lloró todo lo que pudo. Y días después, quebró el silencio. Lo hizo a través de su cuenta de Instagram, con un mensaje que acompañó con su imagen con la medalla del segundo puesto durante la entrega de premios en Perú. “Orgulloso de vestir la camiseta del más grande de América. Orgulloso de formar parte de este grupo que es también una familia. A seguir trabajando, gracias a los hinchas por el apoyo constante y el cariño que me brindaron estos días, es fundamental”, escribió. Y cerró con el emoji de su apodo, el Oso.
Más tarde, antes de las desventuras (físicas, anímicas, futboleras) que le abrieron la puerta del adiós, contó en una entrevista: “Son momentos que intento no volver a mirarlos porque te hacen mal, te hacen daño. No está bueno. Estuve muy mal cuando llegué al hotel, estuve llorando y la pasé muy mal”, afirmó. Contó, en ese tiempo, qué le dijo Marcelo Gallardo, el entrenador que pidió por su llegada con un fervor nunca antes visto (el pase costó 11 millones de dólares) y que con el tiempo, mantuvo una relación cordial y de cierto distanciamiento. “Vos le diste a la gente de River lo más importante de su historia. No tenés que reprocharte nada”, le advirtió esa noche.
Ahora, Lucas Pratto, a los 34 años, siente un volver a vivir. En Vélez, en donde explotó como nunca antes. De allí, escaló a Atlético Mineiro, a San Pablo, hasta aterrizar en el Monumental. Las vueltas de la vida lo encuentran en Vélez, goleador ante Independiente en el torneo local, único equipo argentino en las semifinales de la Copa Libertadores, matizadas de brasileños. En la escala de Vélez, Flemengo, otra vez Flamengo en el horizonte del Oso. “Es un rival durísimo”, define.
Aquella historia dolorosa le da paso a un presente inesperadamente maravilloso: está a dos partidos de una nueva final. Alexander Medina, el entrenador, lo sabe bien. Y se apoya en la vieja guardia, por sobre las promesas de la casa que convierten a Vélez en una fortaleza. “Lucas (Pratto) y Diego Godín son los que tienen más recorrido en esta clase de partidos, saben lo que es jugarlos. Pratto brinda calma y no tengo dudas que esta Copa para él es muy importante. Necesitamos su mejor versión como sé que lo puede hacer”, sostiene. Su mejor versión, en un contexto especial. Es cuando los caudillos deben dar la cara.
“La historia ha dado muestras suficientes de cuando el equipo que -en teoría- llega con menos posibilidades termina ganando una serie. Sabemos al tipo de rival que enfrentamos, pero también nuestras fortalezas”, expresa el Cacique Medina. Al mismo tiempo, el DT sabe que a Godín, antiguo símbolo de Atlético de Madrid, “le falta un tiempo más de recuperación”.
El refuerzo más importante de Vélez, de 36 años, no estará en la primera semifinal de este miércoles, a las 21.30, en Liniers, y difícilmente se recupere para la revancha de la semana próxima en Río de Janeiro. Godín, que lo ganó todo en Europa, jugó por última vez el pasado 6 de agosto en Santa Fe contra Unión y se perdió los últimos cinco partidos por una serie de molestias musculares. No es el único de la vieja guardia que se juega la gloria definitiva, dentro o fuera del campo de juego.
Hay otros casos. Como Lucas Hoyos, el arquero, de 33 años. O Leonardo Burián, de 38. También, Leonardo Jara, a los 31. O experimentados no tan grandes, como Walter Bou: todos saben de qué se trata una vuelta olímpica, pero el sentimiento del Vélez de hoy es distinto a todo. Es una suerte de volver a volar en una instancia estelar. Distinto es el caso de Lucas Janson: su carrera sigue en ascenso, lejos de un techo imaginario.
Vélez conoce el peso de la Copa Libertadores. Vélez conoce el peso de la cúspide mundial. Fue punto contra San Pablo, fue punto contra Milan. Lejos de las comparaciones odiosas de grandeza y concurrencia, se reconoce como algo más importante: “El primero en ser un gran club”. Y con el respaldo de los viejitos piolas, como Pratto, se tira en la pileta, como ningún otro equipo argentino.
Hay, por fortuna, abundante agua, más allá de que los expertos nadadores, los más veloces, son de Flamengo. Pratto olfatea algo más que un trampolín. “Vélez me abrió la puerta para darme continuidad. Tengo entre 20 y 25 partidos este año y voy encontrando recién mi buena forma. Porque soy un jugador de 34 años, tengo una contextura muy grande, no soy un jugador fino, delgado, entonces necesito de los partidos”. Partidos como estos, los que definen la historia.
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