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Superliga: Vélez y Boca hicieron lo posible por no jugar y ofrecieron un aburrido 0-0
La Superliga puede alardear de un nombre rimbombante y de una cierta mejoría en la organización general, pero nunca conseguirá convertirse en un torneo de primer nivel si entrega espectáculos tan aburridos como el 0 a 0 con el que Vélez y Boca cerraron la jornada dominical, un resultado que deja a los de la Ribera en lo más alto de la tabla junto a Lanús y Argentinos Juniors, pero no agrega nada a su currículum futbolístico. Más bien lo contrario.
El enfrentamiento de dos equipos con ADN tan disímil lleva a suponer que van a generar choques apasionantes, tan interesantes en lo táctico como emotivos para aquellos que solo pretenden disfrutar de un buen rato de fútbol. La otra alternativa es que salga un partido cerrado, trabado, lleno de fricciones, de choques, en el que una y otra vez ganan los que provocan cortocircuitos, donde nadie rompe el molde y las áreas se convierten en un precioso objeto de adorno.
Lamentablemente, esto último fue lo ocurrido en los insufribles 45 iniciales. Desde la noche que adelantó su supuesta despedida, tras la eliminación en la Libertadores, Gustavo Alfaro sabe que su continuidad en Boca depende de factores diversos. Muchos no dependen de lo que haga o deje de hacer, pero dentro de lo que está en su mano, el discutido técnico xeneize decidió ser fiel a sí mismo. Nadie puede negar el lado positivo de tener convicciones firmes. El único inconveniente es que a un equipo que dice congregar las simpatías y pasiones de "todo el mundo" habría que exigirle algo más que el elemental recurso de impedirle el juego al rival.
Alfaro recuperó la idea del triple 5 ya utilizada, y profusamente criticada por propios y extraños, por ejemplo en el encuentro frente a River por el torneo, o en el mismo Amalfitani en el duelo por la Copa de la Superliga. En ambos firmó el 0-0 antes de salir del vestuario, y en ambos se llevó lo que buscaba. La tentación de repetirlo, si esto aseguraba volver a la cima del certamen, fue tan grande que no importó la soledad a la que era condenado Mauro Zárate, que debió sumar su distancia respecto a los compañeros con la aversión que despierta hoy entre quienes lo tuvieron como ícono hasta no hace demasiado tiempo.
Puede decirse a favor del entrenador que esta vez intentó establecer un doble enlace Reynoso-Mac Allister para alimentar al aislado centrodelantero. Pero la experiencia no funcionó porque el problema estaba en todo lo que (no) sucedía por detrás. La línea conformada por Capaldo-Marcone-Almendra fue incapaz de atravesar con cierta dosis de criterio el mediocampo local ni colectiva ni individualmente y el balón siempre llegó sucio a los dominios de los creativos auriazules, facilitando el buen trabajo de anticipación y corte de los volantes de Vélez.
Los de Heinze, por supuesto, tampoco fueron inocentes en el largo bostezo de la ventosa noche del Fortín. El equipo de Villa Luro es hoy por hoy uno de los que mejor funcionamiento puede presentar en el fútbol argentino. Todos conocen dónde y cómo posicionarse en cada momento del juego, todos se implican en el avance en conjunto y en el retroceso veloz y ordenado, todos se muestran para participar en la circulación de la pelota, todos sostienen la concentración sin pestañear. El tema es si encuentra o no precisión en los pases, si logra superar la telaraña rival cuando siete u ocho hombres se plantan permanentemente en tareas obstructivas. No lo consiguió prácticamente nunca, y entre la incapacidad de uno y las amarretas intenciones del otro, no hubo casi nada que alegrara la mirada, y el público solo se dedicó a discutir a Loustau o festejar cuando Zárate perdía ante Gianetti o Abram.
El vestuario pareció lavar la imagen a Boca en el arranque del complemento. Se enganchó al partido Reynoso, logró por fin juntarse un par de veces con Mac Allister y el arco de Alexander Domínguez dejó por un rato de ser un destino inaccesible. Hubo un empujón de Gago a Zárate por la espalda que fue penal y un taco del propio delantero que le cayó en las manos al arquero ecuatoriano. Pero un partido de fútbol suele ser rico en improvisaciones fuera de contexto que tuercen los argumentos. Frank Fabra protagonizó una de ellas. Comenzó revolucionado el segundo tiempo, levantando por los aires contra un lateral a Bouzat en la primera acción de la etapa y ganándose la amarilla; lo repitió a los 15 y dejó a los suyos con uno menos.
Una gran acción individual de Bouzat a pura gambeta (el remate cruzado pasó muy cerca del palo derecho de Andrada) le mostró a Vélez que lo peor había pasado y que arrancaba un partido diferente. Heinze no necesitó demasiado tiempo para darse cuenta que esas superioridades numéricas que tanto pregona iban a empezar a aparecer, mandó a Almada y Romero a la cancha y se preparó para asistir al desgaste de Boca para tapar unos espacios que, en teoría, debían abrirse en el cuarto de hora final.
No podía prever que sus jugadores iban a continuar peleados con la pelota en el momento de filtrar los pases que lastiman y hacen temblar el arco adversario. Ningún funcionamiento puede dar frutos si falta la más elemental cuota de fluidez a la hora de mover el balón más allá de tres cuartos de la cancha. Fernando Gago ponía su habitual cuota de claridad en la primera puntada, incluso con alguna cortada punzante, pero jamás halló continuación en alguno de sus compañeros.
Alfaro, como era lógico, volvió a las fuentes en cuanto Fabra tiró a la basura el cuarto de hora prometedor que había insinuado Boca al regreso del descanso. Reforzó la defensa, dejó a Hurtado como pescador arriba y se preparó para aguantar. Almendra estuvo a punto de sorprender con una larguísima carrera por la derecha que terminó con remate al exterior de la red cuando la jugada pedía a gritos un centro atrás. Un cabezazo débil de Licha López fue la restante aproximación y los aplausos finales quedaron para Andrada, que desvió abajo un disparo cruzado de Romero en el tiempo de alargue.
Boca se llevó el punto que el planteo de su técnico hizo sospechar que había ido a buscar al Amalfitani. Vélez se quedó con la sensación de haber perdido una posibilidad de crecer. El fútbol de la Superliga dejó pasar una excelente ocasión para cautivar a unos hinchas que ya están habituados al aburrimiento.
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