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Copa de la Superliga. A Vélez no le alcanzó con la ambición ofensiva para quebrar al Boca más amarrete de Alfaro
La ira no reconoció límites, ni los que oficiosamente podía imponer la ejecución del Himno Nacional que hizo la Banda de Granadores un par de minutos antes del comienzo del partido. El papelón de los insultos y agravios saturó el ambiente, tapó los acordes musicales. Un vergüenza en nombre del " Mauro Zárate traidor" que brotó de innumerables gargantas, no fueron solo algunos desubicados.
Si desde las tribunas no hubo respeto para un símbolo patrio, dentro de la cancha no hubo mucha consideración para el fútbol durante el primer tiempo. Mucha fricción e interrupciones en un ambiente tenso, crispado, con chispas aquí y allá, y el riesgo latente de que se declarara algún incendio. Por cada metro cuadrado se luchaba sin escatimar pierna.
Lo poco y más rescatable que había de juego lo puso Vélez, al que Boca respetó desde el planteo y sus contenidas intenciones. Dentro de su postura cautelosa, el que más se animaba era Zárate, dispuesto a contestar el repudio con gambetas y determinación para sacarse la marca de encima. Casi que fue el único futbolista visitante que encaró en la primera etapa. Y quedó muy solo, sin compañía, porque Pavón se paraba más como N° 8 que como wing, Nandez se ponía por delante de Marcone para romper la salida de Vélez y el juvenil Capaldo, por la izquierda, se preocupaba más por asistir a Mas que por apoyar a Zárate.
Vélez fue más genuino y consecuente con el estilo que pregona Heinze . Aun con dificultades para darle fluidez al juego, se esforzó para tener la iniciativa y poner no menos de cinco jugadores en el campo rival. Sostenido en el eje por el pie firme de Giménez y la dinámica de Domínguez, las dificultades de Vélez estaban en los últimos 30 metros. Leandro Fernández era el más inteligente resolviendo a un toque, ante la evidencia de que la rispidez del partido no dejaba mucho margen para las gambetas de Almada y Vargas.
Vélez pudo sorprender a Boca en un contraataque bien elaborado con una asistencia de media vuelta de Fernández a Almada, que encontró la corrida de Vargas, indeciso dentro del área.
Boca se despreocupaba por la pelota, se la dejaba a Vélez. Un plan que no tenía continuidad con algún contraataque, solo dependía de algún tiro libre para que Zárate, en los segundos que se tomaba para ejecutar el centro, se aturdiera un poco más con los silbidos e insultos.
Con la entrada de Tevez por el intrascendente Pavón –es cierto que el esquema de Alfaro no lo benefició en nada–, Zárate se volcó sobre la derecha y el Apache se ubicó de media-punta, detrás de Ábila. La apuesta para que Carlitos fuera un revulsivo, como ante Atlético Paranaense.
La voluntad por el ataque siempre le correspondió a Vélez. Heinze hizo una corrección en defensa: quitó a Cufré, un lateral con proyección, y corrió al central Abram a la izquierda para que cuidara más de cerca a Zárate. Entró Galdames para armar con Giménez un tándem central que obstruyera a Tevez. Movimientos de ajedrez en un partido escaso de fútbol, y que en el caso de Boca siempre deja algunas grandes atajadas de Andrada, que le sacó un cabezazo a Galdames y un remate de media distancia a Barreal. Un arquero seguro para cubrir las pocas concesiones de la defensa. Y cuando no alcanzaron las manos y los pies, el travesaño salvó a Boca de un remate de Domínguez.
Alfaro buscó más trajín con el ingreso de Campuzano. Boca preparó estos cuartos de final de la Copa de la Superliga con la lógica antigua de los equipos amarretes: empatar de visitante para tratar de definir la serie de local. No le interesó la plusvalía del gol de visitante porque su premisa irrenunciable estuvo en no recibir ninguno. Juntó las líneas en su campo y se protegió todo lo que pudo.
Boca pasó por Liniers para hacer el negocio del 0-0, no tuvo otras inquietudes. Bajó un par de cambios de la marcha que traía, como si la última seguidilla de encuentros, en los que definió cosas importantes, lo hubiera empujado a darse una tregua. El Alfaro-técnico-conservador apareció en la dimensión más explícita desde que dirige a Boca.
Vélez lo apretó en el final, lo empujó con determinación y ambición. No le alcanzó para ganar, que lo hubiera merecido, pero sí dio motivos para que sus hinchas se olvidaran por un rato de insultar a Zárate para cantar con orgullo por el juego y la valentía de su equipo, al que despidió como se merecía: con aplausos.
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