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Valentín Barco, la frase que su padre le dijo a corazón abierto cuando jugar en Boca era apenas un sueño
El exlateral izquierdo, reconvertido en volante ofensivo, es clave para Jorge Almirón con miras a las semifinales de la Copa Libertadores ante Palmeiras
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Cuentan que la mirada de Valentín Barco es penetrante. Intimida. Ese tipo de ojos a los que cuesta sostenerle la visual de igual a igual. 19 años, pero su voz gruesa hace repensar si no es un experimentado de treinta y largos. Parece un combo por lo vivido. De lo pisado. De hecho, vive en una gran contradicción explicada desde la causa y consecuencia. Hoy es un niño que corre y se divierte con el juguete, pero que en el pasado fue un hombre que estudió y entrenó entre los cientos de kilómetros que hacía por día con su madre en el Renault 12, en donde partía el sándwich que recibía en La Candela: “Comé, má. Yo sé que también tenés hambre”. Un Benjamin Button del fútbol. De Boca. Que se pone los pantalones largos en la edad correspondiente y pone el grito en el cielo ante negociantes mayores cuando en Europa se desesperan por tenerlo: ganar la Copa Libertadores es su sueño y el de la familia.
“Es muy difícil hacer lo que hicieron ellos. Dejaron todo por mí. Se los quiero devolver con el cariño, estando con ellos. Porque también creo que es imposible devolvérselos de otra manera. Es un sacrificio muy grande”, dice el hoy volante, que abrió su corazón ante El Canal de Boca en una entrevista donde logró dar datos desconocidos hasta el momento.
El detalle impacta: “Vengo de una familia muy humilde. Trabajaba mi viejo para que mi vieja pudiera venir conmigo, hasta que él dejó el laburo porque ella ya estaba muy cansada. Un estrés muy grande con los viajes. Iba a la escuela a la mañana, me retiraba cerca de las 11 y teníamos tres o cuatro horas de viaje (oriundos de 25 de Mayo). Entrenaba y llegábamos a casa a las diez u once de la noche. Al otro día hacíamos lo mismo”, relató, rozando la emoción.
Sobre todo, cuando su retina lo devolvió a un instante de esos años de inferiores. Su papá y una frase que no se borró aun cumplida, porque es parte de lo que está logrando: “Mi familia es bostera y el sueño que teníamos todos era que juegue en la Bombonera y me vieran. ‘Una vez que hagas eso, yo ya me puedo morir tranquilo’, me dijo mi viejo. Al cumplirlo, quizás, ya un poquito le devolví todo lo que me dio”. Ya no sólo lo ven jugar ahí: escuchan cómo lo ovacionan y aplauden estruendosamente.
Tener aquello en su espalda no lo carga al “Colo”, sino que lo motiva. En efecto, se suelta. Juega como si las presiones no existieran y en un club como Boca el mérito es mayor. El estilo lo mantiene desde las categorías menores, en las que pasó –por ejemplo- de la séptima hasta la reserva en cuestión de meses. Lo llevó a que Miguel Ángel Russo lo tuviera en cuenta el 16 de julio de 2021 para integrar un equipo alternativo ante Unión, en Santa Fe, y hacer su debut cuando todavía no había soplado 17 velas.
Una forma de jugar por la que algunos (pocos) lo tildan de canchero o sobrador. Como la noche copera ante Nacional en la que, ganando 2-1, lanzó un “no look pass” y los uruguayos se le plantaron. En vez de pelearse, los miró fijo con una seriedad que conmovió. No fue temor: con esa inmutación avisó que no lo iban a pasar por encima y que juega así en cualquier lado, contexto, partido y sin importar el resultado. En un superclásico de reserva también lo hizo con el agregado de coronar un golazo en el que incluyó gambetas y un zurdazo al segundo palo. “En él veo un atrevido”, dijo Juan Román Riquelme hace pocas semanas. Divertirse está en su gen.
Se ganó a la gente antes de aparecer en primera. Ni que hablar cuando Jorge Almirón tuvo claro que no podía prescindir de tal joya y en el segundo encuentro de su ciclo ya le dio protagonismo. Su calidad, desparpajo y seguridad sigue sorprendiendo a todos, día a día.
Por ejemplo, con todo lo que hizo en el pesado penal del que se hizo cargo para definir la tanda ante el “Bolso”. Emmanuel Gigliotti le tiró la pelota y le habló a la pasada para ponerlo nervioso. Valentín Barco respondió con el comportamiento corporal de un niño de siete años: la empezó a lanzar para arriba una y otra vez, como quien en un parque va a patear ante un arco que forman dos árboles. En él hay potrero. Alegría. Carrera tranquila, un salto para observar la intención del arquero y pase a uno de los costados de la red.
“Capaz, es el hecho de que me llegó todo muy rápido. Por eso maduré más rápido que lo normal y tengo esta personalidad dentro y fuera de la cancha”, aceptó la apreciación sobre su manera de ser llamativa.
Si no está, Boca siente un vacío. Acaso el que sintió la parcialidad cuando se desgarró en el primer cuarto de final copero con Racing y se perdió la revancha. El equipo de Almirón logró la clasificación a semifinales, pero extrañó su atrevimiento. El equipo siente su ausencia. Es clave para la generación de juego. Aunque no es sólo eso. También es importante en las resoluciones. Sin ir más lejos, en su ímpetu y su zurda estuvieron las únicas tres aproximaciones que elaboró el elenco xeneize cuando cayó hace once días frente a Defensa y Justicia (0-1), siendo la más clara su definición que sacaron sobre la línea. El último sábado jugó sólo 45 minutos, pero su pegada fue perfecta en el tiro de esquina que colocó en la cabeza de Lucas Janson para el gol ante Lanús (1-1).
El Barco de la versión adulta resolvió su estadía en el club cuando peligró su renovación. En 2020 firmó un primer vínculo que concluía el próximo diciembre. Se encaminaba su venta a Getafe por una cifra baja (US$ 4.000.000) debido a una negociación ríspida con su representante, Adrián Ruocco (el de Carlos Tevez), pero el chico levantó el teléfono y habló con Riquelme: “No me vendas, voy a renovar y seguir acá”, le advirtió, palabras más, palabras menos.
Finalmente, se acordó una extensión de un año (hasta diciembre de 2024) y con la condición de no aumentar la cláusula de rescisión de U$S 10.000.000. Entonces, se pusieron al acecho Brighton y Manchester City: el equipo de Pep Guardiola sería el próximo destino. Sin embargo, otra vez golpeó la puerta y avisó que de ninguna manera se marchaba con la Libertadores en juego.
Dos días faltan para la semifinal ante Palmeiras, esa que –evidentemente- el Colo Barco visualizó con optimismo y el sueño latente de ser parte de la historia grande y devolverle más amor a su familia.
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