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Una fiesta, una mujer y una presunta violación: la oscura historia de Eduard Streltsov, el mayor crack que dio la Unión Soviética
Tenía las condiciones para brillar en el Mundial de 1958, pero su vida dio un vuelco definitivo una noche teñida por el glamour, el alcohol y una terrible acusación
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Una mañana de mayo de 1958, Marina Lebedeva quedó registrada para siempre en los archivos del fútbol mundial. Sucedió de un modo inesperado y violento, forzado y doloroso, tan estruendoso como turbio.
Lebedeva había aceptado la noche anterior la invitación a participar en una fiesta nocturna que organizaba Eduard Karajanov, un general del ejército ruso. El encuentro se desarrollaría en la casa de campo del alto militar, una de esas dachas que millones de rusos poseen como lugar de esparcimiento de fin de semana en las afueras de las ciudades. La gran mayoría de ellas son cabañas más o menos sencillas, pero en tiempos de la Unión Soviética la palabra se convirtió en sinónimo de residencias de lujo adonde los principales jerarcas del régimen se retiraban a descansar. La del general Karajanov, ubicada en los suburbios de Moscú, estaba entre estas últimas y es fácil suponer que la oferta de ser parte de una celebración en un sitio de difícil acceso para la población en general debió resultar imposible de rechazar para una joven de 20 años.
Además de una alta graduación en el Ejército Rojo, y de gustar de los jolgorios bien surtidos de comidas y bebidas, el general era un apasionado por el fútbol. En alguna ocasión, su dacha había servido como sede de concentración para el combinado ruso, y tenía contactos estrechos con el mundillo de la pelota número cinco. Por entonces, la selección soviética se encontraba en la etapa final de su preparación para acudir al Mundial de Suecia que empezaría un mes más tarde y a la que llegaba con el cartel de candidata después de la medalla de oro obtenida en los Juegos Olímpicos de Melbourne un par de años antes. Karajanov hizo coincidir su fiesta con un día de descanso para los jugadores e invitó a tres de ellos: Mijail Ogonkov, Boris Tatushin y, sobre todo, Eduard Streltsov, la estrella indiscutible del equipo, incluso por encima del legendario Lev Yashin.
La noche transcurrió de acuerdo con lo esperado, con música, bailes y abundante vodka y demás brebajes espirituosos. Después, varios de los invitados se repartieron por las habitaciones. A la mañana siguiente, Marina Lebedeva salió de una de ellas afirmando que había sido abusada sexualmente. El acusado era nada menos que Streltsov.
En tiempos de Ni Una Menos, Me Too y demás movimientos que luchan contra cualquier modalidad de violencia de género, separar del plantel al jugador debería ser la actitud inmediata a seguir, además de la denuncia policial y los estudios periciales que pudieran servir para un posterior enjuiciamiento del presunto culpable. Es verdad que no siempre ocurre así, basta con recordar los casos de Sebastián Villa en Boca, Jonatan Cristaldo en Racing o Johan Carbonero en Gimnasia y Racing, pero es lo que correspondería, y de algún modo fue lo que se hizo con Streltsov y sus compañeros, inmediatamente detenidos y desafectados de la selección. De hecho, ninguno de ellos disputó el Mundial.
Pero si aún en la actualidad los casos de violencia de género están lejos de presentarse y resolverse de manera diáfana, el contexto en el que ocurrió el episodio lo envolvió en una nebulosa todavía más densa que 65 años después sigue sin disiparse del todo.
En 1958 estaba en pleno apogeo la Guerra Fría que enfrentaba al capitalismo occidental con el comunismo del Este europeo. La OTAN y el Pacto de Varsovia, creados a fines de los 40, partían en dos el Viejo Continente y de alguna manera también el mundo. La llamada Cortina de Hierro, básicamente ideológica, empezaba a adquirir un aspecto físico a medida que alambrados, fosos y alarmas surgían en campos y ciudades. Al mismo tiempo, los escasos medios tecnológicos disponibles para comunicarse la convertían en una metafórica caja fuerte de secretos en la que se escondían la curiosidad y la política.
Una parte se sentía atraída por saber lo que de verdad pasaba en un ámbito que a su vez se esforzaba por ocultar hasta los mínimos detalles de los acontecimientos cotidianos. Y si de un lado intentaban sembrar la semilla de la ambición por el dinero y el crecimiento individual como filosofía vital, del otro procuraban evitar que esas influencias llegaran a los ojos y los oídos de los habitantes. La información era un bien muy preciado y las noticias cotizaban a precio de oro, más por tratarse de herramientas publicitarias a utilizar contra el enemigo que por su valor en sí mismas.
El secretismo también se extendía al interior de Rusia. Verticalistas, rígidos y poco proclives a aceptar el debate público, los sucesivos gobiernos soviéticos ordenaban la vida de sus ciudadanos en función de criterios no siempre bien explicados, y las sospechas sobre determinadas decisiones económicas, políticas o judiciales estaban a la orden del día.
En medio de ese panorama, la rapidez con la que se resolvió la causa de la denuncia de violación contra Streltsov llamó mucho la atención. En cuestión de días, el crack del Torpedo de Moscú fue juzgado, encontrado culpable y sentenciado a 12 años de prisión en un gulag de Siberia (sus compañeros de selección participantes de la fiesta recibieron una pena menor: tres años). El fallo fue tan expeditivo como duro para un caso de violencia de género que solía mirarse con mucha más indulgencia en una sociedad donde aún hoy impera un altísimo nivel de machismo. Aquel día, en el mismo momento que se dio a conocer la sentencia, empezó a tomar cuerpo la leyenda.
El rubio Edik, un prodigio
Pero a todo esto, ¿quién era Eduard Streltsov? Había nacido en Perovo, un barrio al norte de Moscú, el 21 de julio de 1937. Durante la Segunda Guerra Mundial, su padre fue enviado al frente de combate y una vez terminado el conflicto abandonó a su familia para radicarse en Kiev, por lo que su madre, Sofia Frolovna, debió ocuparse en soledad de su crianza. Obtuvo un puesto como obrera metalúrgica y fue testigo central del crecimiento de un pibe cuyo principal entretenimiento era la pelota de fútbol, con la que desde muy chico demostraba habilidades especiales.
A los 13 años, Edik, como lo conocían sus amigos, ya jugaba con los mayores en el club de la empresa Frezer, una fábrica de su barrio. Como no eran tiempos de ojeadores ni de scouting de jugadores tuvieron que transcurrir tres años para que la casualidad lo rescatara del anonimato. En 1953, el equipo filial del Torpedo, la más humilde de las grandes entidades moscovitas, enfrentó al Frezer, y su técnico Vasily Provornov quedó deslumbrado con el rubio que se movía por toda la delantera rival. Por esa época, Streltsov todavía simpatizaba con el Spartak, pero se dejó convencer y fichó por el conjunto de la empresa de automóviles y camiones ZIL, sin importarle demasiado que fuese mucho menos poderoso que el CSKA (el club del ejército), el Dínamo (de la agencia de inteligencia KGB), el Lokomotiv (de los ferroviarios) o su admirado Spartak (vinculado a la industria frigorífica).
A partir de ese momento su ascenso por la escalera del éxito fue meteórico. Debutó en Primera en 1954 con sólo 16 años y le bastaron un par de encuentros para consolidarse como titular. La temporada siguiente marcó 15 tantos en 22 partidos y fue el máximo goleador de su equipo. A nadie extrañó que el 26 de junio de 1955 se pusiera por primera vez la camiseta de la selección. Fue en un 6-0 de la URSS a Suecia, y esa tarde el joven Streltsov convirtió tres tantos en 45 minutos. Su cuenta no se detendría ahí. Continuó festejando en sus siguientes convocatorias hasta alcanzar los 7 goles en sus primeros 4 partidos con la casaca roja.
Ya había dejado de ser un desconocido en el fútbol soviético cuando su actuación en los Juegos Olímpicos de Melbourne hizo que el resto del mundo comenzara a posar sus ojos en un delantero que la prensa inglesa describió como “alto, potente, fino al primer toque y con una extraordinaria inteligencia para jugar”, además de destacar su especial habilidad para dar pases de taco. Ese año, 1956, fue el primero en el que la revista francesa France Football entregó el Balón de Oro, y Streltsov, de quien muy pocos sabían de su existencia doce meses antes, quedó 13º en la votación.
En la cita australiana, el chico del Torpedo protagonizaría una de sus actuaciones más célebres. Luego de anotar un gol en el partido de primera ronda ante Alemania Federal y ser titular en el 4-0 a Indonesia por los cuartos de final, fue la gran figura en la semifinal frente a Bulgaria. El encuentro finalizó 0 a 0, pero con la particularidad de que los soviéticos perdieron dos jugadores por lesión en una época en la que no se permitían los cambios. La URSS afrontó el alargue con 9 hombres, los búlgaros se pusieron en ventaja y Streltsov empató en el minuto 112. Cerca del final, Tatushin (uno de sus compañeros en la fiesta del general Karajanov) establecería el 2-1 definitivo tras una gran jugada del crack que empezaba a asomar.
Sin embargo, extrañamente Edik no disputó la final contra Yugoslavia. Valentin Ivanov, la pareja de Streltsov en el Torpedo, había sido uno de los lesionados en el partido anterior y el entrenador Gavriil Kachalin tenía por costumbre formar la pareja de ataque con futbolistas que jugaran en el mismo club. El técnico se vio obligado a sustituir a Ivanov y, fiel a su idea, quitó también a Streltsov e incorporó a los atacantes del Spartak. Uno de ellos, Nikita Simonyan, quiso regalarle al juvenil del Torpedo su medalla dorada, al entender que le correspondía por haber sido titular durante el torneo, pero este no lo aceptó. “No te preocupes, ganaré muchos más trofeos en el futuro”, dicen que fue su frase al rechazar la presea. Tenía apenas 19 años y un futuro más que prometedor por delante.
Los dos años siguientes confirmaron todas las expectativas futbolísticas que había despertado Streltsov. El delantero del Torpedo era cosa seria. En la votación al Balón de Oro europeo de 1957 ya se había metido en el top ten continental (fue séptimo) y varios clubes occidentales empezaron a valorar la posibilidad de incorporarlo, algo que en ese momento hubiese supuesto un golpe futbolístico y publicitario de primera magnitud.
Sin embargo, algunas actitudes de Streltsov no gustaban del todo en el Kremlin, más allá de aceptar que le debían una porción grande del triunfo en Melbourne (el primero importante del fútbol soviético) y que sus cualidades en la cancha eran el mejor pasaporte para extender el éxito con el debut del equipo nacional en un Mundial.
Así jugaba Streltsov
Edik, en efecto, se alejaba bastante del prototipo de deportista ruso de aquella época. Su comportamiento -desenfadado, mujeriego, amante de la fiesta y el alcohol- coincidía exactamente con el que el Politburó del Partido Comunista consideraba la viva expresión de la degradación moral e intelectual de sus enemigos en la Guerra Fría. Los relatos y rumores acerca de la conducta díscola del delantero del Torpedo circulaban por todo Moscú y en el menú había platos para todos los gustos. Desde el desplante (con insulto incluido) a la hija de Yekaterina Furtsenko, ministra de Cultura del país, a una vaga amenaza de deserción aprovechando algún viaje al exterior, pasando por lo inoportuno de su boda un día antes de un partido importante o sus reiteradas impuntualidades.
En este capítulo, el premio se lo lleva la pérdida del tren que trasladaba el plantel de la URSS a Leipzig para disputar el encuentro que definía la clasificación para Suecia 58. Streltsov e Ivanov llegaron tarde a la estación tras una noche de juerga, un coche debió llevarlos a toda velocidad hasta Mozhaisk, a unos cien kilómetros de distancia, donde el tren paró especialmente para que subieran. Pese al retraso, ambos fueron titulares y Edik fue la figura del 2-0: marcó el primer gol y dio el pase del segundo.
Aun así, las autoridades lo observaban de reojo. Era un ídolo, sí, pero no un ídolo ejemplar. De hecho, lo habían tentado para que pasara a jugar en el CSKA o el Dínamo con la idea de tener un mayor control sobre sus movimientos, pero Streltsov se negó. Su fidelidad al Torpedo le hizo ganar la gratitud eterna de sus hinchas pero aumentó el resquemor entre la dirigencia rusa. Lo peor estaba por llegar.
El derrumbe
El 18 de mayo de 1958, la URSS e Inglaterra disputaron un partido de preparación para el Mundial en Moscú. Empataron 1 a 1. Ivanov (autor del gol ruso) y Streltsov compartieron la delantera. Fue la última aparición de Edik con la camiseta de la selección antes del episodio que acabaría con su traslado a una prisión siberiana. La certeza de lo que ocurrió aquella noche aún hoy permanece entre las tinieblas y todo hace suponer que así será hasta el día del juicio final. La ausencia de Streltsov en la delegación que llegó a Suecia a disputar el Mundial disparó toda una serie de hipótesis que la prensa occidental vendió con aires de verdad absoluta, sin ninguna prueba concreta.
El eje principal de la teoría afirmaba que el delantero del Torpedo fue víctima de una trampa urdida desde las altas esferas del gobierno. El objetivo habría sido aplicar un castigo ejemplar a una estrella de conducta disipada que a partir de su fama pudiera sentirse impune y diferente a sus compatriotas. Arrogante y rebelde como era, Streltsov tenía todas las fichas a su favor para ser el elegido, porque además añadía a su “prontuario” el desaire a la poderosa ministra Furtsenko y las citadas amenazas de deserción. Ya sea por venganza o prevención, según los medios del oeste europeo el propio Nikita Jrushchov, presidente del consejo de ministros y máxima autoridad de la nación en esos años, habría participado del complot. Este ángulo de la versión tenía el aval de lo dicho por Gavrielli Kachalin, técnico de la selección, quien aseguró en varias ocasiones que sus intentos por averiguar qué estaba pasando con su jugador estrella terminaban siempre con la misma respuesta: “Pregunte en las oficinas de Jrushchov”.
El nudo de la historia, es decir, lo que de verdad había ocurrido entre Streltsov y Marina Lebedeva, sólo tenía los testimonios de gente que no estuvo en la fiesta. Nikita Simonyan, que llegó a ser vicepresidente de la Federación rusa de fútbol y recibió múltiples condecoraciones en la era soviética, aceptó en una entrevista que concedió a Jonathan Wilson, periodista del diario inglés The Guardian, que aquella noche hubo una violación, pero intentó desligar del caso a su ex compañero. “Es una historia oscura y resulta difícil decir quién fue”, dijo, y se animó a sugerir que el culpable podría haber sido Karajanov. También esbozó la teoría de que “la chica fue a los suburbios, unos muchachos la esperaron y pasó lo que pasó”. Simonyan enseñó ese día a Wilson una foto donde se ve a la mujer con moretones en los ojos, lo que corroboraba la violencia de género. “No me parece que haya sido un montaje”, era su conclusión, aunque en ella no se explicaba cómo fue que Streltsov acabó inculpado. Valentin Ivanov, el socio ideal de Edik sobre el césped, trazó una línea parecida. Apuntó al dueño de casa como posible culpable, aunque varios años más tarde admitiría las flaquezas de su amigo: “Fue el más fuerte dentro de la cancha y el más débil fuera de ellas”.
El trailer de la película sobre su vida
El caso demoró medio siglo en agregar un nuevo capítulo. En 2017, cuando la Unión Soviética ya era parte del pasado y la figura del delantero ya había sido reivindicada dentro y fuera de Rusia, el periodista Piotr Spektor publicó los legajos judiciales del caso y en ellos la declaración de Marina Lebedeva obligó a cambiar la mirada. Allí explica de manera detallada cómo el futbolista de la selección abusó de ella y hasta menciona al general Karajanov, el dueño de la dacha, como su cómplice.
Unos años después, en 2020, Streltsov se convertiría en el título de una película dirigida por el cineasta Ilya Uchitel que recrea la vida del jugador en un tono romántico y casi naïf. Se lo presenta como un héroe imbatible en la cancha, apasionado y algo rebelde fuera, enamorado de la que fue fugazmente su esposa, capaz de trepar a un tren en marcha para salvar su retraso en llegar a la estación y de marcar goles imposibles. El capítulo de la supuesta violación aparece totalmente distorsionado, aunque abona la idea de la trampa y el montaje. Desde ya, solo incrementa las dudas sobre lo que sucedió.
Lo concreto es que el juicio se resolvió en sesiones secretas y en tiempo récord y, tal como la prensa occidental declaró la inocencia de Streltsov sin mayores pruebas, la Justicia soviética determinó su culpabilidad de la misma manera. Con el correr del tiempo, al otro lado de la Cortina de Hierro siguieron alentándose las leyendas. Se habló de una muy improbable concentración de 100.000 hinchas del Torpedo pidiendo por su liberación (no existen imágenes que la avalen), y hasta se le adjudicó a Streltsov el apodo de “Pelé blanco”, una posibilidad cronológicamente imposible. Cuando en junio de 1958 el jugador ruso pasaba sus primeros días en Siberia estaba llegando a Suecia un pibe de 17 años que se llamaba Edson Arantes do Nascimento. Era suplente en su equipo y un absoluto desconocido fuera de Brasil. La consagración como O Rei Pelé comenzaría a gestarse un mes más tarde.
El regreso del gulag
A la historia futbolística de Streltsov le quedaban varias vueltas que dar. En febrero de 1963, de un día para otro y sin mediar explicación alguna, el gobierno decidió indultarlo. Volvió a Moscú, y aunque sólo se le permitió jugar al fútbol en el equipo de una fábrica, los hinchas que seguían adorándolo se agolpaban por miles para verlo. Los cinco años transcurridos en el gulag le habían restado capacidad física, pero los partidos disputados junto a otros detenidos y funcionarios de la prisión le habían servido para mantener intacta la calidad con la pelota. Dos años después, ya con Leonid Brezhnev instalado como jefe máximo del Kremlin, pudo por fin volver al Torpedo.
Con él en la cancha, el club vivió una breve época dorada, ganando la liga soviética ese año y repitiendo en 1968. En lo individual, Streltsov fue elegido mejor jugador del torneo en 1967 y 1968. Ya no era un delantero explosivo sino un enganche sagaz, creador de fútbol para sus compañeros y con poder de llegada para seguir incrementando su propia cuenta anotadora. Incluso se especuló con su convocatoria para la selección que iba a jugar el Mundial ‘66 en Inglaterra, pero la KGB abortó cualquier posibilidad: la prohibición para salir del país continuaba aún vigente. El regreso con la camiseta roja y las siglas CCCP en el pecho se produciría unos meses después, en un amistoso contra Turquía. Le seguirían otros 16 encuentros, hasta el último frente a Hungría el 16 de mayo de 1968, exactamente diez años después del episodio que marcó su carrera.
Streltsov acabaría retirándose en 1970, a los 33 años en medio de la idolatría de los hinchas del Torpedo y la mayor parte de los simpatizantes del fútbol soviético. Sus números definen su trayectoria: 256 partidos y 118 goles en su club; 38 y 25, respectivamente, en la selección. A partir de ese momento se dedicó a entrenar a los juveniles del Torpedo con el silencio como norma. Nunca más, ni nunca antes, volvió a mencionar ni referirse a lo sucedido en la dacha del general Karajanov; nunca emitió una opinión sobre el castigo recibido.
Eduard Streltsov moriría muy joven, a los 53 años, el 22 de julio de 1990, víctima de un cáncer de laringe. La reivindicación de su figura debió esperar unos años más, hasta la desaparición de la Unión Soviética. En 1996, el Torpedo decidió ponerle su nombre al estadio del club (que actualmente está siendo reconstruido) y erigir una estatua suya en la puerta, semejante a otra que se encuentra en los accesos al estadio olímpico Luzhniki, sede central del Mundial 2018.
Por otro lado, en 2001 se creó en Rusia el Comité Streltsov, presidido por Anatoly Karpov, que fuera campeón del mundo de ajedrez. La meta fue lograr que Edik fuese exonerado del delito de violación. No lo consiguieron, pero aun así lograron mantener la vigencia de su figura. En 2006, el Comité Olímpico Internacional entregó a su familia la medalla de oro que no había recibido 50 años antes, la FIFA lo incluyó dentro de la lista de los 50 futbolistas más importantes del siglo XX, y en 2016 la central de correos de Rusia emitió una estampilla con su rostro.
Algunos años antes, en 1997, los medios rusos publicaron la foto de una mujer depositando un ramo de flores sobre la tumba en la que descansan los restos de Eduard Streltsov. Muchos aseguraron que se trataba de Marina Lebedeva. Por supuesto, tampoco esto pudo ser confirmado. A la leyenda, quizás, todavía le queden más capítulos por sumar.
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