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Pelea entre jugadores, árbitros y policías: una batalla campal obligó a suspender el clásico de Pinamar
El partido entre Deportivo Pinamar y San Vicente fue suspendido media hora antes del final por una pelea entre jugadores de ambos equipos, los árbitros y la policía local
El Deportivo Pinamar y San Vicente llegaban al clásico de la ciudad después de haber ganado cada uno sus dos primeros partidos del Apertura 2017 de la Liga Madariaguense, que como siempre ofrece cupos clasificatorios al Torneo Federal C. Por eso la expectativa era grande y de hecho eso se vio en la cancha, donde ambos equipos lucharon a tope por una victoria que empezó siendo del Deportivo, quien a los 10 minutos estaba 2-0, y luego casi fue de San Vicente, que lo empató a base de arremetidas en el segundo tiempo y cerca estuvo de darlo vuelta.
Evidentemente fueron demasiadas emociones juntas y la lucha, que empezó siendo de fútbol y de colores (con las tribunas teñidas de verde y de rojo, representativos de cada uno de los dos elencos), devino en una batalla personal que no dejó víctimas sólo de casualidad.
El Polideportivo de Pinamar tiene varios rasgos especiales. Desde el entorno boscoso que suele llenar de pinochas los márgenes de la cancha hasta la decisión de no cobrar entrada en los partidos que los equipos de esa ciudad disputan por la Liga Madariaguense de Fútbol, el torneo del que participan desde hace cuatro décadas junto a clubes de Villa Gesell y, naturalmente, Madariaga.
A estos detalles que enorgullecen a los pinamarenses como dueños del estadio municipal se le suma otro que siempre llamó la atención en toda la región: la falta de operativos de seguridad entre las hinchadas rivales, quienes entran y salen por el mismo acceso sobre Intermédanos, la calle que une a Pinamar con Ostende, Valeria del Mar y Cariló, las otras localidades del Partido.
Sin embargo este relato bonito y poco frecuente en el lobotomizado fútbol argentino se empañó ayer con un episodio penoso y aterrador: el clásico (partido insigne de una ciudad que hoy tiene además a Nuevo Amanecer de Ostende y a Defensores de Valeria del Mar) terminó suspendido media hora antes del final por la dantesca batalla que protagonizaron jugadores de ambos equipos, y en la que también terminaron entreverados los árbitros y la policía.
Todo comenzó con una falta que el volante Ulises Imblaip, de San Vicente, le cometió al delantero paraguayo Jonatan Rivas del Deportivo Pinamar cerca del área del primero. El “Sanvi” acababa de igualar un partido que se le había presentado desfavorable y aún quedaba media hora de juego. Isaías Rivas, hermano y compañero de ataque del jugador derribado, fue a buscar a Imblaip, quien respondió con un manotazo en la cara. El árbitro Sergio Funes decidió expulsar a estos dos e Isaías Rivas reaccionó tirándole un golpe al referí. Fue el comienzo del caos.
Como reguero de pólvora fueron sumándose a la reyerta prácticamente la totalidad de ambos planteles, incluidos miembros de los cuerpos técnicos, a excepción de algunos que intentaban en vano detener una pelea desmadrada a cada segundo que transcurría.
Los efectivos policiales, sin evidentemente ningún tipo de estrategia ni planificación sobre la posibilidad de un conflicto, actuaban de manera espasmódica, desordenada… y peligrosa: en los videos pueden escucharse tres disparos al aire que un agente realiza en plena batalla. Pero lejos de calmar los ánimos dentro de la cancha, esta temeraria e irresponsable determinación generó angustia en la zona de tribunas, ocupada no sólo por simpatizantes sino también por familiares de jugadores.
La absoluta falta de pericia de la policía en este espectáculo ya se predecía en el entretiempo, cuando algunas personas ingresaron a la cancha en calma pero sin impedimentos, como el caso de un muchacho que incluso se arrimó hasta donde unos suplentes del Deportivo Pinamar calentaban con una pelota y les exigió que lo dejaran intervenir en el toque del balón. Los agentes, insólitamente, observaban lo que sucedía y hasta reían entre sí
Después de unos diez minutos de órdago, los jugadores cesaron las hostilidades no tanto por haber entrado en razón, sino más bien por el agotamiento que les produjo semejante arrebato físico. La terna arbitral decidió entonces lo obvio: dar por suspendido el partido. En las tribunas, unas mil personas que habían ido a disfrutar de un partido de fútbol se retiraban sin comprender demasiado lo que había ocurrido. El encuentro había quedado empatado, aunque independientemente de la decisión que tome la Liga Madariaguense, perdieron todos.
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