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Un River nervioso chocó ante el Boca de amarillo, pero mucho más contra un Rossi de azul eléctrico
Tras una semana en la que se habló mucho de la camiseta alternativa, el equipo de Battaglia consiguió un triunfo reivindicatorio con su arquero de gran figura y el esfuerzo del resto
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Los partidarios de las supersticiones y lo esotérico invocarán el influjo de la camiseta amarilla que Boca eligió para venir al Monumental. Sin desmerecer el esfuerzo y la entrega de los 15 (10 titulares y los cinco que ingresaron desde el banco) que ayudaron al 1-0, el más influyente para conseguir la victoria fue alguien que vistió de azul. Agustín Rossi, con su buzo azul eléctrico, iluminó el reivindicatorio triunfo de Boca.
Tapadas decisivas frente a Julián Álvarez, ante un tiro libre de Juanfer Fernández, doblándose hacia atrás como una goma para desviar un cabezazo de Palavecino. Rossi fue la última muralla irrompible de un Boca que ganó con pico y pala, y el oportunismo de Sebastián Villa para usufructuar el despiste de González Pirez.
Una victoria doblemente reivindicatoria, para Rossi y Boca. Para el arquero, porque en su anterior partido en el Monumental había sido señalado por el primer gol de Álvarez. Más que volar, se había desarmado en su intento de sacar el remate de media distancia. Anoche no falló nunca. Seguro, rápido de reflejos, bien ubicado, con la confianza creciente para sentirse inexpugnable. Se quedó con las pelotas más difíciles y con el último córner de River en tiempo de descuento.
Y Boca salió indemne y fortalecido tras pasar por los dos aros de fuego que empezaban a sitiar la continuidad de Battaglia: Estudiantes y River. Ambos de visitante y con la urgencia de recuperarse en el juego y los resultados. Salió adelante con lo más importante, seis puntos sobre seis. En La Plata jugó mejor que en el Monumental, donde sacó a relucir la garra xeneize, el espíritu solidario y el ojo clínico del oportunista para castigar un error rival.
Lo más destacado de River 0 - Boca 1
Descendió la temperatura climática, el otoño bajó sobre el Monumental y el termómetro del superclásico subió con más lucha y fricciones que fútbol en el primer tiempo. Boca entró decidido a corregir la imagen de tibieza e inferioridad que había dejado en su última visita. No lo hizo desde el juego ni la elaboración, sino a partir de la disposición para comprimir líneas, ajustar la presión y no escatimar piernas en cada cruce. Mucha lija y escaso toque, salvo cuando Pol Fernández lo hacía de primera para limpiar terreno y dar un poco de fluidez.
River no se sentía cómodo, le costaba encontrarse. No intervenía Enzo Fernández y Simón naufragaba entre ser interior o puntero. El circuito habitual de River tenía interrupciones. Se activaba más sobre la izquierda, con De la Cruz, Barco y las subidas de Casco. En Boca, Medina y Ramírez estaban más pendientes de guardar sus posiciones que de atreverse en aventuras ofensivas.
Lo más insólito de Boca fue que en un partido que salió a disputar con los dientes apretados y sin concesiones haya incluido a un Darío Benedetto invisible. A menos de 20 días de haberse desgarrado fue evidente que el delantero no estaba en condiciones físicas. No disputó ninguna pelota, no tiró un desmarque, caminó la cancha. Boca jugó con diez la primera etapa. Un error de percepción de Battaglia. O quizá creyó en el deseo y la voluntad de estar de Benedetto, que pasó por el encuentro como un testigo sin intervención. Tras el partido, Battaglia lo justificó en un malestar relacionado con un estado gripal.
La actitud combativa de Boca no se complementaba con algún aspecto ofensivo. Acabó la primera etapa sin patear al arco. River intentó salir de la persecución pegajosa rival con un juego más directo y alguna aparición individual, sobre todo de Álvarez, que en una maniobra gambeteó a Ramírez y Rojo para sacar un zurdazo que tapó Rossi.
River fue superior en los 20 minutos finales del primer tiempo. Con más posesión y movilidad obligó a Boca defenderse más cerca de su área. Tuvo ocasiones para irse en ventaja, pero le faltaron serenidad y justeza. El desarrollo ya entregaba certezas: Advíncula había caminado por la cornisa de la expulsión cuando, estando amonestado, le tiró todo el corpachón encima desde atrás. Todo River reclamó la tarjeta roja, pero el árbitro Herrera tuvo una mirada más permisiva. Battaglia no quiso correr más riesgos y el segundo período mandó a Figal por el lateral peruano. La otra variante era una obviedad: Luis Vázquez por Benedetto.
A poco de entrar, al juvenil Vázquez le alcanzó una incursión profunda por la derecha para demostrar que debió ser titular. Con un centro-delantero más activo, Boca tuvo una referencia clara, aunque la ofensiva no figuraba entre sus desvelos. Estaba agazapado, a la espera de una oportunidad. O de algún error adversario. Y ese regalo llegó a los 8 minutos, con la deficiente cobertura dentro del área de González Pirez de una pelota que le terminó ganando Villa; Armani tampoco reaccionó rápido y el colombiano transformó el obsequio en el gol de la victoria.
La palabra de Battaglia
El superclásico recibía un fuerte golpe de efecto. Ganaba el equipo que menos había hecho en ataque, el que se había prodigado físicamente para achicar espacios, disputar cada pelota y, si hacía falta, cortar con foul (Boca sumó 22 infracciones contra 13 de River).
La imprecisión que había mostrado River en los últimos 30 metros derivó en nerviosismo y apuros al verse en desventaja. Gallardo empezó a tocar teclas del ataque. Apostó a la doble punta con el ingreso de Braian Romero para acompañar a Álvarez. A Juanfer Quintero por el intrascendente Simón. Buscó más agresividad por la izquierda con Elías Gómez por Casco. Más piernas frescas y lucidez con Palavecino y Pochettino. Pero no era una cuestión individual, sino de una ansiedad que se hizo colectiva.
No había mucho en juego desde el resultado en función de la clasificación de ambos para la etapa final. Pero igual un superclásico nunca es en vano. Lo atestigua un River impotente y un Boca duro, que reforzó su autoestima, subido en andas de Rossi.
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