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Un River autodestructivo es uno de los mayores desafíos para Marcelo Gallardo en sus ocho años de gestión: “No voy a dramatizar”
En tres días, las derrotas ante Boca y Banfield expusieron a un equipo frágil y titubeante, cada vez más lejos de pelear el título de la Liga Profesional
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River no sale de un ciclo autodestructivo que lo tiene en tierra de nadie, si de pelear el campeonato se trata. Al golpazo de la derrota ante Boca le siguió el aturdimiento de la caída contra Banfield por 2 a 1. Se transformó en un equipo de cristal fino, se rompe ante el primer impacto. Los dos partidos de las últimas 72 horas profundizaron todos los desajustes que venía arrastrando y de alguna manera disimulaba en medio de su discontinuidad. Un subibaja emocional y futbolístico que ahora lo empujó al primer subsuelo.
Consciente de que el momento es delicado, Marcelo Gallardo se metió en la cancha al final del partido para darle ánimo con una palmada a cada uno de sus abatidos jugadores. Un rato antes, coincidiendo con el segundo gol de Banfield a partir de un lateral, al Muñeco se le había escapado una mueca de incredulidad. Como le ocurre a los futbolistas, él tampoco le está encontrando la vuelta, más allá de los nombres y los sistemas. Su método, tanta veces eficaz y reactivo en cualquier circunstancia, no produce efecto. Es probable que ese respaldo final a sus jugadores lleve implícito el reconocimiento de que esta Liga Profesional es un tren que ya pasó, si bien matemáticamente es una competencia que siempre ofrece nuevas paradas para volver a subirse. Pero a este River no se lo ve con las ideas, el ánimo y el convencimiento para reengancharse.
A Gallardo también le cuesta encontrar respuestas al momento de River: “No jugamos mal, perdimos un partido difícil de explicar.” Luego continuó con su descargo: “No voy a dramatizar, estamos en un año irregular. Hoy fue más de lo mismo. A partir de eso, es mi responsabilidad. El campeonato es muy irregular, puede pasar de todo. También hay que seguir sumando para la tabla anual”. Y dijo por dónde puede estar la salida: “Quiero ser agradecido con el hincha de River porque no deja de acompañar, alienta y sostiene, a pesar de todo. Va a ser más fácil salir si no se convierte en un ambiente negativo ni un círculo vicioso. No tengo más para decir”.
Lo más destacado del partido
Cinco cambios hizo Gallardo con respecto al superclásico. Le sobraban motivos, entre un lesionado (Quintero), la rotación por la seguidilla de partidos y la disconformidad con algún rendimiento. Volvieron Palavecino y Simon, dos piezas esenciales en el campeón de la Superliga, posteriormente postergados sin razones muy valederas, y a los que periódicamente recurre el entrenador cuando las cosas se tuercen.
El primer tiempo de River fue el de un equipo que se sigue buscando, sin encontrarse. Insinúa, pero no confirma. Por momentos parece que recupera la memoria, hasta que un repentino ataque de amnesia lo devuelve a una nebulosa. Tuvo una iniciativa indolente, incluso sin pimienta en las escasas ocasiones que creó en esos primeros 45 minutos. A Simon le faltó potencia cuando dentro del área conectó un centro de Herrera.
Una movilidad sin sincronización atentó contra la ambición de River. Las combinaciones se interrumpían por un mal pase, un desentendimiento y, también hay que decirlo, por un Banfield ordenado, eficiente en la cobertura de los espacios y riguroso en los uno contra uno.
Los descuidos defensivos volvieron a darle un dolor de cabeza a River. Elías Gómez y De la Cruz llegaron tarde a dos anticipos por la izquierda; pista libre para la proyección de Coronel, cuyo centro fue conectado por Cruz: travesaño y la pelota que le llega a Cabrera para un zurdazo en el aire. Golazo y perplejidad en el Monumental.
La cuesta se hacía más empinada para River. A sus dificultades ofensivas le agregaba el recordatorio de que sus espaldas defensivas son frágiles. Tomar riesgos es exponerse a sufrimientos. Banfield supo olfatear ese estado de ansiedad de su rival.
Con todo, River redondeó un interesante final de primer tiempo. Más agresivo, aun con cuestiones a ajustar en la definición. La tendencia se mantuvo en el comienzo del segundo período, cuando se empezó a agigantar Cambeses. El arquero de Banfield evitó el empate en un remate de Simon y en un mano a mano contra De la Cruz, asistido por un toque de Borja que combinó la pausa justa con la precisión. El colombiano había ingresado unos minutos antes por un Beltrán desgastado en choques y fricciones.
Ante un River que se le venía encima, Claudio Vivas sacrificó a un delantero (Cruz) para reforzar la contención con Domingo. Merodeaba el empate, materializado por Borja al conectar un centro de Herrera.
A River se le presentaba el escenario para consolidar la reacción. Tenía el dominio y el gol debía significar el envión anímico tan necesario para su actualidad. Pero este River está sostenido por alfileres; cualquier movimiento mínimo le puede representar un terremoto.
Pocas situaciones retratan más la debilidad de un equipo que cuando recibe un gol de un saque lateral. Son acciones en las que se combina la desatención con el mal posicionamiento. Paulo Díaz falló un despeje y Palacios, descuidado por Gómez, dispuso de toda la comodidad para el derechazo cruzado.
Sin quitarle mérito a Banfield -en este campeonato ya se dio el gusto de ganar en la Bombonera-, que de contraataque estuvo cerca del tercero, River otra vez no podía con sí mismo. Tampoco con Cambeses, que le sacó a Suárez el 2-2 en el último segundo.
Aunque no faltó el apoyo, una mezcla de incomprensión y desolación recorrió al Monumental tras el final. Este River perdió mentalidad y músculo. Va a tientas, se tambalea, lo tocan y se cae.
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