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Un Last Dance triunfal y celebratorio: el Messi crepuscular aprendió a mirar cómo sus discípulos se divierten
El capitán de la selección recorre el tramo final de su carrera disfrutando desde otro lugar
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Otra vez fue el longevo capitán el que abrió el marcador. Un jugador de más de 35 años con cientos de batallas y algunos triunfos, que fueron tan enormes como recientes y acaso tardíos. La diferencia es que en lugar del talentoso delantero dueño de todos los récords, el que marcó esta vez fue el recio central.
Lo que tantas veces hizo Lionel Messi, esta vez le tocó a Nicolás Otamendi, que abrió el partido con un gol tempranero y preciso. Una obra maestra que salió de un córner y que se habrá practicado en el predio deportivo Lionel Andrés Messi. Esta vez a Otamendi no le tocó rechazar. Todo lo contrario, estiró su pierna derecha en un movimiento de bailarina y le dio de lleno a la pelota, que se hundió en la red.
La selección argentina tuvo un primer tiempo soberbio. Tan aceitados estaban los campeones del mundo, tan confiados en el rendimiento colectivo del equipo que levantó la más ansiada de las copas en Qatar, que nadie, ni en el campo, ni en el estadio, extrañó a Messi.
Y esto no va en detrimento del talento del 10, tampoco de su ascendencia sobre el grupo de jugadores, que es enorme. Nada de eso. Que nadie lo extrañe es quizás su mejor legado. Messi se cargó en sus hombros las frustraciones de un país con su deporte insignia y, luego de cruzar el más árido de los desiertos, levantó la copa y vació la mochila. Librados del peso de esa historia carente de trofeos, sus discípulos juegan ahora como lo que son: jóvenes, talentosos, exitosos y campeones del mundo. Nada malo puede ocurrir cuando se camina con la certeza de ser hermoso, admirado y deseado.
Durante su larga ausencia del primer tiempo, Messi ni siquiera fue nombrado en las tribunas. Recién al minuto 40 se escuchó el primer ¡Messi, Messi!, pero fue tímido. Incluso menos ruidoso que la ovación que sí recibió cuando lo nombraron, último, en la presentación de la formación argentina. El tercer ¡Messi, Messi! fue a los pocos minutos del segundo tiempo, cuando comenzó a calentar al borde de la cancha. La invocación al 10 careció, en todos los casos, del ánimo de reclamo que otras épocas más tumultuosas de la selección encarnó el desafiante ¡Maradó, Maradó!
“Lo importante es que se ganó. Siempre es difícil ganar en las eliminatorias, son partidos muy duros. Contra Paraguay siempre son partidos muy trabados”
El equipo no dejaba lugar para ningún tipo de reproche. Lautaro Martínez y Julián Álvarez encendieron el partido con química y conexiones punzantes. Un control en el aire de Lautaro se convirtió en un pase preciso para Julián, que le devolvió la gentileza con un centro atrás. El remate de Lautaro se desvió en un jugador paraguayo. Hubiese sido un golazo.
Alexis Mac Allister fue otro punto altísimo de la selección. Jugó siempre simple y preciso. No llegó a conectar el remate en otra jugada de pizarrón luego de un córner, pero se reivindicó con una maniobra maradoniana al borde del área. En la misma jugada engañó a los defensores paraguayos con una pisada y una pausa antes de lanzarse sobre el área. Erró dos pases en todo el partido. El segundo, en el minuto 80.
El estadio entró en convulsión cuando Messi comenzó a calentar al costado de la cancha antes de entrar en reemplazo de Julián que fue, junto con Mac Allister, el mejor jugador del primer tiempo, con un gran desgaste, corriendo rivales y generando peligro. El ¡Messi, Messi! fue atronador, como si una corriente eléctrica hubiera recorrido a los hinchas del Monumental, conscientes de que podrían estar asistiendo a una larga gira de despedida del astro rosarino. Un Last Dance triunfal y celebratorio.
“La idea era seguir sumando minutos. Había jugado 35-40 minutos, había tenido pocos entrenamientos de máxima exigencia. Acá pude sumar eso”
El propio Messi pareció aceptar su rol de espectador cuando, ya dentro de la cancha y en reemplazó de Julián, le hizo gestos a Otamendi para que no le cediese la banda de capitán. Fue apenas eso, un gesto, el defensor entendió que su liderazgo se vaciaba de sentido con Messi en la cancha.
El contraste entre Messi y Álvarez no podía ser mayor. Donde el joven de Calchín hostigaba rivales corriéndolos hasta la casa, Messi patrullaba el campo con su ya famoso paso cansino, ahorrando piernas para luego encender la magia cuando entendía que era el momento.
La cicatriz de una vieja lesión en la cara posterior del muslo derecho y sus 36 años son la razón de esta versión moderada de Messi. El jugador que, en palabras de Scaloni, nunca salía salvo que él lo pidiera, ahora tiene que conformarse con empezar los partidos en el banco. Apenas sumó 72 minutos Messi en su equipo, Inter Miami, desde aquel cruce con Ecuador en el inicio de las eliminatorias.
El equipo, hay que decirlo, estuvo menos vertiginoso en ese inicio del segundo tiempo sin la presencia de Julián. Siguió dominando y generando algunas situaciones, pero ya no con el volumen de esos primeros 45 minutos magistrales.
Sí hubo algunos detalles de la genialidad del 10, agrupando paraguayos en la medialuna contraria antes de filtrar un pase sutil que terminó en un remate apenas desviado de Lautaro. O comandando un contraataque raudo que terminó con otro tiro apenas desviado de Nicolás González. El delantero de la Fiorentina tuvo varias situaciones calcadas con desbordes por la izquierda, pero estuvo impreciso en la definición.
Contento de volver a jugar después de estar un tiempo parado y de representar a la selección, pude sumar minutos
Ya en el tiempo adicionado, Messi se adelantó con la pelota atada a su botín izquierdo y recibió un falta en el labio de la medialuna. El estadio se paralizó y una vez más sonó el grito de guerra ¡Messi, Messi! ¿Acaso se había reservado una vez más la última bala para el final, como contra Ecuador? ¿Sellaría sus casi 40 minutos en el campo con otro golazo de tiro libre? Casi. Messi le pegó, Mac Allister se agachó para dejar pasar el remate y la pelota se estrelló contra el palo derecho del arco paraguayo. El estadio, Messi, se quedó con el grito de gol atragantado.
En una noche repleta de fútbol, los campeones del mundo brillaron sin la necesidad de cargarle a su capitán el peso del triunfo. Acaso sea ese el mayor legado de este Messi crepuscular: mirar un poco desde el costado como sus discípulos se divierten.
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