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Un Barcelona ecléctico, a la medida de su entrenador
MADRID.- A punto de llegar a la Navidad, el Barça se mantiene firme en su liderazgo, que ya no sorprende a nadie. Nada que ver con las previsiones del verano, cuando se le acumulaban los problemas y se sucedían las crisis en el club. Se fue Neymar y lo arrolló el Real Madrid en la Supercopa de España. A nadie entusiasmó el joven Dembelé, un delantero prometedor pero todavía sin el empaque de las figuras. Aquel tambaleante Barça invitaba al desastre, pero comenzó a ganar partidos en la Liga y luego en la Champions League, y al calor de las victorias consagró un perfil de juego más profesional que brillante, más cuidadoso con la seguridad que con el estilo, nudo gordiano del debate futbolístico en Barcelona. Por las razones que sean, quizá porque nadie esperaba el victorioso recorrido del Barça o quizá porque el debate se ha trasladado del fútbol a la crisis política que se vive en Cataluña, no hay discusión alrededor del estilo del equipo, que ha abandonado su célebre 4-3-3 por el 4-4-2 o el dibujo que decida su nuevo entrenador, Ernesto Valverde.
Nacido en Extremadura, radicado desde niño en el País Vasco, Valverde es un hombre que sabe adaptarse a todas las circunstancias. Comenzó a destacarse como jugador en Sestao, un pueblo obrero cercano a Bilbao, definido por la tenacidad de su gente y los tremendos problemas sociales que sucedieron al cierre casi completo de los Altos Hornos de Bizkaia, el gigante siderúrgico de España, y el declive de la industria naval. El desempleo llegó a alcanzar el 50% por ciento de la población y la heroína hizo estragos entre los jóvenes. En ese desolador paisaje, Valverde emergió como un ágil extremo en medio de un equipo que no tenía ninguna pretensión estética. El Sestao se parecía a su entorno: duro, contundente, sin pretensiones de grandeza.
Valverde comenzó en el pequeño campo de Las Llanas una aventura futbolística que le llevó en primer lugar al Espanyol de Barcelona, donde coincidió con Javier Clemente, despedido del Athletic después de ganar dos Ligas (1983 y 1984) y una Copa (1984), los dos últimos grandes trofeos del club vasco. Clemente convirtió su desencuentro con Manolo Sarabia, el jugador con más clase del equipo, en un asunto sin retorno. O él, o Sarabia. El desafío comprometía de tal manera a la directiva del club –Clemente era en aquellos días el personaje más popular del fútbol español– que la decisión tenía que ser igual de tajante. El Athletic despidió a Clemente en enero de 1986. Ese mismo año firmó por el Espanyol, donde empezó el despegue de Valverde como futbolista.
Pocas personas mantienen una personalidad más alejada que Clemente y Valverde. Uno, Clemente, es fanfarrón, demagogo y polémico. Exige una lealtad militar a su figura. Valverde es tímido, observador y discreto. Su afición es la fotografía y no como hobby. Excelente fotógrafo, ha publicado en algunos de los periódicos más importantes de España (El País y El Periódico de Barcelona, por ejemplo). Parte de su obra está recogida en el libro Medio Tiempo, aparecido en 2013. Amigo del escritor Bernardo Atxaga y del músico Ruper Ordorika, dos de los principales representantes de la última ola cultural vasca, Valverde siempre parece más cómodo en los círculos pequeños que en el aparatoso mundo del fútbol.
Su excelente desempeño en el Espanyol le llevó al Barça, donde arrancaba el fascinante periodo de Cruyff. Si Clemente significaba el fútbol agreste, industrial, britanizado, Cruyff representaba la escuela contraria: juego de ataque, máxima posesión de la pelota, elaboración paciente y jugadores de clase, con la preponderancia de los extremos. Aunque no triunfó en el Barça, Valverde mantuvo su prestigio. Ingresó en el Athletic de Bilbao con un grado superlativo de experiencias. En el Athletic fue figura, tanto por su rendimiento como por su personalidad. Era un hombre fiable. Cuando se retiró, era evidente que Ernesto Valverde, Txingurri para la gente del fútbol, continuaría en el fútbol como entrenador.
No se puede hablar de la adhesión de Valverde a ninguna escuela concreta, probablemente porque ha conocido todas y a todos sus popes: Cruyff, Clemente, Jupp Heynckes, Irureta…También sabe muy lo que significan clubes como el Athletic y el Barça en dos comunidades caracterizadas por conflictos políticos de primer orden. Y no le falta mundo. Dirigió al Athletic y luego pasó por el Espanyol, Villarreal, Olympiakos, Valencia, antes de volver a Bilbao, donde sucedió a Marcelo Bielsa. Su Athletic alcanzó una final de Copa, acudió con regularidad a las competiciones europeas y se impuso al Barça en la Supercopa de 2015, el primer trofeo del club bilbaíno desde 1984.
A Valverde se le etiquetó muy pronto como sucesor de Luis Enrique al frente del Barça. Tenía pasado azulgrana, buenos amigos en Barcelona y no generaba antipatías ni en la directiva, ni en la prensa. No era un entrenador que animaba a la división, como Clemente o Luis Enrique. Inteligente y astuto, Valverde invita a la normalidad. Nunca está demasiado cerca de los directivos, ni de los jugadores. Sus relaciones con el periodismo son buenas, pero hadce años que no concede entrevistas. A diferencia de la mayoría de los técnicos actuales, Valverde no parece afectado por la fama, ni por el descontrol del ego. Sabe moverse en las situaciones de incertidumbre, como la que atravesaba el Barça tras ceder la primacía al Real Madrid, ganador de la Liga y la Champions League en 2017.
Alguien pensó en el Barça que venían tiempos difíciles y que se necesitaba a un técnico sensato para gestionarlos. No fue un aterrizaje suave. Dos derrotas frente al Real Madrid sucedieron al divorcio Neymar–Barça. No podía empezar peor la aventura de Valverde en el Barça. No se quejó, no entró en estado de pánico, no apeló al populismo. Mantuvo el aire circunspecto que siempre le ha caracterizado y operó con rapidez sobre el equipo: privilegió la fiabilidad defensiva, aprovechó la marcha de Neymar para instalar un creciente 4-4-2 y dejó que Messi se explicara en el campo. No le ha ido mal. El Barça ha ganado 12 partidos, ha empatado tres (Atlético, Celta y Valencia) y no ha perdido todavía. No deslumbra, pero transmite seguridad y no invita al ruido. Es un Barça más ecléctico que en sus ediciones anteriores, posiblemente porque ésa es una característica esencial del hombre que los dirige.
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