- 10 minutos de lectura'
¿De qué juega Lionel Messi? Trapecista, titiritero y killer. “Messi es mejor ahora que antes”, analizó hace un tiempo Lionel Scaloni y pareció afiebrado. ¿Y si otra vez tuvo razón el entrenador del destrato? “Él nos acostumbró a lo extraordinario. El día que juega mal, Messi está entre los tres mejores del partido”, supo resumir Jorge Valdano con poética lucidez. Desequilibrante, imprevisible, goleador. Todas esas virtudes las conoce el mundo, las tiene desde siempre. Pero ahora cuenta con una propiedad más: está liberado. Juega sin complejos ni ataduras, sin cuentas pendientes, sin el acecho de un país que lo perturbó durante años. Es Messi en estado salvaje, hasta con ciertos aires pendencieros, como si nada menos que el orgullo estuviera en discusión.
Probablemente el secreto del reinado de Messi sea su vigencia. Nadie gobernó el ‘planeta fútbol’ durante… ¿12, 15 años seguidos? Nadie. Alguna vez, su rendimiento comenzará a caer. Pero camino a los 36 años, aún nada lo preanuncia. Mantiene la metralla de goles, le agregó una clarividente lectura global del campo y, especialmente, le inyectó más carácter a su genialidad. La determinación y la ambición lo invaden cuando sale de cacería con la Argentina. Nada de relajación o dispersión. Messi parece obsesionado, enfocado con mirada asesina en el Mundial de Qatar. Nunca desembarcó en una Copa del Mundo con el liderazgo, la influencia y la inteligencia futbolística tan alineados. Es la mejor versión de Messi: menos eléctrico, más cerebral e igual de mágico. El crack que, ahora, también impresiona por su contrato grupal. Juega con el pincel y los colmillos afilados.
Lo que Scaloni dijo exactamente, y entonces provocó hasta alguna sonrisita complaciente, fue: “Messi hoy tiene más experiencia. Es un chico muy inteligente. Futbolísticamente, ha mejorado un montón. Para mí es mucho mejor jugador ahora que antes. Antes era impresionante... Se pasaba a quién fuera y hacía lo que quería con la pelota. Ahora entiende mucho más el juego. La madurez es importante para todo ser humano”.
La pintura resultó correcta. Messi ya no asombra con un slalom desde la mitad de la cancha como en el gol que le marcó a Getafe en 2007, ni convierte 91 tantos en un año como en 2012, entre los 79 en Barcelona y otros 12 en la selección. No. Messi ahora es más y mejor que aquello, que naturalmente ya resultaba asombroso. Messi dinamiza, contagia, habilita… y también convierte, sí. Su registro de asistencias creció exponencialmente, síntesis de la evolución. Ya no es solo el intérprete colosal, no. Ahora también compone la partitura, distribuye los compases y elige los instrumentos.
Pero resulta mucho más valioso si el análisis proviene de sus excompañeros, futbolistas que compartieron diferentes mundiales con Messi. Por ejemplo, Gabriel Milito, presente en la Copa de Alemania 2006. El entrenador de Argentinos no tiene ninguna duda: “Leo atraviesa su mejor momento, sí. Por madurez, experiencia y tranquilidad. Y subrayo tranquilidad. Haber ganado la Copa América, después de tantos sinsabores, de alguna manera, le ha venido muy bien porque templó su ánimo. Se desafió. Anímicamente llega de una manera inmejorable a Qatar. Lo percibo muy cómodo fuera de la cancha, en la función de capitán y líder del equipo. Lo noto muy contento con sus compañeros, con sus amigos. Se lo ve muy sereno. A todo su talento y jerarquía, desde hace un tiempo le agregó calma, y esa tranquilidad se la transmite a sus compañeros. Pensemos que, muchos de estos muchachos que van a jugar un Mundial, lo tenían a Leo como a su gran ídolo cuando eran chiquitos. Y Leo, ese rol de líder, tantas veces discutido, lo sabe cumplir muy bien. Llega como nunca a un Mundial, y también, arropado por una fantástica energía en todo el entorno de la selección”, cuenta el ‘Mariscal’ a LA NACION.
Si se trata de estadísticas, Messi habita en un planeta de fábulas. Y en Qatar podrá seguir empujando los límites para llevar los récords a dimensiones desconocidas. Messi no se toma licencias si se trata de la selección. Flota en ataque, sin posiciones fijas, y se conecta con todos. Pero ya no le pesa. Juega suelto. Eso, juega suelto el líder espiritual. Su renovado capital es el compromiso, y cuando el genio está dispuesto a los esfuerzos… bueno, explota un México ‘86. La Argentina ya sabe de qué se trata.
Se suma el punto de vista de Nicolás Burdisso, actual director deportivo de Fiorentina, que jugó con el rosarino las Copas de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, las primeras de la ‘Pulga’. “En este momento de su carrera, Messi puede darle a la selección lo que la selección precisamente necesita: una fuerte dosis de liderazgo, de carga emotiva y confianza. La técnica y la estrategia son sus sellos de siempre, pero ahora, además, su presencia transmite seguridad. Es la primera vez que vemos al Messi ‘capitán’, pero capitán con todo el sentido del simbolismo anímico. Otros compañeros le ofrecerán gol a la selección, otros creatividad, otros agresividad, otros pausa y Messi, además de todo eso, le dará seguridad. Más que nunca, como nunca. Y eso en un Mundial es valiosísimo”, desarrolla Burdisso para LA NACION.
Nunca desembarcó tan aguzado y punzante en un Mundial. Será su quinto intento, y vale repasar los anteriores episodios. Quizás también arrojen algunas pistas para comprender la confianza y el empeño que lo guían en la excursión a Medio Oriente.
A Alemania 2006 no llegó bien físicamente. Sumaba apenas siete partidos en la selección y había cerrado la temporada en el Barcelona de Frank Rijkaard con 25 encuentros y 8 goles. Era muy joven, en la competencia cumpliría 19 años. Un año atrás, en el Mundial Sub 20 de Holanda, les había advertido a todos de lo que era capaz. Pero era suplente en ese plantel elegido por José Pekerman, donde Crespo, Saviola, Tevez, Riquelme, Maxi Rodríguez, Cambiasso y Lucho González cargaban con las responsabilidades ofensivas.
Un desgarro en el bíceps femoral de la pierna derecha, que había sufrido el 7 de marzo y le impidió, entre tantos partidos, jugar la final de la Champions contra Arsenal, no lo dejó en paz. Aterrizó en Alemania con 35 partidos y 11 goles en la temporada. No estuvo en el estreno con Costa de Marfil. En el segundo juego entró desde el banco, debutó contra Serbia y Montenegro en Gelsenkirchen y hasta convirtió un gol: con 18 años y 357 días se convirtió en el argentino más joven en conseguirlo. Fue titular contra Holanda, ingresó ante México… y ahí finalizó su Mundial. Después, se sabe, la foto en el banco contra Alemania en los cuartos de final y la condena popular contra Pekerman. Ese Messi no se encontraba en las mejores condiciones para jugar en la elite.
En Sudáfrica 2010, Messi cumplió 23 años. Ya era el mejor del mundo. Sumaba 45 partidos en la selección y había cerrado la temporada en el Barcelona de Pep con números fabulosos: 53 encuentros y 47 goles. Con la selección ya conocía de decepciones: en 2007 había perdido la final de la Copa América contra Brasil. Un rumor de desconfianza popular lo perseguía. No hizo goles en esta Copa, pero solo por imperio de alguna brujería: todos los arqueros, consecutivamente, los de Nigeria, Corea del Sur, Grecia –la tarde de la forzada capitanía que tanto sufrió– y México fueron figuras porque ahogaron una y otra vez los gritos del rosarino. Se destacó todo lo que pudo dentro del descalabro de equipo que había armado Diego Maradona, una selección confundida y descompensada que a Messi le tocó sufrir. El 4-0 con Alemania resultó un sopapo lógico. Ni Messi se escapó de ese derrumbe. Un crack desaprovechado y más miradas recelosas sobre él.}
Como un puente entre estas dos Copas del Mundo y la que vendría, Brasil 2014, aparece Maximiliano Rodríguez, compañero de Messi en esos tres mundiales, nada menos. El símbolo de Newell´s, que está en Qatar como analista de la cadena Telemundo, cree en la madurez. “Cada vez tiene más experiencia y vive los mundiales de otra manera. Pero siempre fue el líder. Por su peso propio, es el que manda en el vestuario, y al mismo tiempo, es feliz con una pelota. En los tres mundiales que me tocó vivir con él, siempre lo vi bien, porque él confía en lo que hace. Nunca lo vas a ver más o menos nervioso, está igual. Aunque, pensándolo bien, si no está bien Leo… ¿qué quedaría para el resto, no? Yo siempre lo he visto alegre, tranquilo. Y si él transmite esa seguridad, eso contagia y es muy bueno para el resto del plantel”, le explica Maxi a LA NACION.
En Brasil 2014 Messi cumplió los 27 años, ya acostumbrado a ser el amo del planeta fútbol, con cuatro Balones de Oro en su vitrina personal. Sumaba 86 partidos en la selección y había cerrado la temporada en el Barcelona del ‘Tata’ Martino con 46 encuentros y 41 goles. La exigencia que lo acosaba era replicar tanta gloria en la selección. El Himno mudo, los vómitos, otra frustración en la Copa América 2011 y el fantasma de ‘ser Maradona’. Todo pesaba.
Hizo un buen torneo en Brasil, pero fue de mayor a menor: decisivo en la etapa de grupo, con cuatro goles entre Bosnia, Irán y Nigeria; importante contra Suiza para cederle el gol a Di María… y progresivamente se fue apagando contra Bélgica, Holanda y Alemania a medida que el equipo lo dejó solo entre lesionados y agotamiento. Dejó de ser el equipo de Messi para ser el equipo de Mascherano. Aun así, nunca estuvo tan cerca de su obsesión, hasta que Göetze clavó el puñal en el alargue de la final. Y la FIFA le entregó el premio que más odia: mejor jugador de la Copa del Mundo. Por cierto, no lo fue.
A Rusia 2018 llegó el Messi más perturbado de los mundiales. Encadenaba 124 partidos en la selección y en el Barcelona de Ernesto Valverde había cerrado otra temporada impactante desde las estadísticas: 50 encuentros y 51 goles. Pero ni siquiera festejó sus 31 años porque la selección corrió serios riesgos de no pasar de la primera rueda. Arrastraba tres finales perdidas (2014/15/16) y la espesa relación del grupo con el DT Jorge Sampaoli hacía crujir la vida interior de la selección. A Messi le atajaron un penal en el debut con Islandia y desapareció por varios días. Se conectó contra Nigeria para evitar el papelón y Francia despidió a un cuadro en ruinas en los octavos de final. La política de autogestión de los históricos los condenó.
En ese Mundial estuvo Nahuel Guzmán, que parece encontrar el tono indicado: “Llega liviano Leo a Qatar. Llega como un bailarín clásico, en puntas de pise sobre las tablas. No sé si mejor que nunca, pero llega sin deudas, sin reproches. Maduro. Con todas las cicatrices, sí, con los golpes y las desilusiones que ya cargaba, pero ahora, también, se mueve con la alegría de la Copa América conquistada y ahí puede haber un bonus anímico. Está liviano porque sumó una copa muy pesada. Además, me imagino que llega contenido por un equipo de trabajo que lograron construir entre compañeros, entrenadores y colaboradores. Y lo imagino a él dejándose contener. Eso es clave porque los demás se sienten importantes y crecen todos. Ya no es solo Leo; es Leo, sí, pero no como solista sino como parte de algo más grande”, desarrolla para LA NACION el arquero de Tigres, de México.
Esta vez Messi no cumplirá años en una Copa del Mundo. ¿Será la última? Él lo dejó entrever, pero nadie podría sentenciarlo. Quizás por eso la obsesión, los cuidados, la dosificación de minutos y toda su agenda teñida de celeste y blanco. Astuto, sagaz, brillante. Ágil, rápido, voraz. Siempre coral. Y hambriento. La Copa América era su torneo maldito, y se vengó. Entre él y los mundiales también hay algo personal. Y no hay nadie más decidido que el genio inconformista.
Más notas de A Fondo
- 1
Diego Simeone, antes de Barcelona vs. Atlético de Madrid: “Nadie te asegura que ganando se abra la puerta para algo importante”
- 2
Torneo Apertura y Clausura 2025: cuándo empieza la competencia en el fútbol argentino
- 3
Copa Argentina 2025: los rivales de Boca, River y cómo quedó el cuadro
- 4
Yuta Minami, el arquero japonés que se metió un insólito gol en contra en su partido despedida... ¡y llamó al VAR!