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Las mejores historias de Tino Costa, el buscavidas del fútbol que cumplirá el sueño de jugar en San Lorenzo
El volante, de 31 años, firmará un contrato por tres años con el Ciclón y debutará en el fútbol argentino
La primera vez que subió a un avión, Tino Costa tenía 16 años. La Argentina vivía momentos de zozobra debido a la crisis financiera en el gobierno de Fernando de la Rúa. Era el 16 de diciembre de 2001. Llegó a Ezeiza en remera, pantalón corto y alpargatas. En una mano, un bolso con algo de ropa. El destino: la paradisíaca isla de Guadalupe, departamento francés en el mar Caribe. En la cabeza, el sueño de millones de chicos a esa temprana edad: ser futbolista profesional. “Aterrizó el avión y me di cuenta de que no sabía cómo desabrocharme el cinturón de seguridad. Me dio vergüenza y me puse a leer un libro. No quedaba nadie arriba, las azafatas se rieron y me ayudaron”, detalla el nuevo refuerzo de San Lorenzo.
El viaje, hasta hoy, fue muy extenso. El recorrido de Alberto Facundo Costa, hoy de 31 años, es totalmente opuesto al de la mayoría de los jugadores que llegan a la elite del fútbol. Si se apelaran a las estadísticas, probablemente su caso entre en el lote de “uno en un millón”. De origen humilde, su infancia en Las Flores, a 180 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, transcurrió entre el colegio, el empleo en una panadería y la pelota, siempre la pelota pegada al pie zurdo. “Me la pasaba jugando con amigos. Además, me ponía contento cuando traía unos pesos a mi casa después del trabajo. Tuve que madurar muy rápido”, confesó el volante a este cronista en una entrevista en 2011.
En Las Flores, de 25.000 habitantes, había que pelearla. Su padre, Alberto, era empleado en la municipalidad local. Su madre, Viviana, seguramente tenía el trabajo más arduo: la crianza de cuatro hijos varones. ¿Por qué el apodo Tino? “Mi abuelo miraba una novela en la que había un nene muy parecido a mí, que se llamaba Tino…”, recuerda. A los 6 años ya jugaba en un equipo del barrio. Pasó por Barrio Traut y La Terraza. Fue el dueño del último club, el doctor Rubén Muñoz, quien llegaría con la propuesta del traslado al destino exótico. Antes, algunas pruebas fallidas en el fútbol argentino. Primero, en Boca. Todavía hoy no recuerda si el examen fue en Junín o en Tres Arroyos. No tenían dinero y se fue con su padre, a dedo: se suspendió por lluvia. Al tiempo, una oportunidad en Estudiantes de La Plata. “Fui con la muñeca izquierda fracturada y no avisé, por supuesto. En una me tocaron, me caí y apoyé con ese brazo. Me hicieron ver las estrellas por el dolor y no toqué una pelota”, cuenta.
Algunos me preguntan si soy cuervo desde chico...ahí va una foto! @SanLorenzopic.twitter.com/Eih5cbtFlX&— tino costa (@tinocostalf) 6 de diciembre de 2013
Tino, obstinado, no quería detener su sueño. Aparecería la iniciativa de Muñoz, dueño del Racing Basse Terre de Guadalupe. Y el particular viaje en avión. Y la llegada a un lugar bellísimo, pero que a él en ese momento poco le importaba. “Me costó muchísimo, extrañaba todo el día, era un nene. Por las noches lloraba y armaba el bolso. Siempre estaba con la idea de agarrar mis cosas y volverme al otro día. Pero aguantaba”, relata.
Se anotó en el colegio y trabajó en un supermercado. Tenía hospedaje gracias a Muñoz, su mentor. El fútbol, allí, es amateur, un equivalente a la octava o novena división de Francia. “Me levantaba a las cinco, desayunaba y salía a correr. Subía y bajaba una colina para entrenarme solo. Volvía, me bañaba y me iba a la escuela. A la tarde practicaba con el equipo. Jugaba en la primera, todavía recuerdo que las patadas eran tan fuertes que volaba por el aire”, dice con una sonrisa.
El colegio lo ayudó a familiarizarse con el francés, aunque no le resultaba nada sencillo. “Repetí los primeros dos años, me sentaba atrás, no entendía. Cuando aprendí el idioma aprobé y después abandoné en tercero, un equivalente a quinto de la secundaria argentina”, rememora. Por esos días, el destino le colocaba en su camino las primeras chances en equipos de Francia. En 2002 realizó la pretemporada con Auxerre, pero se frustró su incorporación porque no había más cupos para extranjeros. El dinero que ganaba en el supermercado ayudaba a solventar los viajes a Francia. Iba y venía, pero también lo rebotaban en Lille, Bastia, Lyon y Marsella. Dudó y pensó en largar todo. Hasta que surgió otro Racing, el de Paris, de la tercera división. “Fue raro, porque al director técnico no le gusté, pero al presidente sí. Un día hablamos por teléfono y me dijo que me quedara tranquilo porque iba a despedir al entrenador. Dicho y hecho. Me fui a vivir allá. Me dieron un departamento que Muñoz me ayudó a amueblar y tenía una carnicería abajo: ¡Era impresionante, no sabés la cantidad de ruidos que escuchaba!”.
Tino empezó a ganar sus primeros euros. El sueño comenzaba a tomar forma y fiel a su costumbre fue escalando, progresivamente: pasó por el Pau y luego el Sète. El salto de calidad lo dio en Montpellier, en la segunda categoría. En esa institución fue la gran figura del plantel que logró el ascenso a primera en la temporada 2008-2009, después de cinco años en esa divisional. En el partido final frente a Racing de Estrasburgo ganaron 2 a 1: asistió primero a Joris Marveaux en la conquista inicial y después metió el segundo.
Entrenando un poco la zurda pic.twitter.com/dJw9oKuBOe&— tino costa (@tinocostalf) 8 de julio de 2016
La vida de Costa había cambiado para siempre. En ese período de crecimiento francés conoció a Julie, su actual esposa y madre del pequeño Giulian. Valencia posó su mirada en él y lo compró en 6,5 millones de euros. El resto, posiblemente, sea historia más conocida: goles en la Champions League, la convocatoria de Sergio Batista para jugar con el seleccionado los amistosos frente a Polonia y Nigeria, en 2011. También fue citado por Alejandro Sabella, en 2012, en otro amistoso contra Arabia Saudita. Las escalas, después, lo depositarían en el Spartak de Moscú, Genoa y Fiorentina.
Cuando vivía en Valencia, en una casa muy cercana a la de su amigo Éver Banega, tenía un placard repleto de camisetas de fútbol. Mostraba las que intercambió con Fernando Cavenaghi y otra de Pocho Insúa. También, claro, la del sueño de millones: la 10 de Barcelona usada por Lionel Messi.
Nada de eso cambió al volante zurdo. Nunca se olvidó de sus orígenes. “No son muchos los que saben el sacrificio que hice para cumplir mis sueños. A mi nadie puede decirme lo que es pasar hambre o no tener un mango en el bolsillo”.
Quizás ahora se entienda por qué el tatuaje con la fecha del 16 de diciembre de 2001. Al lado de ese luce otra marca del calendario: 15 de agosto de 2009, día de su debut en la primera francesa. Rápidamente muestra otro, el de Maradona. “Es mi gran ídolo, me lo hice unos días antes de irme a Guadalupe. Quería acordarme siempre de los sacrificios que él hizo para llegar a lo más alto”.
El final del viaje merecía la parada en la estación que anhelaba desde hace años: San Lorenzo, el club del cual es simpatizante. “Hace mucho tiempo que sueña con jugar en el Ciclón. Incluso, algunos le decían que se quedara en Europa. Pero no quiere saber nada: convenció a la esposa y ahora se muere de ganas de salir a jugar en el Nuevo Gasómetro”, cuentan sus allegados.
Cuando se conoce el extenso trajinar, se percibe que a Tino Costa, el hombre del recorrido inverso, es complejo quitarle algo cuando se mete bien adentro de su cabeza.
Costa, de 31 años, nacido en la localidad bonaerense de Las Flores, debutará en el fútbol argentino, después de haber desarrollado toda su carrera profesional en el exterior. El futbolista, confeso hincha del Ciclón, se inició en Francia, donde vistió las camisetas de Racing (2004-2005), Pau (2005-2006), Sete (2006-2008) y Montpellier (2008-2010); luego pasó por Valencia de España (2010-2013), Spartak de Moscú (2013-2014), Genoa de Italia (2015) y Fiorentina del mismo país (2016).
fv/ph
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