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Tigre vuelve a la Primera División: con buen humor, audacia y un equipo a la altura, el Matador recupera un lugar que nunca debió abandonar
Los secretos del regreso a la máxima categoría del conjunto de Victoria, que despierta la simpatía general
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Vuelve Tigre, el equipo de todos. Regresa a primera el Matador, el conjunto que había creado una revolución, justo cuando cayó al vacío. El que le ganó a Boca una final. El que no podía levantarse. Vuelve a primera con el estilo que lo caracteriza: fútbol, pasión y la simpatía de (casi) todos. El último partido ganado ante Barracas Central por 1-0, con gol de Zabala en la cancha de Banfield, fue el último escalón de la consagración.
Tigre fue el mejor equipo de la temporada. Con 60 puntos, nadie fue más efectivo, en ambas zonas. Con 50 tantos a favor, fue el más punzante. Tiene al goleador, Pablo Magnín, con 22 (apenas 6 de penal), cinco más que su perseguidor, Pablo Vegetti, de Belgrano, durante la temporada. De 31 años, siempre fue cómplice de las redes alejadas del ruido, desde Unión, pasando por Instituto, Temperley y Sarmiento, entre otros conjuntos entusiastas.
El entrenador es un joven, de 43 años, que se inclina por el atrevimiento. Diego Hernán Martínez también tuvo una vida de futbolista sin reflectores (ascenso, Guatemala, Colombia, Grecia) y como conductor había alcanzado la cúspide en Godoy Cruz en primera, pero duró un suspiro y fue traumática la experiencia: 9 partidos, 7 derrotas y 2 empates.
En Tigre supera el 60 por ciento, con intérpretes de primera, como Marinelli (32), el arquero, Prediger (35), el pulmón, y Lucas Menossi, ahora como una suerte de enganche. Martín Galmarini (39), el símbolo inoxidable, suele esperar en el banco de suplentes. Todos aportaron a la causa.
Mucho antes de la finalísima exitosa, el equipo de Victoria superó en la última estación a San Martín, de Tucumán (en su casa, con su gente, en una Ciudadela ardiente), que estaba invicto en 14 partidos. Siete triunfos, siete empates. Hasta que se citó con el gigante, que sigue siendo monitoreado por Sergio Massa.
Barracas Central tiene el beneplácito del poder futbolero, pero Tigre no es un invitado a fiesta ajena: conoce el mundillo de las altas esferas. Minimizar su fortaleza futbolera por cuestiones ajenas al campo de juego sería una irresponsabilidad: Tigre hace tiempo que juega como un equipo de primera.
Y tiene un maravilloso poder de resiliencia: la racha del Matador, antes de la cita final, alcanzó cuatro victorias seguidas. Todo un símbolo, si se espía que, de los anteriores 7 encuentros, apenas había ganado uno (dos de ellos, por Copa Argentina).
Más allá de la enemistad histórica con Chacarita y algún otro conjunto que le guarda cierto rencor futbolero, Tigre representa el sentimiento de las mayorías. No solo porque del otro lado sobresalía la figura del presidente de la AFA: desde que cayó al vacío conserva una genuina simpatía.
Cómo olvidarse del espectáculo que proponía aquel conjunto dirigido por Pipo Gorosito, una suerte anticuada de galera y bastón. Viajó al Nacional en abril de 2019, se acercó a la hazaña al obtener 17 de 21 puntos. Pero lo propio no alcanzaba, siempre dependía de lo que hicieran los otros equipos involucrados en la lucha por la permanencia. Su maravillosa recta final (cinco triunfos y dos empates), fue coronada con un 3-2 frente a un River alternativo, con mayoría de suplentes.
Era un relojito: Montillo, Ortiz, Cachete Morales, Cavallaro, Federico González y el Chino Luna. Y conserva a dos históricos, como Prediger y Menossi. Esa etapa histórica –tan traumática como efervescente-, tuvo su pico máximo en el título conseguido contra Boca, el 2 de junio de 2019, al conseguir la final de la Copa de la Superliga. El descendido que salió campeón, envió un mensaje al fútbol argentino. Hubo otros grandes equipos que se quedaron en la puerta de la gloria. El de Diego Cagna, el del Vasco Arruabarrena. Todos aparecen en la órbita de la emoción ahora, en este tiempo.
A la distancia, este conjunto, más humilde, se refleja en ese espejo. Lucas Blondel, el número 8, en una charla con Mundo Ascenso, lo define en tres conceptos (y figuras):
- “En algún momento, se nos complicaron las cosas. Uno desde adentro siempre tiene la esperanza de lograr lo máximo. Entre nosotros sabíamos que no nos teníamos que desesperar y de no cambiar la forma. De todas maneras, hubo un clic antes del partido con Chacarita (1 a 0), porque sabíamos que teníamos que dar algo más. Nadie se merecía otro final”.
- “Lo del Pato Galmarini es impresionante. Para sacarse el sombrero. No lo conocía. Y alguien con semejante trayectoria, que desde el lugar que le toque estar, apoye y sea tan positivo para el grupo, es muy valorable. Es una gran persona y se merece mucho más, en cuanto a los minutos que lo toca estar. Nos ayuda un montón y creo que se da cuenta de lo importante que es para nosotros”.
- “Diego (Martínez) trabaja mucho. Siempre nos dice que vive el fútbol al 100 por 100. Sería lindo cumplir el objetivo porque se lo merece”.
El entrenador es imprescindible. “Nos sacamos el sombrero con el plantel porque es gente con mucha experiencia, mucha jerarquía. El día a día se hace mucho más fácil”, advierte el conductor Diego Martínez, emocionado, como todo el pago chico de la Zona Norte. Divertido, ocurrente, también: suele ser comparado por una figura mediática de otro tiempo. “¡Es el equipo del Gigoló!”, en referencia a Javier Bazterrica, que se hizo conocido en 2015.
Con buen humor y con fútbol de primera, Tigre vuelve a la elite.
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