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Testigos comprometidos del Mundial 1978: todo lo que el fútbol puede ser
Fiesta y dolor. Circo y rebelión. Todo eso puede ser el fútbol. Sucedió este fin de semana con nuestra fecha de clásicos. Pero también en el último clásico en Países Bajos. Ajax, club histórico y modélico, tuvo que completar sin público su clásico reciente contra Feyenoord, suspendido cuando sus fanáticos, furiosos por el 0-3 parcial, lanzaron fuegos artificiales al campo y chocaron contra la policía. El Ajax que hace solo cuatro años estuvo a segundos de ser finalista de la Champions, y que un año atrás era tetracampeón consecutivo en su país, hoy apenas gana. Vendió a sus cracks y perdió al DT, y también a directores deportivos, uno despedido por acosar mujeres, otro bajo sospecha de lucrar con las trasferencias. Veneno y remedio, el fútbol vivió una de sus contradicciones más grandes en la Argentina del Mundial 78 y los desaparecidos. Los periodistas neerlandeses Frits Jelle Barend y Jan Van der Putten, testigos valientes, llegaron esta semana a Buenos Aires para recordarlo.
El 1º de junio de 1978, cuando toda la prensa fue a River a cubrir la inauguración del “Mundial de la Paz”, como lo declaraba en su discurso el dictador Jorge Videla, Barend y Van der Putten eligieron ir a la Plaza de Mayo. “¡Son nuestra última esperanza! ¡Por favor, ayúdenos!”, le suplica a Van der Putten Marta Moreira de Alconada, pañuelo blanco en su cabeza. Su hijo Domingo, militante de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), a punto de recibirse de abogado en La Plata, llevaba año y medio desaparecido. Es la entrevista célebre que permitió conocer el reclamo de las Madres de Plaza de Mayo en la TV europea. Un boomerang para la dictadura. A Barend se le acerca un hombre de civil. Le dice que no le crea a las Madres. Que “son prostitutas y mentirosas”. Ambos lo recordaron ayer en el Centro Ana Frank para América Latina (CAFA), promotor de la invitación. Horas antes, en la escuela Deportea, un alumno preguntó cómo habían sacado tanto coraje. Jan, cronista experto de las viejas dictaduras latinoamericanas, habló de sus amigos argentinos desaparecidos. Fritz de su familia diezmada por el nazismo.
El 24 de junio de 1978 Argentina gana la final 3-1 a Países Bajos (ex Holanda) en el Monumental. La fiesta estalla a setecientos metros del horror de la ESMA. Argentina es campeón mundial por primera vez en su historia. Miles celebran en las calles. La selección holandesa no va a la cena de clausura en el hotel Plaza. “Cuestiones de seguridad”, ordena su Ministerio de Relaciones Exteriores. Barend se filtra usando la credencial del jugador Wim Rijsbergen. Sorprende a Videla. Le pregunta por los desaparecidos. El fotógrafo Bert Nienhuis advierte que en la cena le habían robado el pasaporte. Pasan tres días encerrados en el hotel. Con una puerta contra la silla. También Van der Putten ya había sufrido amenazas. Donore Van den Brandeler, el embajador que los recibió diciéndoles que “Videla es un hombre increíble, un hombre de honor”, no ayuda. El Ministerio de Relaciones Exteriores le promete a Van der Putten que, si le sucede algo, Países Bajos no se presentará a la final.
Rijsbergen, lesionado en primera rueda, había alquilado un jueves una bicicleta. Pedaleó hasta Plaza de Mayo y habló con Nora Cortiñas, titular de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. La reencontró treinta años después en Amsterdam, en la presentación de un libro sobre el Mundial (Fútbol en una guerra sucia). Pañuelo blanco en cabeza y foto de su hijo Gustavo colgada en el cuello, Cortiñas fue recibida también por la entonces princesa Máxima.
Países Bajos fue una de las naciones que más debatió el Mundial 78. Pero a nivel de organizaciones civiles y de derechos humanos y un sector mínimo del periodismo. Jamás a nivel deportivo o de gobierno nacional. El debate de ayer en el Centro Ana Frank incluyó mitos de aquel Mundial (la “carta” falsa de Ruud Krol a su hija, la ausencia de Johan Cruyff), Qatar 2022, “la mafia de la FIFA” y “discursos de odio” que terminan “construyendo un Holocausto”. Se habló de “terrorismo de Estado”. Y no del genocidio como “un curro”. Nadie preguntó si los judíos asesinados fueron, efectivamente, seis millones.
El otro jugador neerlandés que visitó a las Madres en la Plaza en pleno Mundial fue el arquero Jan Jongbloed. Hijo de un sastre comunista que le legó “una sensibilidad con todo lo que es pueblo”, favorito de Cruyff por su juego con los pies, Jongbloed sabía de la dictadura y de la ESMA, pero decidió ir al Mundial porque, según dijo, pocos países podían salvarse de cuestionamientos. Eso sí, escribió el horror en el semanario Vrij Nederland.
Arquero con lentes de contacto y rodilleras, Jongbloed sobrevivió a la muerte de su hijo también golero (Erik-Jan murió a los 21 años en 1984, partido por un rayo en pleno juego). Y a un infarto al año siguiente cuando jugaba con Go Ahead Eagles. Atajó hasta casi los 45 años. Fueron 717 partidos en Primera. Murió el 30 de agosto pasado en Amsterdam. Tenía 82 años. El colega Roberto Parrotino lo homenajeó con una nota hermosa en Tiempo Argentino: “Requiem para Jan Jongbloed”. Jongbloed fue algo más que arquero. Como Van der Putten y Barend (que mañana y el domingo visitarán la ESMA y River), Jongbloed eligió ser testigo comprometido del tiempo que le tocó vivir.
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