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También hubo fútbol en Argentina 1985
En 1985, Argentinos Juniors gana el Torneo Nacional y la Copa Libertadores y juega una final inolvidable por la Copa Intercontinental contra la Juventus de Michel Platini (pierde por penales). La selección logra un boleto agónico al Mundial de México contra Perú en el Monumental. En la cancha de Independiente, un subcomisario de la Bonaerense asesina al pibe de 14 años Adrián Scaserra, y en Rosario, el rebote de una granada de gas lacrimógeno disparada por un policía mata a Eduardo Fernández, hincha de Central (gases y Bonaerense, como el jueves pasado en Gimnasia).
También es el año de la Masacre de Heysel: Juventus- Liverpool juegan la final de la Champions mientras en las tribunas desalojan cadáveres (39 muertos y 454 heridos). Brasil y Uruguay recuperan la democracia. Mijail Gorbachov inicia su era en la URSS. Y en “Argentina, 1985″, como lo recuerda la película flamante de Santiago Mitre, comienza el juicio histórico a las Juntas Militares.
Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani en la película), adjunto del fiscal Julio Strassera (Ricardo Darín), me cuenta desde Estados Unidos por qué la acusación decidió focalizarse solamente en 280 casos de violaciones de derechos humanos. Y por qué la primera víctima fue Adriana Calvo de Laborde. “En términos futboleros”, me dice Ocampo, “ese testimonio fue como iniciar el partido ya metiendo al rival dentro del área”. Científica, gremialista y madre de dos hijos, Adriana describió torturas colectivas crueles e interminables. Y contó que parió a su tercer hijo (Teresa) dentro de un patrullero, con manos atadas y ojos vendados, sacándose la ropa como pudo, y los policías riéndose, diciéndole que no se preocupara porque total la matarían a ella y a la criatura.
Tere nació en el camino de La Plata a Buenos Aires. Cruce de Alpargatas. Llorando en el piso del patrullero, colgando de un cordón. Ya en “El pozo de Banfield”, Adriana fue obligada a baldear piso y limpiar su ropa. Recién allí pudo tener a Tere en sus brazos. “Ese día”, dijo Adriana al tribunal, “hice la promesa de que si mi beba vivía y yo vivía, iba a luchar el resto de mis días hasta que se hiciera justicia”.
El testimonio impactó a quienes todavía negaban el horror. Más aun porque luego declaró el hermano mayor de Adriana, Julio César Calvo, comentarista principal en los populares relatos futboleros por Radio Rivadavia del “Gordo” José María Muñoz. Calvo (su testimonio no está en la película) le contó al tribunal que pidió ayuda, entre otros, a Muñoz y a José Gómez Fuentes (también periodista de Rivadavia) y a las autoridades de la radio. Dijo que sí recibió apoyo de José Epelbaum, dirigente histórico de Independiente.
Y contó que a un jefe policial que podía aportar algo, demoró hora y media en hacerle la primera pregunta. El jerarca, hincha de River, quería primero que Calvo le hablara de “Alonso, Merlo y J.J. López”. En el Mundial 78, Muñoz gritó goles elogiando a Videla. Y en el siguiente de España 82, Gómez Fuentes inventó victorias en la Guerra de Malvinas. Fueron los más ruidosos. No los únicos. Al año siguiente cayó la dictadura.
El día del inicio de juicio, 22 de abril de 1985, la selección Sub 16 integrada, entre otros, por Hugo Maradona y Fernando Redondo, vence 3-2 a Brasil ante cuarenta mil personas en Vélez y se corona campeón sudamericano. El juicio cierra el 18 de septiembre de 1985, después de 833 testigos. Moreno Ocampo “hace tiempo”. Es el quinto y último día del alegato fiscal. Y Moreno Ocampo alarga innecesariamente su parte para lograr que el Tribunal de un día más y que el cierre de Strassera sea en la jornada siguiente, ya en horario central. Es el día del “Nunca Más”. “Fue como un golazo en tiempo de descuento”, define Moreno Ocampo. Y fue así. La democracia suele ser frágil y hoy es atacada de otros modos. Pero jamás volvió a quedar en manos de genocidas.
Un día antes de declarar, Adriana Calvo y su esposo Miguel Laborde (también él secuestrado) sientan en la cama de su habitación a sus tres hijos pequeños, Martina, Santiago y Teresa. Avisan que darán detalles que antes habían evitado. Es una familia agobiada por las amenazas y los niños plantean si es necesario declarar. Adriana les cuenta entonces que, cuando Tere nació en cautiverio, los militares arrojaron gamexane en la celda mínima del Pozo de Banfield para arrancarle a su hija. Y que otras tres mujeres también presas (Cristina Navajas, Manuela Santucho y Alicia D’Ambra, las tres desaparecidas) formaron un muro para impedirlo. “Tengo que declarar por ellas”, dijo Adriana a sus hijos.
Me lo cuenta Tere, hoy ella misma madre de dos hijos (Iker 16, Nalua 15), artista, docente, hincha de Racing, como toda la familia (su ídolo de piba era el Turco García). Adriana dio testimonio siempre. “Cuando la sociedad recuerde”, dijo una vez, “nosotros podremos olvidar”. Hasta dos días antes de su muerte (12 de diciembre de 2010), Adriana trabajó sobre planillas Excel con nombres de genocidas y campos de concentración. Cincuenta días antes había ido por última vez a la Plaza, por el asesinato de Mariano Ferreyra. Fue a la Plaza después de cuatro horas de quimioterapia. Porque siempre le decía a sus hijos que “los malos ganan si los buenos no hacemos nada para impedirlo”.
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