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Superliga: la guerra que comenzó en silencio hace 23 años y explotó en 48 horas
Los orígenes del movimiento que pretende el cisma en el fútbol europeo; una historia de millones intereses y poder
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La Superliga Europea hizo sonar oficialmente su disparo de largada el pasado domingo y el simple sonido de la pistola ya está provocando un sismo de proporciones en los ánimos del fútbol mundial. Como si se tratara de la invasión a un castillo medieval o un país enemigo, los tambores de guerra comenzaron a sonar de inmediato. Se entrecruzan dardos dialécticos y amenazas, porque el futuro a medio plazo, y muchos millones de euros, están en juego.
Sin embargo, la UEFA no puede quejarse de haber estado desinformada sobre la posibilidad de que el cisma iba a producirse tarde o temprano. En concreto, estaba en condiciones de suponerlo desde el ya lejano 1998.
Los principales clubes europeos hace ya tiempo que iniciaron su lenta transformación en auténticas multinacionales del fútbol. La conversión en sociedades anónimas, la cotización de sus acciones en bolsa, la expansión de sus negocios en continentes donde el más popular de los deportes casi no tenía espacio 20 o 30 años atrás, fueron hitos que sirvieron para multiplicar sus facturaciones casi hasta el infinito y, simultáneamente, para imaginar una independencia de las federaciones que organizan y controlan los grandes torneos. En definitiva, pensaban y piensan, si solo son ellos los que invierten, ¿por qué repartir los beneficios?
Todo comenzó el 16 de noviembre de 1998 en Madrid. Aquel día, representantes de Ajax, Barcelona, Bayern Munich, Borussia Dortmund, Inter, Juventus, Liverpool, Manchester United, Milan, Olympique de Marsella, Oporto, París Saint Germain, PSV Eindhoven y Real Madrid (7 de los 12 “fundadores” de la actual Superliga) firmaron el acta de nacimiento de lo que se denominó G-14.
“Somos un grupo de presión, pero relativa, que venimos a ayudar, no a destruir”, lo definió Lorenzo Sanz, por entonces presidente de la entidad madrileña y elegido como cabeza del naciente consorcio de clubes ricos. Pero por si cabía alguna duda, Sanz la evaporó enseguida: “Entre los 14 sumamos 70 títulos y generamos casi la totalidad de lo que se recauda por derechos de televisión”, fue su modo de expresar que a partir de ese momento la voz de mando empezaba a cambiar de dueños.
En aquel cónclave iniciático no hubo charlas que apuntaran a una separación de la UEFA, la entidad que los nucleaba a todos ellos. De hecho, durante el mismo fue confirmada la primera gran reforma de la Liga de Campeones, que desde entonces adoptó el formato que continúa vigente hasta la fecha, pero sí hubo espacio para conversar de otros temas.
Cuestiones fiscales y disciplinarias ocuparon el orden del día, pero el punto principal, ya por entonces, fue el disgusto por verse obligados a ceder a sus estrellas para los partidos de selecciones nacionales. Incapaces en ese momento de enfrentarse al poder de la FIFA, la primera reinvindicación fue pedir una compensación económica por cada viaje de sus futbolistas para ir a defender los colores de sus países natales.
La entidad que en aquel tiempo presidía Joseph Blatter percibió enseguida que aquel “grupo de presión relativa” constituía una amenaza, lo cual dio pie a un enfrentamiento que tuvo su punto álgido en 2004, cuando el G-14 (que en realidad ya estaba constituido por 18 clubes) presentó una demanda ante la Justicia suiza por considerar “ilícita” dicha obligación de ceder futbolistas a las selecciones.
El tira y afloja, repleto de amenazas y discusiones en los tribunales, incluyó en 2006 una primera mención a la creación de una Superliga europea que no llegó a avanzar, y solo concluiría en enero de 2008.
Un año antes, el francés Michel Platini había alcanzado la presidencia de la UEFA, y sus buenos oficios contribuyeron a bajar las armas. FIFA, UEFA y los clubes acordaron quitar las demandas, y el G-14 fue disuelto y suplantado por una Asociación de Clubes Europeos, compuesta por un centenar de instituciones de todo el fútbol del continente. A cambio, el máximo ente del fútbol mundial aceptaría el reclamo de compensación económica de los clubes y, años después, la creación de las “ventanas FIFA” para regular las fechas de competición de selecciones.
Aun así, Blatter no se privó de lanzar un último ataque: “El G-14 chantajeaba. Nunca perteneció a la familia del fútbol”, fue su sentencia final. A su manera, anticipó que aquella pipa de la paz iba a ser apenas una tregua. El crecimiento exponencial del negocio del fútbol en la década transcurrida había cambiado el decorado. Surgieron nuevos poderosos mientras otros, como los equipos holandeses o portugueses, fueron relegados a un segundo escalón, mientras se multiplicaban las ansias económicas.
En 2011, el proyecto de una Superliga volvió a la superficie. “En los últimos cuatro años, las cinco grandes ligas han acumulado déficits”, explicaba por entonces Jordi Badía, ex director de Comunicación de Barcelona. Como solución aconsejaba “expandir los mercados, las aficiones y las audiencias”. En una palabra, animarse a lanzar la Superliga.
La idea demoró otra década en cuajar. Durante ese tiempo, la UEFA fue frenando como pudo la ambición desbordada de clubes cada año más potentes. Comenzó incrementando de manera progresiva el dinero a repartir entre los participantes de la Liga de Campeones; continuó garantizando cuatro plazas para los representantes de los campeonatos locales más fuertes; y llegó al punto de proponer un intercambio de fechas, rápidamente descartado, entre sus competiciones y las de cada país: sábados y domingos para Europa, días de semana para las ligas nacionales.
El tintineo del dinero ofrecido por un inversor tan potente como JP Morgan parece haber precipitado el desenlace. El domingo, doce de las entidades deportivas más importantes del continente decidieron cruzar el Rubicón y lanzarse a la toma del castillo. Tras 23 años de lenta gestación, la guerra por el futuro del fútbol ya ha sido declarada.
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