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Superliga europea y su paso efímero: la tristeza de los niños ricos
La primera trinchera la plantaron los hinchas de Leeds. “A la mierda con la Superliga”, anticipaban la rebelión ya el lunes. Prendieron fuego a una camiseta de Liverpool. Pancarta negra lamentando su “muerte”. Un saxofonista interpretando durante todo el partido “Money, money, money”. La vieja canción de Abba (“debe ser divertido el mundo del rico”). Un avión sobrevoló con la leyenda “Di no a la Superliga”. Los hinchas corrieron para recibir con duros abucheos al autobús de Liverpool. Cuando el equipo entró en el vestuario, encontró a su disposición camisetas blancas que decían “El fútbol es de los hinchas”. Las mismas camisetas que sí usó el local Leeds para salir a calentar. La tribuna vacía del estadio de Elland Road decía que el derecho a jugar en la Champions League había que ganárselo “en la cancha”. Y en la trasmisión de Sky, Gary Neville, ocho veces campeón de la Premier League con Manchester United, hablaba de “codicia” y recordaba con dolor el himno mítico de Liverpool: “Nunca caminarás solo”.
Por eso, cuando el Leeds de Marcelo Bielsa empató sobre el final miles de otros hinchas en todas partes lo celebraron como el primer gol contra el proyecto ya derrotado de Superliga europea disidente, el club cerrado de millonarios que invocaron la célebre teoría del derrame para hacernos creer que su generosidad y no su codicia salvará al fútbol mundial. “Lo que le da salud a la competencia es la posibilidad del desarrollo de los débiles y no el exceso del crecimiento de los fuertes”, dijo Bielsa a la TV apenas terminó el partido. Pero “la lógica que impera en el mundo”, siguió Bielsa, “es que los ricos sean más ricos a costa de que los débiles sean más pobres y el fútbol no está fuera de eso”.
Este martes, el fútbol decidió poner un límite. “No pasarán”. Lo dijeron los hinchas de Chelsea que bloquearon el autobús de su propio equipo. Y prometía ser más dura aún el reclamo de los hinchas de Liverpool el sábado ante Newcastle. Los mismos hinchas que ya en 2016 vaciaron el estadio de Anfield en pleno partido, en protesta porque los nuevos dueños del club habían subido brutalmente el precio de los boletos. “Ya es suficiente”, decía la pancarta gigante, “bastardos codiciosos, ya es suficiente”.
Los patrones de Estados Unidos
A Fenway Sports Group (la firma dueña de Liverpool) se unieron ahora la familia Glazer (Manchester United) y Stan Kroenke (Arsenal). Y también Roman Abramovich (patrón ruso de Chelsea), Abu Dhabi (dueño de Manchester City) y el millonario Joe Lewis (Tottenham). Son los seis clubes ingleses del total de doce europeos creadores de la Superliga que, como ironizó alguien en la red, duró menos que la Superliga argentina. Los tres primeros (Liverpool, Manchester United y Arsenal) tienen patrones de Estados Unidos. Igual que el prestamista, JP Morgan, el mayor banco de Estados Unidos, con un historial de escándalos, manipulaciones bursátiles y de títulos hipotecarios, dineros lavados y megamultas a la vista de cualquiera. Estados Unidos, FBI mediante, agrandó su influencia en la FIFA tras el FIFAgate que aplastó a la vieja burocracia. Sus cadenas de televisión consolidaron dominios en Sudamérica. El domingo, ese sistema de Liga cerrada Made in USA quiso anunciar el desembarco en Europa. “El día en que el fútbol”, decía un tuit, “dejó de ser fútbol y se convirtió en soccer”.
También es de Estados Unidos nuestro conocido Paul Singer, “Mr Fondo Buitre”, capo del Elliot Management que hoy es dueño del Milan, club italiano miembro del proyecto y del que se apoderó porque no le devolvieron un préstamo. Inversores estadounidenses, revela un informe reciente de KPMG, compraron en los dos últimos años casi un centenar de clubes de las cinco grandes Ligas europeas. La crisis de la pandemia facilitó negocios.
Pero el fútbol, hay que admitirlo, hace ya tiempo que dejó de ser exactamente de los hinchas. El historial de traiciones es viejo. Federaciones vs Ligas. TV pública vs TV de pago. Cotización en bolsa. Inversor privado. Patrones globales y polémicos. Paraíso fiscal. Y siempre más deuda, alimento para el tiburón siguiente. Los hinchas, escribió el periodista Simon Hattestone, concedimos a cambio de goles y de títulos. “Somos adictos al abuso”. ¿Querías ser campeón? ¿Querés la Champions? ¿Querés retener a Messi? No sale gratis. Pero ayer, esos mismos hinchas aclararon que la “adicción” incluye seguir enfrentándose contra los mismos rivales de barrio, grandes o chicos, y ganando o perdiendo, regla básica del deporte.
El comunicado de derrota de Tottenham (agradeció las “opiniones consideradas” de sus hinchas) causó risa. Pero la derrota más dura lleva la cara de Florentino Pérez, presidente eternizado de Real Madrid, sin necesidad de elecciones, porque no hay rivales para su billetera, y que ofició de vocero y padre del proyecto. Hasta dijo la palabra “solidaridad” y tuvo alguna prensa y juez madrileño a favor (gente siempre dispuesta a comprender la angustia y los derechos de los niños ricos). Decían que la pandemia nos haría mejores. Pero, manejando un Rolls Royce por Wall Street, nunca será fácil saber cómo anda realmente el mundo. Y mucho menos esa jungla primitiva llamada fútbol.
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