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Simeone se enfrenta a las primeras turbulencias en el Atlético de Madrid
MADRID.– Diego Simeone está a punto de cumplir su sexto año al frente del Atlético de Madrid, un ciclo excepcionalmente largo para los tiempos que corren. Durante este periodo –sustituyó en enero de 2012 a Gregorio Manzano–, ningún club ha acometido una transformación parecida a la del Atlético , conocido durante décadas por “El Pupas”, apodo fatalista del que sus aficionados se sentían orgullosos. Nada queda de esa pulsión masoquista. Desde el ingreso de Simeone como entrenador, el Atlético ha ganado una Liga, una Copa del Rey, una Supercopa de Europa y ha disputado dos finales de la Champions League . No se trata de una crecida artificial, favorecida por los petrodólares o el capital ruso. El Atlético sigue en manos de los mismos dueños que hace 30 años. El club más inestable del fútbol español se ha convertido en una sociedad admirada en Europa, pero eso no libra al Atlético de las turbulencias. De las pequeñas turbulencias, por ahora.
El Atlético de Madrid empató la pasada semana con el Qarabag, un desconocido equipo de Azerbaiyan. No tiene historia, ni jugadores conocidos. Era el rival perfecto para asegurarse el paso a los octavos de final de la Champions League. El Atlético, el equipo al que todos temían enfrentarse en los últimos años, concedió un empate en Bakú y se estrelló en Madrid. No logró derrotar a un equipo mediocre, con 10 jugadores en la media hora final. Apenas hay posibilidades de clasificación para el equipo de Simeone. Además de obligarse a ganar al Chelsea y Roma, deberá confiar en un pinchazo de ambos frente al Qarabag. Suena a quimera.
Nadie piensa en el milagro, en medio del shock de la hinchada, incapaz de digerir el patinazo de un equipo que parecía construido con hormigón armado. Tampoco impresiona el Atlético en la Liga. Figura a ocho puntos del Barça y no se le recuerda un buen partido esta temporada, aunque ese criterio nunca ha funcionado con Simeone. Al Atlético se le ha medido por los resultados. No juega ni mejor ni peor que antes. El problema es que gana menos partidos.
Simeone no engaña a nadie. Rara vez califica un partido de bueno o malo por la brillantez del fútbol. Nadie espera un Atlético deslumbrante. A sus aficionados les preocupa una cosa rara: que el equipo juegue bien. El pasado año llegó primero del campeonato a estas alturas de temporada. Marcaba más goles que el Real Madrid y recibía menos que el Barça. Gustaba tanto a los neutrales que la hinchada y los periodistas más próximos al club se quejaban del festivo juego del equipo. Lo consideraban una debilidad. Hasta Simeone entró en un proceso de dudas. Todo terminó con la derrota 0-3 frente al Real Madrid en el clásico que se disputó hace exactamente un año. Simeone declaró que el equipo tenía que recuperar sus señas de identidad. El Atlético terminó tercero en la Liga, pero nunca fue un factor importante en la competición.
Las señas a las que se refiere Simeone están relacionadas con una convicción fanática en el esfuerzo y en la disciplina. Su equipo tiene que tratar con la misma mentalidad al Barça que al Eibar. La estética no importa. La posesión de la pelota, tampoco. Los goles serán los necesarios para ganar. El 1-0 a favor del Atlético ha sido recurrente durante todos estos años. Los adversarios están obligados a saber que enfrentarse al Atlético es una tortura. La intimidación es parte integral del esfuerzo. Cada jugada es un mundo en sí mismo. No habrá dudas, ni deserciones.
Simeone no engaña a nadie. Rara vez califica un partido de bueno o malo por la brillantez del fútbol. Nadie espera un Atlético deslumbrante.
Simeone triunfó de tal manera que se ha erigido en el gran tótem histórico del Atlético. A su alrededor reunió a un grupo de futbolistas dispuestos a sudar sangre. Durante cinco años, jugadores como Godín, Juanfran, Filipe Luiz, Gabi, Thiago y Koke se exprimieron como limones. No había el menor asomo de duda, ni de fatiga. La situación ha cambiado en el Atlético. Frente al Qarabag pareció un equipo desanimado en varias fases de los dos partidos. La edad empieza a pesar sobre los más veteranos. Los nuevos, o los más jóvenes, no responden con el mismo grado de compromiso. Jugar contra el Atlético es problemático, pero no un infierno. Simeone lo sabe y comienza a mostrarse beligerante con algunos jugadores.
Griezmann, la gran estrella del equipo, es uno de ellos. El jugador francés, procedente de la Real Sociedad, ha sido la bandera del Atlético durante los tres últimos años. Ahora parece fatigado y distanciado de Simeone. Se sospecha que no seguirá en el club la próxima temporada. Griezmann es un síntoma de renuncia que Simeone no está dispuesto a tolerar. El sábado lo sacó en el segundo tiempo. El Atlético empataba 0 a 0 con el Deportivo La Coruña y Simeone lo sustituyó por el defensa uruguayo Jiménez. En otro equipo se habría interpretado como una decisión aberrante, pero éste es el Atlético de Simeone. Al hincha medio le pareció una decisión conveniente, propia de Simeone. Por cierto, el Atlético jugó muy mal y ganó en el último minuto, como en los buenos tiempos, pero el equipo no transmite su antigua energía.
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