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Siempre se puede estar peor
El desastre que supuso la debacle del Mundial de Suecia de 1958 lo pagó caro el fútbol argentino a lo largo de la década del 60. La generalización del juego mezquino como reacción refleja a aquella humillación, intervenciones a granel en la AFA, el crudo surgimiento de la violencia en las canchas con sus consecuencias más trágicas, transformaron aquella época en el peor escenario del que, aplicando rigurosidad histórica, se haya tenido registro. A nivel internacional, sólo el aislado éxito de la selección en la Copa de las Naciones de 1964, con un equipo armado de apuro, jalona un período en el que tantos jugadores de gran calidad frustraron sus condiciones sin poder alcanzar la proyección adecuada; fue aquél un espiral de degradación deportiva que tocó fondo en 1969, cuando la selección quedó fuera de un Mundial en las eliminatorias, un acontecimiento inédito y que nunca volvió a repetirse.
Quizá sea la hora de revisar esos conceptos. El estado actual del fútbol argentino, comatoso y con pronóstico funesto, obliga a plantearse el interrogante. ¿No se habrá superado la marca? ¿No es ahora el más espantoso momento que haya vivido jamás el deporte más popular de la Argentina?
Los Sub 30, los chicos que no vieron consagrarse a la selección en México 1986, los que hoy se desviven por el equipo nacional y sufren cada una de sus derrotas, no podrían creerlo: pero medio siglo atrás, nadie la daba cinco de bolilla a la selección. Nadie. El equipo nacional vivía en la orfandad. La figura del técnico estable también había sido barrida por la ola devastadora de Suecia 58, después de dos décadas en las que Guillermo Stábile ocupó blandamente el cargo; y los técnicos se convocaban de un instante para otro sólo en función de las urgencias. La planificación era una quimera (O estaba apenas reservada a algunos clubes como Independiente, Racing o Estudiantes, que brillaron a nivel sudamericano e intercontinental).
Entre 1962, luego del Mundial de Chile, y 1969, la selección disputó menos de una veintena de partidos en territorio argentino: el público no se identificaba con la camiseta. Durante ese desteñido período, el cargo de conductor lo ocuparon diez (¡10!) técnicos distintos: Muchos más que los 6 entrenadores (de Pekerman a Martino) que manejaron la selección en los últimos 12 años.
Aquel de los 60 fue un turbulento tobogán que acabó de manera pésima. El fondo se tocó cuando para el Mundial de 1974, la AFA contrató a un técnico argentino (Vladislao Cap) que estaba dirigiendo en Colombia y no conocía a los jugadores del medio local. Parece broma hoy, pero fue real. Ocurrió.
El escenario de estabilidad que siguió a continuación, cuando gracias a una condición política muy favorable la AFA compró el proyecto de César Luis Menotti, le abrió a la selección las puertas de su era de oro. Tanto el menottismo como el bilardismo aprovecharon los frutos de aquella concepción en la que el equipo nacional era auténtica prioridad y su necesidad reinaba por sobre el deseo de los clubes.
De ese escenario estable sacó también fantástico provecho Julio Grondona, para edificar una AFA poderosa pero parasitaria, que lo sobrevivió menos de dos años. Para entonces, hacía rato el marco estable y la condición prioritaria del seleccionado eran pura nostalgia.
El de DT de la selección era el cargo más seguro del fútbol argentino. Esa solidez se fue inexorablemente a pique, como casi todo lo que tocaron los dirigentes de la calle Viamonte. Esos que hicieron lo posible para transformar su tiempo en una etapa tan oscura como aquella que ya había quedado enterrada en la historia.
pv/jt
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