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Si no ocurre, Boca lo inventa: ¿torpeza, prepotencia, soberbia o negligencia?
El episodio Wanchope Ábila le da nuevos argumentos a un problema cíclico
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Sería fantástico imaginar cómo va a insertar Battaglia a Benedetto. O si Figal podrá disimular las ausencias de Rojo e Izquierdoz en el arranque de la Copa Libertadores, por las fechas de suspensión que deberán pagar por el escándalo post eliminación en Brasil. Nos encantaría debatir acerca de si al lado de Pol Fernández, que uno intuye será titular, debe jugar un 5 de músculo como Campuzano u otro más elegante pero con menos quite como Varela. Eso es lo que nos gusta, lo que nos importa realmente. Pero fútbol hay poco y en insípidos amistosos y si se trata de condimentar el tiempo de abstinencia esperando que la temporada levante el telón, Boca una vez más se empeña en ser noticia afuera de la cancha. Es como el tipo que cada día al volver de su trabajo tiene que traer una historia para contar. Nunca un “todo normal” a la pregunta de “¡como te fue?”.
En Boca siempre pasa algo, siempre hay algo para contar. Y lo insólito y a esta altura llamativo, es que cuando no pasa nada, cuando las aguas parecen calmas, algo o alguien genera que se vuelvan turbias. Y ese alguien sale de adentro. Después sí, obviamente, el material es carne de cañón para llenar horas y centímetros de todos los medios, pero si no ocurre, Boca lo inventa. Desde hace un tiempo, probablemente desde la final de Madrid y con tendencia creciente en la nueva gestión, Boca tiene esa rara capacidad de autoboicotearse, que le permite aún en los tiempos de bonanza, en los momentos de alegría y optimismo, pegarse un tiro en el pie de forma inexplicable.
La lista es larga. La salida de Tevez, la partida de Pol Fernández, la renuncia de Mario Pergolini, el retorno tardío de Cardona luego de la Copa América, el conflicto con Villa y hay más. El bochornoso espectáculo luego de la eliminación frente a Mineiro, el desgaste de Miguel Russo y su debilitamiento en el cargo de entrenador, el episodio del micro con los jugadores y Riquelme, Lisandro López, Buffarini y Zárate en su momento, Wanchope Ábila ahora. Y antes que alguien pudiera poner sobre la mesa el “¡Ah, pero Ríver!”, porque en la vereda de enfrente no todo es perfecto y los de Angileri o Rolheiser son buenos ejemplos, lo que se analiza son las formas más que el fondo. Todos tienen basura, pero algunos la meten debajo de la alfombra y otros la ventilan, por torpeza, prepotencia, soberbia o negligencia.
La verdad, con Boca no hay forma de aburrirse porque siempre pasan cosas. Lo curioso es que en “Deportivo Ganar Siempre”, como alguna vez lo bautizó Juan Carlos Lorenzo, ya ni siquiera ganando reina la paz.
Por Brandsen 805 hay un primer problema estructural, de jerarquías. Boca es un club DE futbol y no CON fútbol, por eso todos sabíamos que quien pudiera convencer a Riquelme de que jugara para su lado tenía ganada la elección de hace un par de años. Lo que el paso del tiempo nos vino a confirmar es la sutil distinción entre gobierno y poder. En Boca el presidente es Ameal y el que decide es Román. Las altas, las bajas, los técnicos y los tiempos. Lo particular es que a su alrededor lo secunda el famoso Consejo de Fútbol y sus integrantes, en sus declaraciones, sus tratos o maltratos y sus reacciones, a veces parecen haber olvidado que, si bien ahora tienen otra responsabilidad, en algún momento estuvieron del otro lado del mostrador y con un Topo Gigio o una remera con pintadas referidas a algún dirigente se mostraron críticos a la gestión de turno. Dicho de otro modo: los jugadores repiten hasta el hartazgo que la mayoría de los dirigentes saben poco y nada de fútbol. Al escuchar a algunos personajes de la vida “xeneize” cabe preguntarse si la materia “gestión de las relaciones humanas” la tienen aprobada.
No se discute ni la idolatría ni la impronta de Román. Él y su imagen de futbolista están en otra dimensión y aunque esto es otra cosa, el hincha, en su mayoría, lo sigue apoyando. El resto del Consejo acompaña. A veces dirá “sí, señor”, uno intuye que casi siempre y en algunas ocasiones dará su punto de vista. No debe ser fácil. Boca no es fácil y si encima la obsesión es la Copa y ya pasaron casi 15 años desde la última vuelta olímpica en 2007, todo es mucho más complejo. El drama, porque así lo viven, es que todo el resto siempre parece poco y en el medio de esas frustraciones a nivel continental, el equipo ha ganado diferentes torneos locales, varios de ellos sin alcanzar un gran nivel, es cierto, pero a los efectos de saciar el apetito, nada alcanza.
Algunos hablarán de cabaret 2.0 con este temita de Wanchope. Seguro que Diego Latorre nunca imaginó que su frase, que ya se escribe en sepia, seguiría saliendo a la luz tan seguido y con tanta vigencia. En los conflictos entre partes ninguno dice toda la verdad. Cada uno lleva agua para su molino y defiende sus intereses. Y está bien. Nosotros miramos desde afuera sabiendo que siempre hay que tener pochoclo a mano.
“Que arranque de una vez el campeonato, así podemos hablar de fútbol”, dirá algún hincha harto de estos culebrones, pero nada ni nadie puede animarse a asegurar que una vez puesta la pelota en el campo, todo se esfumará mágicamente. Al final, es como alguna vez dijo Claudio Borghi cuando se sentó en el banco como entrenador del club: “Dirigir a Boca es como hacer el amor con la ventana abierta”.
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