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Sergio Cachito Vigil: "Hoy no nos dan permiso para fallar"
Mueve los brazos, gesticula, se acomoda su inseparable gorrita una y otra vez. En el café del Museo River,Sergio “Cachito” Vigil se explaya sin mirar el reloj. La conversación solo tiene un límite: los efusivos saludos de quienes se acercan para felicitarlo por la reciente doble corona (Metropolitano y Liga Nacional) ganada por primera vez por Las Vikingas, el equipo de hockey femenino de un club que no formaba parte de la élite de este deporte. ? El día de la final del Metropolitano contra Ciudad iba con mi hijo Tiago en el auto hacia Hindú y me acordé de Sydney 2000. Aquella vez con la selección, en la charla previa a la final olímpica contra Australia, desde las tripas sentí ganas de decirles que la medalla de plata no valía nada, que solo valía ser campeonas. Pero la cabeza se negó a expresarlo: ““¿Te falta corazón? ¿Con todo lo que luchó este equipo les vas a decir que ahora es oro o nada? Vos no sos eso”, pensé en ese momento, y me callé. Después, cuando perdimos la final, sentí que no pude contribuir desde el lugar que le toca a un entrenador. Esta vez, aunque mi rol en River es diferente, pagué esa deuda pendiente. Entré al vestuario y les hablé a las chicas y al cuerpo técnico: “Hoy hay solo dos palabras: campeón y ganar”. Necesitaba hacerlo, era lo que me tocaba ese día.
–¿Te volviste resultadista de golpe?
–No. En toda mi vida ganar fue una consecuencia y nunca le había dicho a un equipo algo así. Jamás pienso que existe un “ahora o nunca”. Siempre hay un futuro aunque se pierda y nada te garantiza un resultado, pero existen los momentos. Para salir campeón un equipo tiene que construir antes su campeón interior, estar maduro. Eso sí, cuando la fruta está madura hay que salir campeón, porque si dejamos que se caiga o se pase podemos no serlo nunca. En Sydney estábamos siendo el mejor equipo de esos Juegos a partir de la segunda fase pero la madurez llegó en 2002. En River el campeón ya habitaba en el equipo. Para ganar un título hace falta determinación y no tener miedo, hay que reconocerse campeón. La selección del 2000, empezando por este entrenador, tuvo demasiado respeto.
–¿Y este equipo?
–Este equipo fue un sueño. Nunca tuvimos la desesperación de ganar sino la pasión de formar el mejor club de hockey que podamos, pero al ganar sentí oro olímpico. Sentí que el club, las chicas y el cuerpo técnico (otro sueño en sí mismo, una familia ideal, el grupo de trabajo que siempre quise tener) habían logrado sacar todo el oro que tenían dentro y se dieron la licencia para perderlo todo en pos del desafío. Por eso tanta felicidad.
–Explicá mejor eso de la licencia para perder.
-En el universo de la alta competencia hoy no hay permiso para perder ni para fallar. El único análisis es si se ganó o no, pero no hay licencia para elaborar un proceso. Entonces entramos en una ruleta rusa donde todos morimos y todos perdemos. Las empresas, los equipos y las personas se mueren por ser número uno porque sienten que es el único lugar que no se discute, en el que están a salvo. A mí me gusta jugar en serio y ganar, me encanta salir campeón y sufro cuando pierdo. Pero hago la diferencia entre tristeza, que es no conseguir lo que uno quería, y fracaso, que es no lograr ser quien quiero ser, no poder plasmar en el campo nuestras posibilidades. Tengo muy claro que no quiero fracasar, pero también sé que el resultado numérico de un partido es lo único que no podemos controlar. Porque además puede ocurrir que vos des tu máximo nivel y pierdas porque el otro es mejor.
–En la Argentina es difícil oír que alguien admita la superioridad del otro.
–Es cierto. Siempre pensamos que algo no funciona en nosotros. Y no es así. Lo que tiene que ocurrir es darle tiempo al proceso, adquirir consistencia, no decaer. Yo creo en los proyectos “bambú”, los que echan raíces, porque a las raíces no las derriba nadie.
–¿Un proyecto concluye con los títulos?
–Cuando llegué al club les planteé tener un sueño grande: que el hockey de River fuera un modelo para vivir. Elegimos el paradigma de la integridad en lugar del paradigma del éxito-fracaso. En este solo soy si gano, si consigo el resultado numérico; en aquel la meta es ser los mejores que podamos ser. Los títulos se convierten entonces en metas intermedias, pero el sueño las trasciende. Vos necesitás un objetivo para levantarte cada día de la cama, y para alcanzarlo necesitás soltar el objetivo que ya ganaste. La excusa puede ser ganar otra copa, pero lo que empezás a sentir otra vez es desafío, incomodidad, tristeza, dolor, entusiasmo, ganas de aprender. Y al final, cuando mirás el camino te das cuenta que viviste, logres o no ser campeón.
–Pero siempre se dice que mantenerse es más difícil que llegar.
–Claro, y por eso cuando las personas o los equipos llegan al número 1 pierden pasión y ganan obsesión, la de sostener el resultado que obtuvieron a cualquier precio. Entonces empiezan a ver fantasmas entre los que pueden bajarlos de su lugar y comienzan a derribar todos sus valores, a perder su esencia, su consistencia, su coherencia.
–¿Qué aprendiste después de tantos años de conducción de grupos?
–Principalmente, que el liderazgo no es convencer a otros. Convencer es vencer y el líder, el conductor, debe inspirar, no vencer. Más que motivar, la tarea de un entrenador es abrirle al jugador y al equipo la posibilidad de que enciendan su motor, de que encuentren su potencial. Y también que todo el tiempo se habla de valores y de equipo, pero es lo que menos se ve. Los valores hoy son papeles y el equipo es apenas un medio para conseguir un logro. Para mí es diferente, para mí el logro es ser un equipo que sea campeón del respeto, de la confianza, del abrazo, de la valoración. Ese es el fin. Ganar un título es la excusa. Eso sí, una excusa lindísima que provoca una sensación fantástica, aunque dure apenas diez minutos.
Hockey de elite
–¿2016 fue el mejor año del hockey argentino?
–Sí, y podría haber sido mejor si no se hubiese descuidado el proceso de crecimiento de las damas de 2011 en adelante. Tuvimos la gran ocasión de ser dobles finalistas olímpicos y la desperdiciamos. Pero es un gran momento.
–Dicen que anticipaste el oro masculino en Río.
–En 2012 vi a los chicos eliminados en Londres. Viví muchas veces el dolor en el hockey masculino, pero ese día percibí miradas que decían: “Basta, no vamos a desperdiciar más oportunidades ni más talento”, y me quedaron grabadas. Empezaron un proceso en el que volvieron a encontrarse un grupo de jugadores y un técnico, Carlos Retegui, que les calzaba perfecto. Por eso los vi campeones.
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