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Mamá, arquera de la selección y cajera: todas las vidas de Vanina Correa
En la zona de cajas de la Municipalidad de Villa Gobernador Gálvez, en las afueras de Rosario, Vanina Correa ataja insultos: entre las 7 y las 13 horas es la encargada de cobrar impuestos. Ahí nadie la distingue: vestida de civil, la arquera de la selección argentina de fútbol atiende con cara seria porque sabe que tendrá que ignorar el enojo de los vecinos, llenos de odio por lo que tienen que pagar, para evitar su propia angustia. Su objetivo es cambiar la racha: que no la hagan responsable de los montos, que la insulten más en la cancha que en el trabajo. Mientras, se queda seria. Callada.
En la cancha es un poco así también. Morocha, delgada y con 1,83 metro de altura, la expresión de Vanina invita a hablarle con cuidado. Martín Tocalli, coordinador de arqueros de la selección y quien la entrena junto a Mauro Dobler, describe que es una de esas "1" que parece que no dice nada, pero ahí está, sobria, con buena ubicación, siempre lista para despegar del suelo y volar para tapar pelotas de media altura, su punto más alto.
Vanina dice que su expresión –los ojos chinos bien abiertos, el entrecejo semifruncido, la mirada firme, el pelo recogido que acentúa los pómulos– es el signo de su timidez. Sus compañeras la cargan: antes no había forma de hacerla reír, pero ahora la ven más relajada.
Es lógico. A los 35 años disfruta del sol que alumbra a un fútbol femenino que había ocupado hasta hace un tiempo el lado oscuro de la luna. Vanina Correa estuvo en el momento de tinieblas: jugó dos Mundiales, los de 2003 y 2007, y otros tantos torneos con ropa que descartaban los varones. Se tuvo que enrollar shorts que le quedaban enormes. Durmió en un ómnibus en otro país antes de jugar amistosos porque la AFA no les había reservado hotel. Salió campeona de una Copa América –la de 2006– en la que le ganaron la final a Brasil por 2 a 0, en un estadio Mundialista con tribunas vacías porque eso que ellas hacían no le interesaba a nadie, salvo a los 35 familiares que ocuparon lugares en una cancha con capacidad para 35 mil espectadores. Ahora es distinto.
–¿Qué pasa? ¿Qué querés?, le contesta, hosca, Vanina a un señor por una calle de Rosario.
–Sacarme una foto con vos, sos la arquera de la selección, ¿no?
–Ah, sí, perdoná. Dale.
Vanina posa, le cuesta. A veces ni ella misma puede hacer cuerpo esa popularidad naciente, el reconocimiento. Un poco tiene que ver con que está ocupada todo el día. Después de trabajar en la Municipalidad, la arquera pasa por su casa a preparar el almuerzo para sus hijos y llevarlos al jardín. Los mellizos Romeo y Luna tienen 5 años, son sus amores y también quienes la obligan a organizar horarios, repartirse entre el trabajo, la casa, la selección, Rosario Central, su actual club, y los entrenamientos personalizados que hace en la semana con Eldo Milatich.
Vanina es la única de esta selección que es mamá. A fines de 2010 había decidido ponerle fin a una carrera que inició una década atrás y que la llevó a atajar en Rosario Central, Boca, Banfield, otra vez Boca y Renato Cesarini. Se había hastiado del destrato del fútbol para con las mujeres. Y quería ser madre.
Así que hizo el tratamiento de fertilidad con su compañera de entonces. Subió 30 kilos y los bajó después del parto natural. La maternidad es un tema que la vuelve a la Vanina seria, la del ceño un tanto fruncido.
"Me cuesta hablar de esto. No hay muchas jugadoras madres. Es un tema tabú, ¿viste? El qué dirán, los prejuicios. Pero bueno, llegaron los melli y me hicieron feliz. Ahora en el jardín no tuve problemas. Los bauticé hace poco y todo bien, por suerte", confiesa.
Romeo tiene la cara de mamá Vanina y algo del carácter. Es introvertido y el fútbol no parece gustarle: le regalaron una pelota e intenta, pero se aburre.
Luna es de un castaño claro casi rubio, los rulos cortitos le decoran la cara redonda y los ojos achinados. Cuando su mamá estaba en Australia de gira con la selección, fue a la plaza con su abuela Adriana. En un momento, se acercó a un puesto para comprarse un copo de nieve. A su abuela le llamó la atención que se demoraba y la fue a buscar. Luna le estaba contando al señor que la atendía que su mamá era arquera, que estaba con la selección argentina y que ella estaba esperando que volviera porque le iba a traer regalos.
A Luna le gusta ver fútbol (eso dijo el fin de semana que fueron a ver el clásico de futsal entre Central y Newell’s), pero jugar no: no quiso.
Gabriela Garton, una de las arqueras que pelea el puesto con Correa en la selección, elogió la experiencia de su compañera, sus reacciones y el vuelo de media altura. Pero cuando tuvo que elegir un punto que destacara a Correa del resto marcó la entrega y el sacrificio para poder entrenar y jugar siendo madre.
"Es una inspiración para muchas, me incluyo. Rompe con el concepto de que las deportistas debemos dejar lo que amamos para tener una familia. Es una mujer fuerte por soportar no sólo el estar lejos de su familia cuando viajamos, sino también los comentarios retrógrados que hacen muchos, diciendo que ella abandona a sus hijos, cosa que jamás le reclamarían a un jugador varón que es padre", cuenta Garton.
Cuando mamá Vanina volvió de Australia, Romeo recibió unos robots que pelean entre sí y Luna los juguetes Squishy que había pedido: unos blanditos, antiestrés, que había visto en las redes sociales.
Cuando estaba allá le hacían varias videollamadas a diario.
–¿Con quién estás, mamá?
–Acá, con las chicas, hija.
–A ver, pasame con Laurina. Hola Laurina, qué lindo pelo largo que tenés, cuando te vea te voy a hacer trencitas.
Luna charló con Laurina Oliveros, la arquera que compartía habitación con Vanina, con Florencia Bonsegundo, con Estefanía Banini. Las amigas de mamá que jugarán el Mundial de Francia este año.
La Flaca –como le dicen a Correa– disputará su tercera Copa del Mundo, aunque Wikipedia le robe un Mundial: no computa el de 2003. El camino para llegar hasta el tercero, el Mundial de Francia, empezó en 2017 cuando Carlos Borrello la llamó a su casa: él iba a volver a ser el DT (había dirigido a la selección entre 2003 y 2012) y quería que ella estuviera. Después de seis años sin jugar. Vanina le dijo que no, que su situación era otra. Pero Borrello insistió. Hasta que un día la apuró: "Tengo que entregar la lista. ¿Te cito o no?". La arquera se decidió a volver. Otra vez: llevaba seis años sin jugar.
No hay muchas jugadoras madres. Es un tema tabú, ¿viste? El qué dirán, los prejuicios. Pero bueno, llegaron los melli y me hicieron feliz
Si ahora los viajes le cuestan por la distancia de sus hijos, ser arquera también. "En el arco siempre tenés que estar bien. Yo eso lo sé desde que decidí que éste iba a ser mi puesto, a mis 14 años. Empecé a jugar a los 6 o 7 con los varones, en Villa Diego Oeste, un club de acá, de Gálvez. Ahí era defensora. Hasta que llegó la hora de pasar a cancha de 11 y me dijeron que no podía porque era mujer. Así que me pasé a fútbol 7, fui al arco y no pude dejar más. Y volví, me costó pero me puse a punto después de 6 años lejos de las canchas y de ser madre", recuerda Correa.
Bajo los tres palos protagonizó varios logros. Con Boca ganó campeonatos locales –en 2008 fue premiada como la mejor del torneo en ese año– y jugó la Copa Libertadores 2010, cuando terminaron terceras; con la Argentina disputó además los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, entre otros. Fue parte de la huelga que las jugadoras realizaron después de estar dos años sin que la AFA organizara un calendario para ellas y del Topo Gigio: la foto en la que reclamaron mejores condiciones deportivas y económicas en la Copa América del año pasado.
Ahora llegó a Rosario Central, un equipo que, desde que Roxana "La Zurda" Gómez –compañera suya en Boca y en la Selección– es la DT avanza en ritmo ascendente: después del Mundial, de hecho, las rosarinas participarán del torneo de la AFA.
Gómez dice que Vanina tiene el biotipo de arquera. Que cuando se estira, impresiona. Que su historia es de superación y de talento.
Vanina dijo varias veces que el año que viene piensa retirarse definitivamente, pero hay un ejército de amigas, colegas y entrenadores que trabajan para convencerla de que no. Martín Tocalli piensa que si no hubiera dejado ese tiempo, Correa sería todavía mejor. Laurina Oliveros dice: "Si es por nosotras, que se quede toda la vida".
Cuando aterrizó después de la Copa de las Naciones de Australia, se enteró que el fútbol femenino será profesional: en tantos años de carrera nunca imaginó que esto fuera a pasar.
–¿Cuánto influyó la pelea que encabezó Macarena Sánchez para que esto sucediera?
–Eso empujó. Fue injusto lo que le pasó. El club (la UAI Urquiza) la dejó libre sin posibilidad de que fuera a otro equipo. Su lucha fue por todas nosotras y fue un poco por eso que Chiqui Tapia anunció el pase al profesionalismo.
Para Correa, este momento del fútbol femenino también tiene que ver con la potencia del movimiento feminista. Cree que gracias al empuje de todas esas mujeres la cancha de Arsenal estuvo llena cuando en octubre de 2018 jugaron su pase al Mundial. Ese, recalca, fue uno de los mejores momentos de su carrera: tampoco había pensado alguna vez jugar en un estadio lleno en su propio país.
Por eso es también que prefiere el arco: aguantaría mejor las puteadas de multitudes por su desempeño que las que tolera cara a cara cobrando impuestos.
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