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Semejante drama era para un Shakespeare
Fue necesario despedir a Claudio Ranieri para que Leicester volviera a ser un equipo como el que construyó el director técnico italiano. Para que recuperara la memoria hizo falta defenestrar a su mentor. De estas contradicciones y sinsentidos está hecho el fútbol. Quien busca lógica o sentido común deberá abordar otra actividad. El 3-1 al ciclotímico Liverpool de Jürgen Klopp recordó más al campeón de la Premier que al que está penando para no dar con los huesos en la segunda división. Un equipo astuto, compacto, que se defiende con un muro que controla un Schmeichel que Trump bien quisiera tenerlo como arquitecto. Un Leicester que fue veloz y certero para atacar, como en la temporada pasada, con Vardy, autor de dos goles, con el olfato y la puntería recobrados. Los foxes recuperaron su ferocidad, volvieron a mostrar los dientes.
En el palco oficial del King Power Stadium, el tailandés Vichai Srivaddhanaprabha, propietario del club, sonreía, levantó los pulgares al final del partido y seguramente por dentro se congratuló de una medida –echar a Ranieri– que vista con ojos sentimentales lo pintaba como un desalmado. Dueño de cadenas de duty-free en aeropuertos, y con un apellido de lo menos futbolero que se pueda encontrar, a Srivaddhanaprabha le puede faltar corazón, pero no instinto y sagacidad para los negocios. Y como Ranieri, que supo ser una mina de oro, le estaba empezando a dar pérdidas cada vez más gravosas, lo cesanteó como si no fuera lo que es para los hinchas: alguien entrañable que les hizo vivir y disfrutar de un título inolvidable. Así quedó ayer demostrado en las tribunas, donde centenares de simpatizantes llevaron carteles de gratitud y muchos armaron máscaras con su fotografía. Ellos sí se permitían tener la memoria de la que prescindió el impronunciable tailandés.
La noche de reencuentros con la victoria y el optimismo también incluyó al rionegrino Leonardo Ulloa, que, cansado de no ser tenido en cuenta por Ranieri, había gritado a los cuatro vientos que se consideraba fuera del club. Ayer fue suplente, como en la campaña del título, y en los movimientos de calentamiento se lo vio devolver los afectuosos saludos que le prodigaban los hinchas.
Fue dicho y desmentido que referentes del equipo le habían bajado el pulgar a Ranieri. Que de compartir pizzas de confraternidad habían pasado a revolearse los platos. El italiano se fue, dio las gracias y donó la mitad (1,5 millones de libras) de la indemnización a la Fundación benéfica del Leicester. Semejante historia era para que cayera en manos de un (Craig) Shakespeare, el nuevo director técnico.
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