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Selección nacional: en un duelo de pandillas, Argentina supo torcer el destino
Cómodo en la cornisa, el equipo de Scaloni se acostumbró a caminar por las fronteras con naturalidad: lo demostró ante Países Bajos
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9 de Julio de 2014. La Holanda de Van Gaal. Empate, prórroga y penales. Romero detiene dos remates, uno en cada palo y se convierte en héroe. Maxi Rodríguez, suplente de lujo, ejecuta fuerte y de derecha y baja el martillo. Festejo desatado y locura.
9 de Diciembre de 2022. Ahora Países Bajos, pero siempre naranja y otra vez con el mismo estratega. Igualdad inesperada más tiempo extra, sigue dando como resultado remates desde el punto del penal. Ahora el gigante es Emiliano Martínez y el desenlace calcado. Dos atajadas clamorosas una a cada lado y el mismo éxtasis. La estocada final es de Lautaro Martínez. También, como Maxi, debía venir como refresco desde el banco, ejecutar de derecha y cruzado para terminar con el sufrimiento.
Exactamente 8 años y 5 meses después, la misma rivalidad, idéntico suspenso y otro final feliz de película.
En un estadio que se volvió un polvorín y como si se tratara de dos pandillas discutiendo en un potrero y a través de un partido de fútbol, el control territorial de la zona, la Argentina supo salir de la turbulencia para volver a acercarse al paraíso.
Con el mejor de todos en su mejor nivel, encontró fútbol cuando el partido lo deseaba como un bien escaso. Solo Messi era capaz de prender un fósforo en la inmensa oscuridad de la noche qatarí y con esa luz mortecina pero vital, levitar entre los rivales con el balón adentro de su botín y descubrir a Molina entre siluetas anaranjadas. Como el quirúrgico paso del hilo en la aguja, así filtró el cuero para que su compañero consagre al primer estallido con forma de grito. Luego Acuña le dio sentido a la ubicación de los laterales volantes y tras la torpeza de Dumfries, el diez extendió la ventaja ejecutando el Código Penal y el posterior festejo con premeditación y algo de alevosía.
Pecado repetido y a esta altura probablemente inmodificable, la supuesta comodidad del resultado trajo aparejados los peores momentos del seleccionado. Van Gaal puso a dos edificios (Beghorst y De Jong) a bajar drones del cielo de Doha ante cada envío que caía en el área argentina, mientras que Scaloni decidió defender la ventaja con cambios (Pezzella y Paredes) que no impactaron favorablemente en el juego. El recuerdo de los partidos de la Copa América, que volvió en los minutos finales frente a Australia, cuando el retraso excesivo era el reflejo inmediato ante cada rápida conquista, salió a escena como la peor pesadilla. La diferencia siempre estará en la jerarquía de los intérpretes y el castigo con forma de empate, fue esa obra maestra ensayada en un laboratorio de entrenamiento y ejecutada en el campo. La conmoción y la angustia enmudecieron a un estadio presto para la fiesta inminente.
Destino es el seudónimo que usa Dios cuando no quiere firmar con su nombre. Con el mismo carácter con el que ha sorteado cada prueba que el destino le puso en el camino en la Copa del Mundo, el seleccionado se sobrepuso a un nuevo escenario incómodo. Cualquier página del manual básico del fútbol diría que ante semejante impacto, la historia estaba escrita y el destino marcado. No hubiera despertado asombro que envalentonados por el empate, los holandeses dominaran la prórroga, pero genéticamente nacidos para sufrir, los argentinos mostraron resiliencia, coraje y su mejor expresión futbolística en la Copa del Mundo. Ya con Montiel, Dimaría y Lautaro Martinez, media docena de situaciones claras transformaron al arquero europeo en figura y confirmaron la resurrección.
Lo que queda es un video clip taquicárdico. Las manos de Dibu y su magia en el vínculo con la gente, la pericia de las ejecuciones albicelestes para habilitar el desahogo luego de semejante angustia y un final desordenado, incendiario, pendenciero y emocionante. Scaloni abrazado a su hijo, los reproches al entrenador holandés y el festejo de los miles en las tribunas, ya forman parte de las mejores postales de una competencia que ingresa en su fase crepuscular.
Cómoda en la cornisa, la selección se acostumbró a caminar por las fronteras con naturalidad. Sorteando imprevistos que podían traumarla, algunos puestos por sus propias falencias, forjó una personalidad casi indestructible. El premio será jugar los siete partidos y seguir protegiendo a Messi, mientras estrellas como Neymar o Cristiano Ronaldo ya archivan el expediente.
Habrá jornada laboral garantizada hasta el próximo fin de semana. Argentina ya confirmó que no le molestaría trabajar el último domingo de la Copa del Mundo.
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