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Selección argentina: qué se puede esperar del equipo en el Mundial Qatar 2022
La idea generalizada es que esta vez, la quinta y última de Messi, es la mejor de todas. Al fin se lo ve feliz, convencido, bien rodeado, como tantas veces se pidió
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DOHA (Enviado especial).- El Mundial es exageración. Siempre fue así. Es desborde pasional. Impacto visual e innovación tecnológica. Es el evento deportivo que más moviliza a nuestro país. El que nos desvela y permite que 35.000 argentinos se trasladen a un destino inusual, con costos desmesurados y sacrificios extremos sólo por el fútbol. La Copa del Mundo que comenzó este domingo, con el triunfo de Ecuador sobre Qatar es muy especial para la selección nacional. Porque después de mucho tiempo el equipo llega en condiciones bastante parecidas a las ideales: es campeón continental, tiene un grupo consolidado y alegre y con un invicto de tres años.
En la última práctica (sin acceso para la prensa), Scaloni comenzó a pensar en que Marcos Acuña es la mejor opción para el lateral izquierdo y Alexis Mac Allister debe ser el hombre que reemplace a Lo Celso. Emiliano Martínez; Nahuel Molina, Cristian Romero, Nicolás Otamendi y Acuña; Ángel Di María, Rodrigo De Paul, Leandro Paredes y Mac Allister; Messi y Lautaro Martínez parecen perfilarse para el debut del martes, a las 7 de la mañana (las 13 locales), en el estadio Lusail.
La idea generalizada es que esta vez, la quinta y última de Messi, es la mejor de todas. Al fin se lo ve feliz, convencido, bien rodeado, como tantas veces se pidió. Y, fundamentalmente, sin deudas. Dinero en mano, sabe que no hay cuotas pendientes. Se anima a gastar y a disfrutar sin culpas. Se da los gustos que quiere y los que puede con sus amigos.
Como la ilusión no necesita más combustible para despegar, es muy difícil tratar de llevar esas sensaciones en otro sentido, aunque sea menester sugerir algo de mesura.
Basta alejarse unas cuantas cuadras del nodo arquitectónico de la capital para ver el brillo colosal que sólo el dinero puede comprar. Violeta, rojo, azul, verde, amarillo. La noche de Doha se enciende en sus edificios. Es deslumbrante. Encandila. Pero se apaga al mirar hacia el lado contrario. En las afueras, el día puede tornarse monocromático. Paisaje ocre (o gris) de monoblock, donde los trabajadores empujan y alimentan la pesada maquinaria. Polvo y arena. No hay contradicción. Ambas realidades conviven.
Tal vez la analogía pueda servir para entender qué desarrollo necesita el equipo de Lionel Scaloni si quiere dar un verdadero golpe sobre la mesa internacional. Para empezar, no está mal tomar distancia. Desde allí se verá la reluciente realidad de su juego, el trofeo de la Copa América 2021 y la Copa Artemio Franchi (o Finalissima). Los ítems tan positivos que todos conocen y que apuntalan la esperanza. Pero también hay que girar 180 grados y llevar la mirada a la zona menos expuesta en las pantallas. Adentrarse en los terrenos que no se deben olvidar y que son igual de importantes para entender cómo se construyó este grupo.
El presente lo muestra como un equipo de esos que quieren tener la pelota y dominar los 90 minutos. De los que tratan de pasar por encima de su adversario. Si algún hincha desprevenido espera eso, es mejor alejarlo temprano de esa idea: no ocurrirá. “Los Mundiales los ganan los equipos cautos e inteligentes, los que saben cuándo atacar y cuándo defender. Raramente gana uno que avasalla o que está continuamente en el campo contrario”, avisó hace menos de una semana el DT.
Hay que ir al pasado reciente. No para hacer una espesa clase de historia, sino brevemente, para comprender cómo comenzó esta aventura. La Copa América que lo cambió todo en Brasil comenzó con un equipo que ejecutaba una presión sofocante durante 15 o 20 minutos, no más. Una vez que obtenía el primer gol, se recostaba -muchas veces descaradamente- en posiciones defensivas. Scaloni suele decirles a sus hombres, tratándolos como soldados: “Hay que saber atrincherarse”.
En aquellos partidos, la buena fortuna -muchas veces-, y la autosuficiencia y el inmenso orgullo de Emiliano Martínez en el arco, impidió que recibiera goles por su actitud conservadora. Pero funcionó. Así, poco a poco, se gestó la mística actual. Aprendió a sufrir sin desanimarse. Si se quita el encuentro con Bolivia, la Argentina perdió o igualó la posesión en todos los partidos de aquel torneo que lo vio campeón en el Maracaná. Nada del dominio que el imaginario popular incorporó después de la adrenalina de la victoria, y que sí tuvo luego, en varios partidos amistosos y de las eliminatorias.
Pero esta es una etapa distinta. Los nuevos calendarios internacionales hicieron que pasaran tres años casi sin jugar con rivales europeos de jerarquía probada. Es la primera advertencia. El académico Jorge Valdano instala la duda sobre la selección nacional. “Van a tener problemas para ganarle a cualquier equipo europeo –opinó-. Tienen un nivel muy alto, físicamente, tácticamente y técnicamente. Cualquier jugador danés controla y pasa a velocidad. El fútbol ha cambiado de escenario”.
Sí, aunque nuestro amor propio se pueda ver lastimado, Valdano dice que un jugador de Dinamarca puede ser técnicamente superior al nacido en el potrero argentino. Antes de escandalizarse, es mejor contar hasta 10. O hasta 20. Pensar en positivo. Hay una razón para tomar recaudos, prevenir y prepararse.
¿Qué hará Scaloni?, ¿devolverá a su unidad a la trinchera o la enviará al frente? La primera alternativa parece ser la que tomará fuerza cuando los rivales empiecen a subir en calidad. Y podrán saltar las bolsas de arena luego de recibir los primeros golpes, sólo cuando vean que su adversario ha descuidado algún flanco.
Los goles del último amistoso
La personalidad de la selección se creó en nuestro continente. Es fuerte y elogiable. Pero de entrecasa. La oficial u oficiosa Finalissima contra un Italia golpeado anímicamente por la eliminación de Qatar 2022 fue la única medida. Aunque sea un argumento que aburre de tanto que se mencionó, es insoslayable. Y a tener cuidado con un detalle fundamental: el arbitraje. El reglamento es uno, pero la interpretación, la tolerancia y la aplicación varía de un lado o del otro del Atlántico. Aquel día ante los italianos dirigió el chileno Piero Maza.
En todo el ciclo Scaloni, la selección fue dirigida sólo una vez por un árbitro europeo que acudirá al Mundial. Fue el francés Clement Turpin, en el 2-2 ante Alemania, el 9 de octubre de 2019. Aunque todos nuestros jugadores conocen a los jueces, porque se desempeñan allá, saben que deben tener otros cuidados con la camiseta de la selección.
Al menos lo tienen claro. Tras ser consultado por una reacción desmedida de Rodrigo De Paul en un partido de Atlético de Madrid contra Mallorca, Scaloni reconoció: “Por suerte en la selección no lo hace. Él sabe que acá un error te deja afuera y que hay muchos detrás de él que pueden ocupar su lugar”.
El mismo De Paul lo admite. Y le pone nombre y apellido a los hombres que más problemas podrían tener en Qatar. “A Nico (Otamendi), Lea (Paredes), al Cuti (Romero) y a mí, Scaloni siempre nos caga un poco a pedos porque en la Copa del Mundo tenés que tener mucho cuidado con las amarillas”.
Basta con repasar algunos cruces de los jugadores argentinos en la final ante Brasil, especialmente contra Neymar, en Río de Janeiro. Esas mismas acciones, trasladadas al plano mundialista, difícilmente arrojarían un partido sin tarjetas rojas al final de los 90 minutos. Ahora ya no hay lugar para las bravuconerías. El recurso no sirve en este nuevo ámbito.
La identidad de esta selección parece blindada, pero deberá moldearse a la medida de una realidad que desconoce. El punto de partida es estupendo. Sin embargo, necesita bajar la efervescencia para no cegarse con las luces del centro. Volver a los suburbios y recordar lo que sufrió antes de ser el dueño de la fiesta.
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