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Selección argentina: Juegan los que están mejores, sin sentimentalismos
Después del triunfo sobre México el conjunto albiceleste deberá empezar a caminar
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FE. El tatuaje grabado en el cuello juega con una creencia y un estado de ánimo, pero también con las iniciales de su apellido y su nombre. Dos años atrás Fernández, Enzo, era campeón sudamericano con Defensa y Justicia y seguía llenando de experiencia la mochila con la que se había mudado a Varela para continuar su construcción como futbolista. Sin fe, hubiera sido imposible obtener cada logro, pero sin el juego como su mejor aliado jamás se habría transformado en el mejor mediocampista mixto del fútbol argentino, la máxima figura de la liga portuguesa, la aparición mundialista más disruptiva y la combinación para abrir la caja fuerte mexicana.
Hacer jugar mejor a sus compañeros, es un valor intangible pero infinitamente valioso. Enzo fue el autor intelectual de lo que el brazo armado de Messi ejecutó con un fogonazo directo al corazón de los aztecas. Media hora de una función que incluyó 22 pases exitosos en 27 intentos, con un 81 por ciento de efectividad y un gol clamoroso, completaron una obra cuya consecuencia debería ser la titularidad inminente.
El Mundial se está jugando. Ese presente continuo implica decidir con la furiosa actualidad como carta magna. Nada ni nadie podrán esmerilar la gratitud hacia los campeones de América, pero así como ese tramo de la historia fue parte del camino para llegar a este momento, entender que la Copa del Mundo viaja a una velocidad única es vital a la hora de la toma de decisiones de quienes gestionan. Juegan los que están mejores, sin sentimentalismos.
El gol de Messi, imprescindible para su liderazgo y fabuloso en el control con el que gana la milésima indispensable para luego disparar como un francotirador a su presa, desbloqueó a un equipo cuyo primer tiempo había expuesto el daño colateral que generó el inesperado traspié del debut. Como un efecto residual, el bloqueo mental y físico se combinó con la ausencia de frescura, las ataduras quitaron naturalidad y el miedo se tradujo en una expresión colectiva sin osadía, más preocupada por el comportamiento del rival y por reducir al mínimo el margen de error, que por liberar los demonios internos.
Sin que el equipo pudiera llegar a mostrar sus cartas, el retroceso mexicano desde el inicio del complemento le dio un vuelco al partido. Con el dominio territorial, más el ingreso de Fernández por Guido Rodríguez, aparecieron diferentes alturas entre los mediocampistas aclarando las líneas de pase. Hubo algo más de fluidez y atrevimiento y con Otamendi como bandera desde el fondo, el equipo recuperó algo de esa voracidad que se volvió un sello marca registrada.
La angustia vivida en los cuatro días previos al partido y el simple escenario hipotético de un nuevo traspié con sus calamitosas consecuencias, quedó expresado en los rostros de los protagonistas. La catarsis de Pablo Aimar, desnudándose en su gestualidad y abandonando su sobriedad habitual, fue el síntoma más elocuente de los lógicos temores que dominaron el campamento argentino tras el inesperado nocaut del bautismo mundialista. Los ojos humedecidos de Scaloni luego del segundo grito que aseguró la victoria, transitaron por el mismo camino y desmintieron la racional cruzada que libra el técnico en cada conferencia buscando desdramatizar lo que se vive aquí y allá en cada partido. Luchar contra la tendencia de la desmesura en cada adjetivo calificativo que acompaña a un resultado, a los que cierto sector de la prensa contribuye, es tan loable como aceptar que la pasión y los estados de ánimo que el fútbol provoca, lo vuelven un hecho cultural que atraviesa a toda la sociedad incluso para lograr lo imposible: la Selección Argentina no tiene grietas.
Puesto de pie, ahora el conjunto albiceleste deberá empezar a caminar. Para lograrlo será indispensable recuperar el fútbol. La continuidad de la competencia se encargará de demostrar si la amnesia de un partido y medio es parte del pasado y tras una larga maniobra de aproximación, la Argentina definitivamente aterrizo en suelo qatarí.
Los mundiales los ganan los equipos equilibrados pero también los valientes. Los que aprovechan los pequeños detalles y también tienen lucidez y pulso firme. Los que aprenden de sus errores y hacen del cambio un valor agregado. Encontrar la química perfecta en un mes, tiene como premio la gloria eterna. Ese es el gran desafío.
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