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¿Es lo que hay? La selección, un equipo sin histerias ni sello de autor
Primero fue el turno de Gago. Su andar aristocrático y su pase perfumado cumplieron el objetivo de decir "basta" con los botines puestos y adentro del campo. Luego la noticia la dio Mascherano. Su llama se terminó de apagar y el músculo decidió que ya era tiempo de reposo.
En cuestión de días, los dos mediocentros que durante buena parte del siglo XXI dividieron a la biblioteca futbolera en función de gustos, pero complementaron sus estilos para poner a la selección argentina en el primer plano, pasaron a formar parte del pasado perfecto.
Gago y Mascherano engrosan una lista que ya tenía a Demichelis, Lavezzi y a Zabaleta, como los ilustres "fracasados" que cometieron la herejía de perder (como si se tratara de un hecho voluntario) tres finales consecutivas. Será por aquello de que se valora lo que se tiene a partir del momento en el que se lo pierde que solo el paso del tiempo y la evitable tentación de la trampa del resultado como mirada absoluta le dará a una notable generación de futbolistas el lugar que merecen en la historia.
El tramo inicial de las Eliminatorias camino a Qatar 2022 nos vino a confirmar, por si hacía falta, que los tiempos actuales son distintos. Mientras la cosecha satisfactoria de puntos va por un lado, el perfil del equipo toma con frecuencia un camino sinuoso que lo hace extraviarse con facilidad.
La Argentina es un equipo sin histerias. Ni sus victorias tuvieron la suficiente jerarquía como para recibir elogios desmedidos, ni sus caídas han tenido el dramatismo necesario como para que los amantes del morbo se entibien al calor de la incertidumbre.
En tiempos en los que el devenir de los equipos de clubes ocupa como nunca el centro de interés del futbolero medio, la selección transita un tiempo de mirada tan coyuntural que dura lo que tarda en terminarse el partido. Y a veces menos. Entre esa atención flotante y una dosis de paciencia que solo se acepta en períodos de recambio como el actual, el equipo avanza y retrocede casi con la misma facilidad.
Queda claro que Scaloni goza del apoyo de sus dirigidos. Habiéndoles dado su bautismo a la mayoría, no parece algo ilógico. En todo caso lo que deberíamos preguntarnos es si con una formación que pudo repetir más de la mitad de sus nombres de forma sostenida en la mayor parte del ciclo no debería tener a esta altura una identidad más definida. El fútbol es un deporte en el que se parte de la idea de hacer lo que se quiere, para terminar haciendo lo que se puede y el oponente permite. En el marco teórico la Argentina tiene clara su partitura y la mayoría de los intérpretes para ejecutarla. En la práctica y cuando el balón se mueve, no cuesta demasiado esfuerzo desarticular ese postulado y presentarle dificultades.
Un buen tramo de las victorias ante las endebles Bolivia y Perú se contraponen con la falta de variantes y el juego espeso como local ante ecuatorianos y paraguayos. Con espacios y ante rivales que toman más riesgos, el panorama se simplifica. A todos les pasa, pero algunos los resuelven con más sencillez.
Los exámenes de marzo ante Uruguay y Brasil pondrán el listón a otra altura y entregarán una medida más exigente. Mientras tanto, hay más puntos que juego.
Hoy la Argentina es un equipo de ratos, ni siquiera de partidos. Con Messi, el mejor de la última década, atravesando un momento sensible, un grupo de buenos jugadores muy parejos en su nivel, pero ninguno figura, y un técnico que va aprendiendo el oficio mientras lo ejerce y que deberá aportarle más funcionamiento a su mundo de buenas ideas.
Quizás la clave sea entender esta realidad, que en dos años puede potenciarse y acercar al equipo a las selecciones de élite. Aceptar que esto "es lo que hay", lejos de una señal conformista, puede ser el mejor diagnóstico.
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