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Selección argentina: el viaje cinematográfico de Dibu Martínez en su década ganada
El marplatense vive la plenitud de su esplendor profesional; figura ante Paraguay el jueves, fue nominado por France Football como candidato a mejor arquero del año
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Tanto esperar la oportunidad para dejar la cancha en una camilla y llorando… La relación de Dibu Martínez con la selección nacional tiene los elementos de un buen guion. No hay linealidad. Apareció por primera vez en una convocatoria de emergencia en 2011, para un amistoso contra Nigeria de visitante que terminó en un mazazo: 4-1 en contra, el 1 de junio de ese año. Haber estado allí tuvo valor histórico: una investigación judicial condenó al árbitro por haber estado involucrado con la mafia de las apuestas. Esa tarde, en un equipo improvisado que dirigía Sergio Batista, el chico de 18 años que llevaba una temporada entre los juveniles del Arsenal inglés miró con ojos curiosos desde el banco: fue suplente de Adrián Gabbarini. Nadie podía saberlo: debería esperar una década entera para ganar protagonismo…
El guion salta hasta el presente. Es viernes, la selección descansa en Ezeiza luego del 0-0 ante Paraguay, mientras espera por el entrenamiento relajado de la tarde. Allá, en el horizonte del domingo, aparece Uruguay. Pero las alarmas suenan al mediodía: France Football anuncia que nominó al marplatense como uno de los 10 mejores arqueros del año. Vale repasar la lista, para darle dimensión al estímulo: también están Gianluigi Donnarumma, Ederson, Kasper Schmeichel, Edouard Mendy, Thibaut Courtois, Keylor Navas, Manuel Neuer, Jan Oblak y Samir Handanovic. Todos, primeras figuras de sus selecciones –cómo él– y de equipos europeos de renombre –salvo él–. Entonces, mientras terminan el almuerzo, los compañeros se acercan a felicitar al hombre de 29 años, que parece vivir en una nube. Él, por toda respuesta, subirá una imagen de la nominación a su cuenta de Instagram. ¿Qué pasó en el medio para llegar hasta este instante de esplendor?
Las respuestas están en la cabeza de Dibu. Llegó a Londres con 17 años sin saber hablar en inglés: lo primero que le dijo Arsene Wenger, el entrenador leyenda de Arsenal, fue que empezara por ahí. Al año, dominaba la lengua y hasta había obtenido su carnet de conducir. Fue y vino incesantes veces a clubes menores, esperando que llegara su hora en el gigante de Londres, hasta que se animó a saltar, empujado por una personalidad avasallante. Aston Villa lo compró por 17,5 millones de euros a mediados de 2020 y lo transformó en el arquero argentino más caro de la historia. Un paso atrás para dar dos hacia adelante.
Fue entonces que empezó a cosechar todo que había sembrado en sus expediciones a clubes como Oxford United y Rotherham, infinitamente más chicos en tamaño, categoría y repercusión. Ahora, le cuentan a LA NACION desde el staff de la selección, Dibu sabe que debe hacer lo más difícil: mantenerse en el altísimo nivel que alcanzó. Y para eso, trabaja cada partido de club o selección a tres bandas: con el entrenador principal, con el preparador de arqueros y con su psicólogo personal, el que empezó a tratar hace cuatro años. “Todo jugador necesita uno”, asumió con naturalidad en una entrevista con el diario El País, ya campeón de América.
Es que, todo el tiempo, Martínez debe atender el doble rol de arquero de equipo chico y selección grande. Juega en un club de mitad de tabla en la prestigiosa Premier League, la mejor liga del mundo, donde se acostumbró a que lo pelotearan. En esta temporada, sus números arrancaron siendo tan buenos como en la anterior: recibió seis goles en seis partidos, con tres vallas invictas. Uno de ellos, contra Everton, lo jugó recién bajado del avión, luego de haber tenido que hacer una cuarentena en Croacia tras regresar de la anterior fecha de eliminatorias. Llegó a Birmingham, se puso el buzo, atajó y celebró. Recién después volvió a su casa para reencontrarse con su familia: Mandinha (su mujer, portuguesa, con la que se casó en 2017), Santi (4 años) y Ava. La nena nació el 30 de junio, cuando el padre estaba en Brasil con la selección, jugando la Copa América. Para levantarla en brazos tuvo que esperar a salir campeón en el Maracaná…
Cuando viaja a su país, sabe que la presión externa crece, aunque su protagonismo será distinto: puntual. Como el jueves en Asunción, cuando debió intervenir solo tres veces: suficiente para dar una muestra más de su concentración y recursos. “Mostramos carácter y corazón”, escribió después de salir del Defensores del Chaco. Dos atributos que calzan en su personalidad. Unas semanas antes del “mirá cómo te como, hermano” y el bailecito provocador que le dedicó a Yerry Mina en la tanda de penales ante Colombia en la Copa América, Dibu había vivido un episodio traumático con el mismo rival. Iban 40 minutos de su segundo partido en la selección cuando saltó a descolgar un centro en Barranquilla: se quedó con la pelota y con un golpe en la cara de Mina, que le hizo perder el conocimiento, lo sacó de la cancha y lo mandó al hospital. Parecía que se le venía el mundo abajo, después de haber esperado tanto ese momento que, contó alguna vez, empezó a desear a sus 6 años. Pero se levantó, siguió adelante y el 10 de julio, en su partido número 7 en la selección argentina, ganó un título que se resistía desde hacía 28 años.
Sus desbordes, como el que tuvo hace unos días en Old Trafford cuando festejó en la cara de los hinchas de Manchester United tras un penal fallado por Bruno Fernandes, forman parte de lo que puede anotar en la lista de cosas a corregir. Algo que, admitió también, no le gusta de sí mismo: siempre hay tiempo para ser mejor y aprender de los propios errores. Lo sabe bien el arquero del momento. “Hay mucha gente que se apaga en el camino porque mentalmente se cansa y tira la toalla”, reflexionó en aquella entrevista el mismo que el 29 de noviembre podrá ser parte de la gala de France Football en el Teatro Châtelet de París. Esa noche se conocerán quién se quedará con el premio Lev Yashin. Él, por las dudas, tiene las manos listas.
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