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Selección 2020: Messi brilla menos, pero disfruta de la generación que descolgó el póster
Manuel Neuer, Klose, Müller, Boateng, Kroos, Podolski, Lahm, Bastian Schweinsteiger, Khedira, Draxler, Gündogan, cualquiera de ellos, ya retirados o todavía en actividad, campeones del mundo o no, fueron dirigidos por el mismo cuerpo técnico en la selección alemana, mientras en una paralela línea temporal Lionel Messi ha jugado para la Argentina. Ellos estuvieron bajo el mando de Jürgen Klinsmann y la continuidad de Joachim Löw hasta hoy, y Messi saltó por José Pekerman, Alfio Basile, Diego Maradona, Sergio Batista, Alejandro Sabella, Gerardo Martino, Edgardo Bauza, Jorge Sampaoli y Scaloni.
No se trata de comparar proyectos, sería ridículo. Sino de rescatar el protagonismo del rosarino con actuaciones determinantes bajo cualquier ciclo y entrenador. Siempre brilló, con mayor o menor fulgor, en el carrusel de entrenadores que la desalineada AFA le ha propuesto. Fueron muchos partidos con Sabella y pocos con Maradona, por ejemplo, los extremos de su productividad, pero el archivo encuentra actuaciones fabulosas con todos. No, con todos no: con Lionel Scaloni todavía no ofreció ninguna tarea deslumbrante.
¿Y esto es bueno o malo? Es extraño. Una sensación desconocida en el reino albiceleste de, por lo menos, la última década. Es que hasta Messi se ha contagiado del espíritu batallador de esta Argentina: es el capitán de una manada de lobos hambrientos dispuestos al esfuerzo hasta la inmolación. No resplandece como antes, titila su jerarquía, desequilibra menos. Pero en ningún momento se frustra. Aunque es menos determinante, nunca desaparece de la cancha. Se implica tanto en el esfuerzo que atiende obligaciones colectivas y hasta comete infracciones como nunca antes.
¿Desenfocó las prioridades y por eso se luce menos? No. Brilla menos porque va para los 34 años. Porque el timing y la aceleración ya no son las mismas. Su vínculo con el gol empieza a ser más espaciado, y puede corroborarse tanto en la selección como en Barcelona. Especialmente, esta temporada. Pero creció su astucia a la hora de leer el juego, de descubrir los caminos y, desde ya, algunos fogonazos de su sello le recuerdan al mundo que es diferente al resto. Y lo seguirá siendo por un tiempo más.
Es otro Messi. Ya no es colosal, pero sí imprescindible para la Argentina. El comienzo de las eliminatorias, cuatro fechas apretadas en seis semanas, lo demostraron. En ninguno de esos cuatro partidos fue la figura de la selección. LA NACION lo calificó con un 6 ante Ecuador; con un 7 frente a Bolivia; recibió otro 6 contra Paraguay, y un 6 más con Perú. ¿Quiénes resultaron los más destacados partido a partido? Primero, Lucas Ocampos; luego, Exequiel Palacios, y en las dos últimas fechas, la revelación, Nicolás González. De los seis goles que marcó la selección, al rosarino apenas le corresponde uno: de penal, en el estreno, contra Ecuador. Hay que retroceder a los tiempos de José Pekerman, con un Messi casi adolescente, para encontrar a un goleador de la selección que no sea Messi, como sucede ahora. El goleador del ciclo Scaloni es Lautaro Martínez.
¿Todo esto habla mal de Messi? No. Simplemente confirma que es otro Messi. Y la Argentina lo necesita incluso así, aunque ya no sea capaz de fascinar en cada movimiento. Lo saludable es que la selección ha podido resolver los primeros encuentros rumbo a Qatar 2022 pese a este Messi. Y ahí aparece el mérito del ‘ala renovadora’, de la nueva generación: no cuenta con el talento de Sergio Agüero, Ángel Di María, Javier Mascherano, Gonzalo Higuaín o Banega, no, pero les sobra carácter. Asumieron la responsabilidad del traspaso. Del equipo para Messi a este equipo con Messi.
Messi a veces resuelve, en otras disimula defectos. O hasta no participa, como en los dos goles de la Argentina en el cierre del año, en Lima, los de Nicolás González y Lautaro Martínez, en los que no apareció ni en el penúltimo toque. Tampoco participó del tanto de Nico González ante Paraguay, ni en el de Lautaro Martínez contra Bolivia. Sí, implicándose en el inicio de la maniobra para el gol decisivo de Joaquín Correa en la altura paceña. Es que ahora interviene de una manera diferente, pesa distinto. Lleva 14 partidos en el ciclo de Scaloni. ¿Alguno fantástico, alguno inolvidable? Nada a la altura de sus formidables antecedentes; quizá su mejor día haya sido aquel contra Brasil, en las semifinales de la Copa América de 2019.
Manda, grita, ordena. Pelea con algunos rivales, con una frecuencia innecesaria. Discute con los árbitros más de lo aconsejable. Después de que un país se lo reclamara, incorporó ese liderazgo y ha sido una involución porque escuchó una demanda estúpida. Dejó de ser ejemplar, y esa pérdida es la que más duele y, al parecer, pocos extrañan.
Astuto para administrar su físico, se reserva las aceleraciones. Ya no hay grandes slaloms y se ven pocas apiladas, pero igual gravita, influye. Claro, pero desde otro lugar. No encandila, pero alumbra. Ahora, a veces la pelota se va cerca, el tiro libre se queda en la barrera y algunos pases no se conectan. Pero igual Messi busca socios, corre, grita. Se fastidia. Insiste. Ya no se rinde ante el error, quizás porque lo incorporó en su repertorio. Es un Messi más terrenal, rodeado por nuevos compañeros, varios de apellido Martínez, González, Palacios, Correa, Acuña, Gómez, Rodríguez, Pérez y Medina. Mientras Messi acelera su reinvención, la banda que ya descolgó el póster asume que también debe tomar las riendas.
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