El presidente de Boca aún no les hizo una oferta; uno de ellos dice que tiene un permiso para negociar en nombre del resto
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“Después de ganar las elecciones voy a golpear la puerta de cada uno de los vecinos que tenemos, ojalá que me atiendan, que me dejen tomar mate con ellos. Le voy a preguntar a cada uno si están dispuestos a vender su casa. Si todos están de acuerdo, agrandaremos la Bombonera. Vamos a hacer un estadio nuevo en el mismo lugar donde está porque esa es nuestra historia”, decía Juan Román Riquelme, cuando todavía era vicepresidente, en los volcánicos días previos a las elecciones en Boca que lo consagraron como el nuevo presidente. Estaba tocando el tema central de la campaña que lo enfrentaba a Mauricio Macri, que lleva décadas de discusión y una pregunta que no se salda: ¿Qué hacer con el templo que los hinchas veneran? ¿Cómo lograr que esa hoguera que se enciende cada vez que juega Boca pueda albergar a más feligreses?
“Yo puse el agua a calentar, pero se me quemó la pava esperándolo”, le dice ahora a LA NACION, en tono irónico, el propietario de un departamento ubicado en la calle Del Valle Iberlucea al 800, justo frente a la cancha de Boca. “Yo compré bizcochitos de grasa porque sé que son los que le gustan a Román, pero todavía tengo la bolsa sin abrir”, se suma otro vecino a la conversación en la vereda, mientras pasea a su perro. “Acá no vino nadie a conversar con nosotros, todo lo que se publica en los medios es puro chamuyo. Hace años que le venden humo a la gente y no hacen nada. Mienten y nos tiran a los hinchas encima, que nos putean y nos dicen que por culpa nuestra no pueden agrandar la Bombonera, cuando la mayoría de los vecinos estamos dispuestos a sentarnos a escuchar una oferta”, agrega, ya enojado y desde el balcón de su casa. Y pide enfáticamente que no se publique ni su nombre, ni su dirección. “Yo vendo, pero no regalo. Si me hacen una buena propuesta, les doy la llave ya mismo”, sentencia el vecino que vive frente al estadio Alberto J. Armando desde hace 53 años.
Insultos
Eso de los insultos tiene un pasado: en 2018 se viralizó un video en el que desde la tribuna insultaban a un grupo de vecinos que compartían el balcón de una de las casas que están frente al estadio. La cancha entera se sumó al grito de, “vende la casa la puta que te parió, vendé la casa…”.
La relación de los habitantes de estas dos manzanas próximas al estadio de Boca fluctúa entre el amor y el odio. Algunos se aferran a su propiedad y se resisten a la idea de mudarse argumentando que La Boca es su barrio de toda la vida, que difícilmente encuentren un lugar mejor con lo que puedan cobrar por la venta y otros encontraron un medio de vida en estas cuadras a partir de comercios de comida, kioscos o venta de merchandising, y no están dispuestos a abandonarlo.
En la esquina de Pinzón y Del Valle Iberlucea, desde 1981 un local de venta de hamburguesas y chorizos atiende al público los fines de semana, feriados y días de partido: “Esto lo arrancó mi viejo, yo sigo con el comercio en el que crecí y donde pasé toda una vida y no me quisiera ir de acá. Este es mi lugar, mi casa, mi trabajo y detrás de esto hay una historia familiar que no estoy dispuesto a que me quiten”, le dice a LA NACION Luis, el propietario del negocio. “Me acuerdo cuando Riquelme llegó a Boca. Después de los partidos venía su familia a buscarlo en una combi blanca; sus padres y hermanos paraban acá a comer algo mientras esperaban que salga. En este lugar y después de tantos años tengo mil historias para contar”, cuenta.
Sobre Brandsen al 600, a unos metros de la cancha, se encuentran dos comercios que tienen el frente pintado del mismo color: un maxi kiosco y una pañalera. Sus dueñas -madre e hijas- tampoco se sienten cómodas con la idea de irse del lugar. “Acá llegamos con mi marido hace 47 años y toda mi familia vive de estos dos negocios. Le vendemos mucho a todos los que vienen a visitar la cancha durante la semana y, además, a los hinchas en los días de partido. No quisiera vender, pero no sé qué puede pasar si el resto de los vecinos sí”, piensa Eduarda, la propietaria del kiosco y de la casa que se encuentra detrás del negocio.
El movimiento que se genera antes, durante y después de cada partido que Boca juega en la Bombonera es un dolor de cabeza para los habitantes del barrio. Vallas que dificultan el ingreso, desperdicios en la calle, la obligación de estacionar los autos a cuadras de su domicilio y el ruido son algunos de los problemas que relatan los vecinos. “En diciembre, cuando se hicieron las elecciones, todo el movimiento que se generó para ingresar esas carpas a la cancha fue un desastre. Entraron buena parte del material con unos auto elevadores que rompieron la vereda. Andá a reclamárselo a Riquelme”, se queja un vecino, que al igual que la mayoría está dispuesto a contar sus penurias, pero evita dar su nombre.
“Los días de partido no puedo salir de mi casa porque más de un hincha me insulta y me dice que somos unos miserables porque no queremos vender. Es indignante no poder vivir tranquilo en tu propia casa porque ellos se creen los dueños del barrio”, se apena María del Carmen, que vive en uno de los departamentos ubicados frente a los palcos del estadio de Boca desde hace 49 años y sostiene que la dirigencia del club nunca se acercó a hacerles una propuesta concreta: “Nos responsabilizan a nosotros, dicen que somos ocupas, que no tenemos los papeles en regla y que no queremos vender. Es todo mentira”. ¿Está dispuesta a negociar? María del Carmen, responde con contundencia: “Mi casa no está en venta, pero si me la quieren comprar y me ofrecen algo que a mí me resulte atractivo, por supuesto que lo voy a evaluar”.
Durante la semana, el ritmo de estas cuadras contrasta con la marea de hinchas que las invaden los días de partido. En Zolezzi y Pinzón cinco chicos juegan a la pelota ocupando la esquina, que casi no tiene tránsito. Dominan los piques caprichosos de la pelota en el empedrado con la habilidad del que invirtió horas en el asunto. Muchos toman mate en la puerta de su casa, casi todos se saludan y el tiempo transcurre lento.
“Acá nos conocemos todos, la mayoría hace años que vivimos en el barrio y es un lugar tranquilo, pero los días de partido es otro mundo. Cuando juega Boca yo intento estar como mínimo a 20 kilómetros de acá porque esto se transforma en un desorden. Para los hinchas será muy lindo, pero para la mayoría de los vecinos es un dolor de cabeza”, rezonga un vecino.
Cada uno de los consultados confirma que ni el presidente de Boca ni ningún otro dirigente se acercó a conversar con ellos desde aquel 17 de diciembre, el día en que Riquelme se consagró en las urnas por una abrumadora diferencia. El escepticismo es el sentimiento unánime de los propietarios frentistas de las dos medias manzanas que, en teoría, compraría el club para ampliar su estadio luego de años de consultas, reuniones y diversas especulaciones que nunca se transformaron en una propuesta concreta.
En un rápido recorrido por el resto del barrio de La Boca se observan carteles que indican que muchas propiedades están en venta, pero en las dos manzanas comprendidas por las calles Brandsen, Del Valle Iberlucea, Aristóbulo del Valle y Antonio Zolezzi, y atravesadas por Pinzón, no hay un solo cartel. “Estamos todos a la espera de una propuesta que nunca llega. Yo estoy contento donde vivo y no tengo intención de mudarme, pero si mañana me hacen una oferta que me permita mejorar seguramente la acepte, y por lo que tengo hablado con otros vecinos estamos todos en la misma situación”, dice Daniel, que vive en Pinzón 700 desde hace 30 años.
La vergüenza del presidente
“Nosotros soñamos con que nuestra cancha sea más grande, con que entre más gente. Pero en mi casa me enseñaron que uno no puede prometer algo si es de un vecino. Hasta me choca un poco golpearle la puerta a alguien para que se vaya de su casa. Me causa una rareza y no me pone muy bien”, dijo Riquelme en una entrevista con ESPN luego de su triunfo.
La respuesta del presidente de Boca se alejaba de lo que había planteado días antes de las elecciones. Además, dejó en claro que su prioridad es evaluar las alternativas que existen sin salir de los límites actuales del terreno que ocupa el estadio: “Ya comenzamos a trabajar y vamos a ver primero qué posibilidades tenemos con la Bombonera, en el lugar que está y en el espacio que hoy tenemos, y ver si así hay alguna oportunidad de agrandarla”.
Rápidos de reflejos, la respuesta de algunos vecinos no tardó en llegar. “Nosotros le decimos a Riquelme que si a él le da vergüenza cruzar la calle, nosotros nos acercamos al club para tener una reunión. Sería un orgullo “, plantea Rubén Lopresti, socio de Boca y dueño de dos propiedades que se encuentran frente al estadio, sobre Del Valle Iberlucea, que están pintadas de azul y amarillo.
Lopresti llevó adelante un relevamiento de cada una de las propiedades que se encuentran en las dos medias manzanas y contactó a los propietarios de las 67 unidades con el objetivo de evaluar la viabilidad de una posible compra y de unificar criterios entre el grupo de vecinos. Él afirma contar con el apoyo de todos los propietarios de las dos medias manzanas que se requieren para darle forma a la tan ansiada ampliación: “Hace seis años hice ese relevamiento. Lo tengo firmado de puño y letra por cada uno y volcado a una carpeta. Si a él le da pudor o le genera incomodidad, nosotros nos podemos acercar con todo gusto”, insiste.
El hombre se presenta como el posible nexo entre los vecinos y el club, a partir de su conocimiento del barrio y de la gestión que llevó adelante coordinando la posición del resto de los propietarios. Sostiene que cuando conoció los detalles del proyecto de ampliación del estadio denominado Esloveno Plus se dio cuenta de que esa era la solución ideal para materializar el sueño. Según su mirada, nunca antes se había hecho con seriedad la tarea de relevar el estado de situación de las propiedades involucradas y convencer a los vecinos de vender ante una propuesta conveniente. “Todo esto lo volqué a una carpeta que fui armando desde 2017. También es cierto que el tiempo pasa y alguno puede decir que eso fue hace tiempo, o que pretenda desconocer lo que me dijo, pero en líneas generales todos siguen de acuerdo y tengo como sostenerlo. Si Riquelme quiere, puede pasar a la historia como el presidente que amplió la Bombonera”, expone su mirada.
El manifiesto interés de Lopresti por vender su propiedad y su apoyo al Proyecto Esloveno Plus levantan sospechas entre algunos vecinos. “Apoyo la idea porque me interesa vender en buen valor mis propiedades, pero también quiero que la Bombonera sea el estadio que los hinchas de Boca queremos, y además estoy convencido que esto va a traer progreso al barrio, porque es una obra que lo va a modernizar y donde nos beneficiamos todos”, se defiende.
En la visita que realizó LA NACION ninguno de los propietarios afirmó haber delegado en Lopresti su derecho a decidir, aunque todos reconocen la existencia de su gestión y la mayoría manifestó estar dispuesta a escuchar una propuesta de parte de Boca.
El templo ya no se toca
En 1932, Boca llamó a un concurso público para la construcción de un estadio de cemento en el predio que poseía en el barrio de La Boca y donde se encontraba la cancha con tribunas de madera. El proyecto ganador fue el desarrollado por el ingeniero José Luis Delpini, el arquitecto esloveno Viktor Sulcic y el geómetra Raúl Bes. Esta propuesta incluía las dos medias manzanas compuestas hoy por las calles Brandsen, Del Valle Iberlucea, Aristóbulo del Valle y el pasaje Zolezzi, atravesadas por Pinzón. Pero Boca jamás pudo comprar esos lotes e inició la obra en 1938 prescindiendo de una de las tribunas y aprovechando al máximo las posibilidades que ofrecía el terreno de menores dimensiones con el que contaban. La solución para albergar más de 50.000 espectadores fue la construcción de tribunas escamadas, con estructura de hormigón armado.
La Bombonera se inauguró el 25 de mayo de 1940 en un encuentro amistoso en el que el Boca venció a San Lorenzo por 2-0. En 1953 se amplío cuando se construyó la tercera bandeja y se instaló el sistema de iluminación artificial. El estadio fue bautizado, recién en 1986, con el nombre de Camilo Cichero, que fue el presidente que inició la obra. En 2000 se cambió por el de Alberto José Armando, otro presidente histórico, y es la denominación que todavía se mantiene. Algunos opinan que el nombre de Armando resulta por demás contradictorio dado que fue uno de los presidentes que mayores esfuerzos hizo por cambiar la ubicación del estadio a partir del recordado proyecto de la Ciudad Deportiva en la Costanera Sur, que después de muchos esfuerzos quedó en el camino.
En 1996, durante el mandato de Mauricio Macri, se construyeron los nuevos palcos y se rellenó la fosa que separaba las tribunas del campo de juego. Fue la última gran obra en el estadio, más allá de algunos pequeños retoques que hubo en los años posteriores. Hoy, la capacidad, según informa el club en su sitio web, es de 54.000 espectadores.
Desde hace años, en la agenda de Boca se instaló la prioridad de ampliar la capacidad de la Bombonera, aunque cada presidente esquivó la decisión. Frente a este desafío hay dos caminos: construir un nuevo estadio o ampliar las dimensiones del actual sin mudarlo. Primero Daniel Angelici, y luego Andrés Ibarra, el candidato que apoyó Mauricio Macri en las últimas elecciones, fueron quienes impulsaron la idea de construir una cancha nueva en el predio que Boca posee en los terrenos de Casa Amarilla. El triunfo de Riquelme en los comicios y su abierta oposición a no mover la cancha, agotan las posibilidades solo a una ampliación. Hoy se conocen dos alternativas: la primera es la llamada Bombonera 360, presentada por el expresidente Jorge Ameal, y la otra es la denominada Proyecto Esloveno Plus.
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