A diferencia de lo que pasó después de la derrota contra Camerún en Italia 90, el actual DT tiene un equipo que venía funcionando y su desafío ahora es volver a lo que ya se hacía
DOHA.- México 86 no sólo es la última vez que un futbolista argentino tuvo la oportunidad de comprobar “cuánto pesa una Copa del Mundo” sino que es también el último Mundial romántico, aquel en el que las cosas no son como fueron sino como se las recuerda. Cual romanceros, sí. Tanto es así que de la famosa historia de la camiseta azul que se usó contra Inglaterra hay versiones diferentes, aunque todas con el mismo espíritu, contadas por distintos jugadores que estuvieron allí, incluido Maradona, que décadas después del episodio hablaba de observar con atención las fotos para descubrir “brillitos en la cara” de los protagonistas, culpa del estampado “de los números plateados, de fútbol americano”, en la espalda. No se han descubierto, aún, como tampoco archivos suyos pronunciando la célebre descripción “fue con la mano de Dios” inmediatamente después del partido.
Y en esa línea de historias contadas y recontadas una y otra vez sin más registro que la memoria emocional es que por estos días ha reaparecido, potenciada, una frase de aquellos tiempos atribuida a Carlos Salvador Bilardo: “Muchachos, en la valija pongan dos cosas, un traje y una sábana. El traje es por si ganamos el Mundial, la sábana es por si perdemos en primera ronda y nos tenemos que ir a vivir a Arabia Saudita”.
Aunque la dijo -o pudo haberla dicho- en aquel legendario Mundial al que la selección argentina llegó muy mal, empezó muy bien y terminó inmejorable, la memoria, también selectiva, prefiere ubicarla cuatro años más tarde, en Italia 90, adonde la selección argentina llegó ya campeona y con el mejor del mundo en su plantel pero empezó de la peor y menos imaginada manera, al perder en el debut contra Camerún.
La tentación es demasiado grande como para no acomodarla donde más convenga en el equipaje para ese viaje de comparaciones que siempre proponen los Mundiales en busca de coincidencias, diferencias y, quién sabe, soluciones. Arabia Saudita ya no es entonces el destino exótico que Bilardo proponía para exiliarse en caso de una eliminación sino el verdugo futbolístico que, como Camerún, se cruzó en el comienzo mismo del camino de un equipo que llegó a Qatar no como campeón, pero sí como uno de los principales candidatos a serlo y, sí, con el mejor del mundo en su plantel.
“El único placer de esta tarde fue descubrir que, gracias a mí, los italianos de Milano dejaron de ser racistas: hoy, por primera vez, apoyaron a los africanos”, decía Maradona, en el triste atardecer de aquel viernes 8 de junio de 1990, en las entrañas del Giuseppe Meazza.
“Hace mucho que no pasamos por una situación así, así que tenemos que estar más unidos que nunca. A la gente le digo que confíe, que este grupo no los va dejar tirados”, dijo Messi en la bochornosa tarde del martes 22 de noviembre de 2022, en el corazón del Lusail.
Aquel Maradona jugaba en un ambiente hostil, que quería verlo derrotado y humillado. Este Messi juega en un ambiente generoso, que quiere verlo triunfador y glorificado. Nunca, nunca antes en la historia se ha visto una selección argentina que tenga tantos hinchas que no sean argentinos, tanta gente que quiera verla campeón de nuevo.
En aquel entonces, caminar junto a Bilardo en el trayecto desde el vestuario hacia la sala de conferencias fue hacerlo al lado de un hombre más abatido que enojado. “¿Quéhacé?”, saludó. “¿Qué pasó, Carlos?”, fue la tonta pregunta. “Ahora es fácil decir que tenía que jugar Caniggia. Pero este equipo tiene una forma de jugar y así ganó. El partido se iba dando como habíamos pensado”, respondió. “Carlos, ¿es la peor derrota de su vida?”, otra pregunta al paso. “Sí, analizando los antecedentes es la peor derrota de mi vida”. En el regreso, les dirá a los jugadores: “Ya está. Ahora nos tenemos que clasificar. Si no nos clasificamos, en el vuelo de vuelta, hago caer el avión con todos nosotros arriba”. Y dispondrá cambios, claro. De los cinco centrales que habían jugado contra Camerún quedará solo uno: Simón. Y Caniggia, por supuesto, pedido por todos, desde Maradona hasta el último de los hinchas, será titular. Cirugía mayor en un equipo que ya tenia diagnóstico reservado.
De haber tenido la oportunidad de una caminata con Scaloni desde el vestuario hacia la sala de conferencias, algo difícil en estos tiempos de convivencia menos artesanal y más restringida, seguramente habría dicho que él sabia que esto pasaría algún día. Que no tenia registro de cómo reaccionarían ante la adversidad. Y que analizando los antecedentes, pasó en el peor de los momentos. Públicamente, dijo dos cosas que parecen lugares comunes pero al fin y al cabo son certeras: “Fue un partido extraño” y “estas cosas pasan en los Mundiales”.
A diferencia de su glorioso antecesor, él llegó aquí con un equipo armado, además de aclamado, y sin reclamo alguno de presencias salvadoras. Su dilema pasa por analizar y determinar si lo que pasó se trató de una excepción -mirando 36 partidos para atrás, eso fue- o si se trata de un quiebre. Si considera lo primero, no necesita cirugía mayor. Y por allí parece ir su percepción: no se trata de hacer algo distinto sino de volver a lo que se hacía.
Aquel equipo, una verdadera Armada Brancaleone conformada por héroes del 86 con heridas de guerra y jóvenes que empezaba la transición, logró al fin y al cabo vivir los siete partidos que suponen un Mundial ideal recorriendo un camino tortuoso. Este equipo, un grupo amado conformado por héroes de la Copa América del Maracaná y alguno más que irrumpió en los últimos tiempos, se mira en ese espejo algo empañado por las diferencias y limpia con la toalla en busca de las coincidencias. Para que Arabia Saudita sea sólo una risueña referencia en la supuesta frase de Bilardo. Y que la historia, esta historia, termine como casi todos, tantos como nunca antes, quieren que termine.