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Scaloni agotó el dudoso beneficio de la duda
Nadie es más importante que el todo. No hay títulos que blinden para siempre, ni entreguen un pase libre. Lo suele decir Lionel Scaloni, el padre de la criatura, esta selección argentina que hilvanó en estos años -y contando- el pasaje más rico de su pródiga historia. Por eso es que genera tanta perplejidad el particular estadío que atraviesa el entrenador. Difícil de comprender: pareciera haber dejado sus propios dogmas en la puerta del Maracaná la noche del triunfo ante Brasil. Es que desde ese mismo instante se puso por delante de sus propios jugadores, una posición que no abandonó en las dos semanas y media que pasaron desde entonces.
Se sabe, y por eso la sorpresa: se trata de una persona “normal”, alejada de los vedetismos. Es quien le devolvió ese estatus a la posición que ocupa: le pone al cargo de entrenador de Argentina su medida de hombre común que tiene un trabajo que atrae atención, popularidad, fanatismos. En sus respuestas suele dar cuenta del precio que cree que vale. Y no solo ahora, que tiene el cuello rodeado de medallas; antes de ganar la Copa América, en 2021, reflexionaba en una entrevista con LA NACION: “No soy de hacerme eco de los comentarios, ni buenos ni malos, pero claro que me entero: siempre hay alguien que te cuenta. Pero no me afecta porque soy sólo entrenador de fútbol, no me creo otra cosa. Y ahí está la clave de todo. Cuando asumí, alguien me dijo: ‘Vas a ser una de las personas más importantes de la Argentina’. Tenía ganas de responderle a esa persona, pero me lo guardé, e hice mal. Me pareció algo irreal. Yo soy entrenador, los jugadores son jugadores, y no somos más que eso. Aprendí que lo único que tengo que hacer es dirigir, aunque esté al frente de una selección importante. Y los jugadores, jugar. Nada más.”
Semejante baño de realidad choca de frente con la manera en la que Scaloni está gestionando las dudas sobre su continuidad. Si aquella noche en el Maracaná borró con una frase la trascendencia de la victoria histórica, ahora las sigue alimentando, como si un extravío místico lo envolviera. Luego del sorteo de la Copa América, sus palabras no aportaron la claridad que se esperaba. ¿Se va o se queda? ¿Va a dirigir a la selección en la Copa América? ¿Se queda hasta el final del Mundial? Ni. “No hay nada que definir. Estoy pensando en el momento que estamos atravesando. Es importante parar la pelota. No hay nada raro”, explicó -sin explicar- en Miami. Los 16 días que pasaron entre un episodio y otro no le fueron suficientes para tomar una determinación que lo afecta a él, pero sobre todo al conjunto que encabeza. Y ahí es donde Scaloni falla.
En otras palabras: a Scaloni se le agotó el beneficio de su propia duda. Que puede ser legítima, aunque no la explicite con claridad. Pero se equivoca -dicho con respeto- en eso de que “no hay apuro” para tomar la decisión. Quizás no haya urgencias, pero sí la necesidad de mantener el respeto por el plantel que conduce, que necesita certezas. Esta vez, a su discurso le agregó que su relación con Tapia “es perfecta”, y hasta posó para una foto con el presidente de la AFA. El encuadre lo expone todavía más: si puede seguir conviviendo, pese a las marcadas diferencias, con quien le dio la oportunidad de dirigir a la selección, ¿qué lo hace dudar tanto? Por lo pronto, estos días miamescos se parecieron a una gira triunfal de Tapia, que utilizó su renovada complicidad con Alejandro Domínguez para posicionarse como el alma mater de esta hora de éxitos en continuado. “El capitán del barco es Tapia”, estableció jerarquías el presidente de Conmebol en la inauguración de las oficinas de la AFA en esa ciudad, la mañana previa al sorteo. Gianni Infantino -el jefe de la FIFA- aplaudía a un costado, canapé en mano.
“No le debemos plata a nadie del cuerpo técnico. Y para nosotros los jugadores son siempre lo más importante. En todo caso, él tendría que salir a explicar por qué dijo lo que dijo”, levanta su dedo molesto un dirigente del círculo íntimo de Tapia, consultado por este cronista, en obvia referencia al DT. Al final, la estrategia de su jefe funcionó: dejó que los días pasaran desde que Scaloni planteara su dilema, y ahora la pelota pasó para el otro lado. El contexto demanda una definición: no es posible esperar que se aproximen los amistosos de marzo para que el hombre de la duda salga de su insondabilidad. El tiempo de espera se agotó. En el arbolito de Navidad de la selección no se puede poner un signo de pregunta.
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