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Rusia 2018, el Mundial que nació torcido y desencadenó la debacle de la FIFA: bajo la sombra de Burzaco y controlado por Putin
El torneo fue parido como mellizo del de Qatar el 2 de diciembre de 2010; ese día comenzó la larga crisis de la entidad madre del fútbol, que culminó con las redadas en Zúrich y el inicio del juicio por millonarias coimas y corrupción
MOSCÚ.– Los abogados de Torneos no podían creer lo que estaban escuchando. Alejandro Burzaco, que muerto Julio Grondona es la cara visible del FIFAgate en la Argentina, se revelaba como la encarnación del cinismo.
“Les agradezco, la verdad que quería tener la oportunidad de agradecerles”, les dijo el ex CEO semanas después de su mediática fuga y detención. ¿Agradecer por qué? “Porque gracias a la gestión de ustedes creció mucho el valor de mis acciones”.
Cuando fue detenido a mediados de 2015, Burzaco, que era dueño del 20 por ciento de las acciones de Torneos, decidió darlas como garantía en su acuerdo de libertad controlada. Torneos le recompró esas acciones en febrero de 2017, a 23,8 millones de dólares, y entonces llegó el agradecimiento: aunque parezca mentira, Burzaco, detenido en Nueva York, acababa de hacer otro negocio.
Eje de una trama de sobornos por decenas y decenas de millones de dólares y gran responsable no ya del hundimiento del precio de las acciones, sino de haber puesto a Torneos al borde de la desaparición, Burzaco demostraba así que está hecho de una madera única. Su “agradecimiento” habla del nivel de confianza, pero sobre todo de audacia, que se puede tener cuando se estuvo muy pero muy arriba. No importa que hoy esté detenido en los Estados Unidos, porque como testigo cooperador está haciendo todo lo posible para salir libre dentro de no demasiado tiempo.
¿Dentro de cuánto? Quizás en pleno Mundial, porque es en torno a mayo y junio que se conocerá la sentencia en el “caso Burzaco”. Si efectivamente sucede que la justicia estadounidense considera cumplida la condena y el ex CEO de Torneos ve el Mundial por televisión junto a su familia –o quizás prefiera no verlo–, no es aventurado decir que las semanas previas a Rusia 2018 serán de sacudidas intensas. ¿Por qué? Porque para evitarse las tres condenas por un máximo de 20 años cada una, Burzaco necesita revelar las fechorías de peces más gordos que él. ¿Cuán gordos? Muy gordos.
Así, la Argentina, que aspira a ser protagonista de alto vuelo en el Mundial, podría ser tema antes de que comience el torneo, pero no precisamente por lo que sean capaces de hacer los jugadores nucleados en torno a Lionel Messi.
Rusia 2018 confirmaría entonces lo que ya se intuía hace siete años: es un Mundial que nació torcido.
A los previsibles efectos del ventilador Burzaco en el entramado del poder deportivo, económico y político local e internacional, se le sumarán los propios problemas de Rusia, a la que le resultó más sencillo ganar la sede del Mundial que llegar sin contratiempos al partido inaugural que el jueves 14 de junio jugarán la selección local y la de Arabia Saudita.
El de Rusia es un Mundial que nació torcido porque fue parido como mellizo del de Qatar 2022. Ambos vieron la luz un 2 de diciembre de 2010, primero el niño ruso, luego el qatarí. La extravagante decisión de la FIFA de elegir en un mismo día la sede de dos Mundiales tenía su sentido: dos mercados enormes, poco transparentes y ajenos a ciertos controles ya ineludibles en países de tradiciones democráticas. Rusia y Qatar eran un marco mucho mejor que Inglaterra, España, Australia o Estados Unidos para que los dirigentes y empresarios nucleados en torno al negocio de la FIFA sacaran enormes tajadas para provecho particular. Las oportunidades en aquellos mercados ya estaban agotadas. En el país más grande del mundo y el de PBI per cápita más elevado, en cambio, estaba todo por hacer.
El de Rusia será el primer Mundial con sedes en las que no se pone el sol
Joseph Blatter, el ex presidente de la FIFA, dijo en 2016 a la nacion que “fue un error” entregar ambas sedes en un mismo acto, pero de haberle salido bien la jugada seguramente no diría lo mismo. Aun cuando es cierto que Blatter tenía un sueño de grandeza geopolítica que no incluía al pequeño emirato: 2018 en Rusia, 2022 en Estados Unidos. El fútbol uniendo lo que tantas veces en la historia estuvo desunido. Lo cierto es que el día de esa decisión, la FIFA comenzó a cavar su propia y bien profunda fosa. Aquello fue el germen de la debacle de mayo de 2015, cuando una redada del FBI en un hotel de lujo en Zurich se llevó por delante toda una forma de vida: la del dirigente de fútbol profundamente corrupto. Lo que no quiere decir que la corrupción en el fútbol se haya terminado, por supuesto.
Gianni Infantino, presidente de la FIFA desde febrero de 2016, y Vladimir Putin, uno de los hombres más poderosos del mundo, estaban un tanto tensos el viernes 1° de diciembre a las seis de la tarde. El sorteo del Mundial volvía a mostrarlos juntos ante todo un planeta que mira con desconfianza lo que pueda suceder del 14 de junio al 15 de julio del año próximo. Afuera nevaba con silenciosa furia, pero en el interior del Palacio del Kremlin, a un par de minutos de las oficinas del presidente ruso, todo estaba bajo control. Tan bajo control que, cuando Putin ingresó al escenario, ninguna cámara lo enfocó en línea recta y ningún técnico pudo vestir más que una remera, no fuera cosa que bajo sus ropas ocultara algún arma. Al jefe de Estado ruso sólo se lo pudo enfocar desde muy lejos y en diagonal, con cada cámara controlada por la seguridad. Ningún recaudo es demasiado cuando se trata de Putin, líder del país acusado de intervenir en las últimas elecciones estadounidenses y de enredar aún más la compleja situación de la región catalana en España. Si el de Rusia será el primer Mundial de la historia con sedes en las que no se pone el sol –la Argentina podrá vivirlo el 26 de junio en San Petersburgo, cuando se mida a Nigeria–, es también el primero en el que la cadena de mando termina en un ex agente de la KGB.
Será el Mundial de la hiperseguridad, un Gran Hermano infinito en un país que es foco y sede de amenazas terroristas. Muy diferente al último, en el que miles y miles de argentinos tomaron las playas de Río cantando “Brasil, decime qué se siente” hasta las tres de la madrugada. Semejantes concentraciones de masas son inviables en Rusia, que le impondrá un control personalizado a cada hincha que viaje, el Fan ID, credencial que bajo su nombre amable esconde un control-freak. Así, poco importará que los argentinos no necesiten visa para viajar a Rusia. La visa será el Fan ID.
Fuera de la seguridad, la preocupación en la FIFA y el comité organizador pasa hoy por una doble vertiente: la económica y la política. Todo indica que Vitaly Mutko, viceprimer ministro de Putin, máxima autoridad del Mundial y jefe de facto del deporte ruso, se llevará este martes un sonoro cachetazo: el Comité Olímpico Internacional (COI) está casi decidido a excluir a toda la delegación rusa de los Juegos de invierno de Pyeongchang. Para hacerse una idea, esos Juegos son el verdadero “Mundial” de los rusos. Es como si la Argentina fuera vetada del Mundial de fútbol por comprobarse que sus autoridades deportivas y políticas organizaron el doping sistemático de sus jugadores. Una tragedia nacional.
Esa certeza de que Rusia sigue con aquella práctica de los tiempos soviéticos –el doping de Estado– se combina con el muy enrarecido clima político en el escenario mundial, del que muchos culpan a Moscú, para dar forma a un cóctel letal para el negocio: Rusia 2018 no encuentra patrocinadores.
En el Mundial habrá un Gran Hermano infinito en un país que es foco y sede de amenazas terroristas
Según publicó la semana pasada The New York Times, Brasil 2014 declaró “agotados” los cupos de patrocinadores seis meses antes de que se iniciara el Mundial. “Este año, aunque la FIFA ocupó los espacios de patrocinadores internacionales y más caros con firmas de Rusia, Qatar y China, sólo uno de los 20 patrocinios disponibles a nivel regional fue comprado”. Si los patrocinadores globales aportaron 1.000 millones de dólares en Sudáfrica 2010 y 1.650 en Brasil 2014, para Rusia 2018 se espera una cifra mucho menor.
El New York Times cita a Patrick Nally, un especialista en patrocinio deportivo, que no se sorprende por lo que está sucediendo: “(La FIFA) ha sido y es una marca tóxica”.
“A menos que seas de China o algún país similar, donde el hecho de que la FIFA está siendo juzgada en un tribunal de Nueva York y asociada a la corrupción no importa, ninguna corporación se va a sentir tranquila asociándose con la FIFA”.
“Este Mundial va a ser muy complicado organizativamente y tremendo con el tema seguridad. No va a ser un Mundial agradable”, aseguró a la nacion un alto dirigente de la UEFA.
Mientras se espera a ver si ese pronóstico se cumple, Nally propone a la FIFA que se cambie el nombre. Algo así se barajó en algún momento en Torneos tras el tsunami Burzaco. Por ahora no sucedió.
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