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Rubén Moschela: un viaje de 50 años, de cadete a gerente de la AFA
Entró en 1972 para hacer changas en la utilería y hoy es el director del predio de Ezeiza, del que conoce todos sus secretos
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En el alma de la selección habitan historias desconocidas. “Mi señora crió sola a nuestros dos hijos. Los primeros ocho cumpleaños de mi hijo Matías…, me los perdí, no estuve en ninguno”. El relato se quiebra. Respira profundo Rubén Moschela y retoma. “Anduve por todo el mundo, di varias vueltas y tengo cinco pasaportes llenos..., pero con mi mujer sólo viajé una vez, diez días a Europa. Hace tiempo me pide que vayamos juntos al norte, a Salta, a Jujuy... y tiene razón, pero todavía no lo puedo hacer…” Anda por los 69 años Rubén, ya podría haberse jubilado, pero el predio de la AFA le resulta magnético. Ezeiza es su casa. Y no se enoja Norma, la compañera de siempre a la que le debe atención.
“Yo soy esa canción de Julio Iglesias que dice ‘me olvidé de vivir’. Es así, es así, ese soy yo… Dios me tocó con la varita mágica. A Diego y a Lionel les dio unos dones increíbles, y a mí me regaló pertenecer al mundo de la selección. ¿Sabés cuántos hubiesen querido estar en mi lugar? Un país. ¿Sabés los recuerdos que tengo en una valija?” Moschela hace más de medio siglo que trabaja en la AFA. Probablemente, se trate del único empleado de la AFA tricampeón mundial 1978, 1986 y 2022… Pero él elige correrse de ahí.
Muchos coinciden en que la AFA es como un Ministerio. Entonces, el predio de Ezeiza es como una pequeña Municipalidad… y Rubén Moschela, su intendente. El cargo exacto es gerente…, pero este hombre, a principios de los ‘70, era el cadete. Son 71 los empleados que a diario le responden directamente, desde jardinería, cocina, maestranza, limpieza… El comedor del predio, en una jornada común, tiene al menos 200 cubiertos. Son 16 las selecciones argentinas que se entrenan. Conoció a todos, vio crecer a todos y morir a muchos. “Entré a la AFA en 1972 cuando estaba Baldomero Gigán de presidente y después llegó Cantilo como interventor”, detalla. Ni existía el inoxidable Julio Grondona…, para tomar dimensión del tiempo transcurrido.
Nunca tuvo otro patrón. Su primer empleo será el último también. “Tenía 17 años y cursaba la secundaria en el Mariano Moreno cuando un excuñado me propuso hacer unas changas en la AFA. Entré como ayudante de utilería, y por esos días estaban Juan José Pizzuti y Bravo como técnicos, y Pastoriza era jugador. Me pagaban con vales… Algunos meses después, en octubre del ‘72, me tomaron como cadete. Hacía de todo, era el único cadete de la AFA. Escribía a máquina los boletines oficiales, los imprimía, llevaba papeles a las oficinas, distribuía la correspondencia y hasta fui telefonista: nadie quería aprender a usar el conmutador, y yo dije que sí… Era polifuncional”, bromea Rubén.
El joven Moschela ni podía imaginarse todo lo que le esperaba. “Después me pasaron a la oficina de árbitros para entregar los nombramientos. Y llegó el Mundial ‘78, entonces el EAM nos contrató a los cuatro empleados que trabajábamos en la AFA con los árbitros para ocuparnos de los jueces de la Copa. Nos concentraron un mes en el hotel Carlton, sobre la calle Libertad, para que nos encargáramos de la logística, los pasajes y los traslados de los árbitros. Con ese contrato me compré mi primer auto, un Fiat 600 usado, y conocí a Blatter, quien no era nadie todavía en FIFA, claro”.
Campeón del mundo y de regreso a la AFA. Había nuevos planes para el empleado Moschela. “Grondona puso en funcionamiento el antidoping y allí me mandaron. Pasé a designar los médicos para los controles y todas las noches que había partidos iba al laboratorio de la Armada, en Puerto Madero, porque ahí estaba el cromatógrafo en fase gaseosa, que para mí era un chino. Pero yo era el único que podía recibir las muestras, cortar los precintos de metal y poner los recipientes en las heladeras”.
-Hasta que aparece la selección en su vida.
-Un día me dicen que voy a viajar a un partido de la selección en Ecuador, por la Copa América 1983. Ya había llegado Bilardo. No había subido en mi vida a un avión… Viajamos a Guayaquil, Quito, perdíamos 2 a 0, salimos 2 a 2 y nos retiraron toda la seguridad. Salimos en carros de asalto, fue una locura, un caos. Estaba la barra ecuatoriana en la puerta de nuestro hotel, nos querían matar… Y ahí conocí personalmente a Grondona. ¿Cómo? Cuando salió a la calle, los enfrentó, les grito ‘qué carajo hacen acá’ y los quería pelear… Volvimos y regresé a la paz de mi departamento antidoping. ‘¿Cómo te fue?’, me preguntaron. ‘Ni loco me vuelvo a subir a un avión ni vuelvo a estar cerca de la selección’, respondí. Al mes me pasaron a selección. Me negué, rechacé, me opuse. Obvio, me pasaron igual. Después lo iba a entender: Bilardo quería gente que no supiera nada para, así, él poder hacerlos a su gusto.
“Mirá pibe, acá se hace lo que yo digo, lo que yo hago y nada más. ¿Entendiste? Si te gusta te gusta y sino, también”. Moschela recuerda y sonríe. “Eso me dijo Bilardo la primera vez que nos reunimos. Fue en el sexto piso del edificio de Viamonte. Yo me quería matar… pero ahí conocí a una gran persona que, con los años, seria el padrino de mi hijo. Y por entonces, yo no estaba ni casado: el profe Ricardo Echevarría, un tipo entrañable. Y ahí empecé a trabajar en selecciones nacionales”.
Durante la entrevista, Moschela repetirá una y otra vez: “No teníamos nada, no teníamos nada…” Lo dice el hombre que hoy controla una ciudad en miniatura en el predio de Ezeiza. “No había ni recepción ni escritorio ni nada en el sexto piso de Viamonte. El papá de Bilardo era carpintero, entonces un día Carlos se apareció con mamparas de madera y puertas. Y entre él, su ayudante Roberto Mariani y yo, colocamos todo y armamos algo. Mi oficina era de 2 por 1,5 metro, y la de él, un poquito más amplia. Ahí juntaba a 20 jugadores para darles charlas. Ni te podés imaginar lo que era eso… Ahí empezamos el periplo de la selección, y serían 33 años, desde 1983 hasta principios de 2015″.
Años de esfuerzo, aquellos, los primeros. La antesala del título en México ‘86. “Ruggeri siempre me carga… ‘Mirá cómo te dejó Bilardo, ¡sos peor que él!’ Bilardo me sacó años de vida y es el responsable de que tome 6 o 7 pastillas por día, pero también me enseñó mucho. Yo a Carlos lo quiero. Mi señora me pregunta si soy masoquista… Hay que vivir todo lo que vivimos. Viajábamos en económica, dormíamos en el piso de los aviones, vivíamos concentrados... Parecíamos gitanos, no teníamos un lugar propio, llevábamos la utilería de la selección en un rastrojero hasta el Centro Empleados de Comercio”. Viaja en el tiempo y Moschela repite: “No teníamos nada, no teníamos nada…”
La historia íntima de la camiseta azul contra Inglaterra en el ‘86
Lo que tampoco tiene Moschela es una medalla de campeón de México ‘86. “No, no tengo… me la sacaron. Cuando las repartieron, el doctor Raúl Madero, que descansa en paz, se agarró dos medallas porque le quería dar una a un médico del Hospital Italiano que era muy amigo suyo y había atendido a algunos jugadores… Entonces, cuando llegó mi turno, ya no había más. El profe Echevarría casi se agarra a las piñas y lo frené…, ya está, ya está… Y no la tengo”.
Ese Mundial de México le reservaría un capítulo central a Moschela. Él fue el alma y el motor de las célebres camisetas azules del clásico contra Inglaterra. “A 48 horas del partido no teníamos camisetas para jugar. Bilardo no quería volver a jugar con las azules que habíamos utilizado contra Uruguay, en octavos, porque transpiradas pesaban mucho. Quería que fuesen livianitas, con los agujeritos como las titulares. Y empezó a agujerear las azules, me cortó dos con una tijera. “Arreglate”, me dijo. Llamé a los dirigentes, que estaban en un hotel en el centro del DF, y Julián Pascual me dijo “arreglate con el loco vos”. Y me cortó. Llamé a la marca que nos vestía, a Le Coq Sportif, y me dijeron que no tenían más, que habían entregado todo”
“¿Y quién me salvó? De nuevo, el Dios, Diego. Yo había conseguido en un centro comercial esas camisetas azules que luego serían famosas, y le llevé dos de prueba a Bilardo. Pero me las rechazó porque eran brillosas y se pegaban al cuerpo, entonces, apareció Diego y nos vio discutiendo. ‘¿Qué pasa?’, nos dijo. Carlos le responde: ‘No tenemos camisetas y mirá lo que nos trajo Moschelita’. Cuando Bilardo te decía por el diminutivo era como si te estuviera puteando. Pero Diego, al verla, le encantó, y dijo: ‘Estaaaaaa, es hermosa’. Para Bilardo, como ahora con Lionel, lo que decía Diego era palabra santa. Volví volando a la casa de deportes donde las había dejado señadas y compré todas las demás. Yo siempre les digo a los muchachos del ‘86 que me tendrían que dar un 10% de regalías por derechos de autor”, bromea.
Moschela no podía imaginarse, en 1987, que estaban colocándose los pilotes de su futura casa. Sí, la actual. Finalmente iban a dejar de ser una hoja en el viento. Ese año comenzaron las obras del predio de Ezeiza. “El cardo más chico era más alto que una persona y los bosques eran impenetrables”, rememora. El primer edificio se inauguró días antes del viaje de la selección al Mundial de Italia ‘90, y se estrenó formalmente con el ciclo Basile, en 1991. “Pero todavía todo era muy muy precario. ¿Sabés algo? Durante los primeros ocho años en Ezeiza, mi oficina fue un baño. Sí, un baño. Cuando llegó Bielsa me sacó del baño; con él tuve una oficina propia. Bielsa también me enseñó mucho, era intenso…, recuerdo que viajé siete veces a Japón hasta conseguir un premio como él quería. ¡Siete! Bielsa se enojaba cuando yo le decía ‘usted se parece a Bilardo, pero con tecnología’. Bielsa fue muy importante en el desarrollo y el crecimiento del predio”.
El predio de Ezeiza: cardos gigantes y un bosque impenetrable
Que oportunidad se perdieron con este HOMBRE.
— Bilardo Eterno (@BilardoEterno) March 25, 2023
Ese lugar no se merecía otro nombre que Carlos Salvador Bilardo. pic.twitter.com/EtedVTIks3
En nueve mundiales de mayores estuvo Moschela, y varios más de juveniles. Pero un día cerró esa etapa. Conoce cada rincón de la ‘ciudad selección’, ese predio de 48 hectáreas que soñó, bocetó, construyó y cada día busca ampliar. El padre de la criatura, vaya lugar común. Se desprendió de la selección después de más de tres décadas alocadas… y se sumergió en un mundo que no se detiene nunca. “Amaba la selección, la amo, pero ya estaba muy saturado. Había que ocuparse de este predio que estaba muy caído. Grondona, unos meses antes de morir, me había pedido que fuera el director del predio y de selecciones… Viniendo de cadete, para mí era un orgullo, pero no se podía hacer las dos cosas. El predio necesita una persona estable todo el día en el lugar, no se podía manejar por teléfono. Lo pensé… y a principios de 2015 le dije a Luis Segura que quería renunciar a selección y dedicarme al predio. Enseguida, tuvimos la desgracia de estar tres años parados, en la época de la Comisión Normalizadora, y no es que hable mal de ellos, pero tenían otras prioridades y se olvidaron del predio. Estuvimos sin pagarles por mucho tiempo a los proveedores, debíamos por todos lados. El predio se mantenía por el amor de los empleados, no había un mango. Y con la llegada de Tapia todo cambió, Tapia vive acá prácticamente. En eso es diferente a Grondona, que venía al predio solo de vez en cuando. Tapia está pendiente de todo; acabamos de ganar la Copa del Mundo, pero en algún momento lo van a matar porque en la Argentina somos así”, pronostica Moschela.
-Imagino el presupuesto del predio…
-No lo sé, en serio. Ni lo tengo en cuenta; me llama Pablo Toviggino [secretario ejecutivo de la AFA], que es el que maneja la plata y me dice: ‘Hermano, vos me gastás más…, pero yo sé que la cuidás y la ponés toda en el predio. Te voy a acompañar hasta que te vayas’. No me falta nada, Tapia y Toviggino no me hacen faltar nada.
-¿Y cuándo se marchará?
-Fui tres veces a jubilarme y me rechazaron las tres veces. Yo al predio lo amo, lo amo… ‘Vos te morís si te vas de acá’, me dicen. Era hasta Qatar, pero la última vez me pidieron que me quede hasta octubre de este año. No sé. Me levanto a las 6 y estoy en el predio hasta las 19 o 20. No tengo vacaciones prácticamente, y si falto me llaman cada 10 segundos porque jamás apago el celular.
Fanático de Independiente, oriundo de Valentín Alsina, enseguida Moschela se entusiasma con las obras y los pendientes. “Estamos haciendo una utilería nueva para el femenino, otro depósito, la utilería para el fútbol playa… A ‘este bicho’ no lo podés dejar caer, lo abandonás un mes y te cuesta un Perú volver a levantarlo…”, detalla. Y se zambulle en proyectos: “Hacen falta más canchas, otra concentración, una cancha totalmente techada…, el predio tiene que seguir creciendo, más, más y más. Está el proyecto de levantar un museo sobre la autopista Richieri. Y la gran obra que volvió a activarse, que iba a ser la AFA central trasladada desde Viamonte, está en camino de convertirse, de a poco, en un hotel temático. Para que los planteles que vengan se hospeden allí, los visitantes en tránsito al aeropuerto se hospeden ahí… y eso significará ingresos. Esa es la idea…”
-“Su” casa dejó de llamarse Grondona y ahora se llama Messi. ¿Qué le pareció?
-Es un reconocimiento a uno de los más grandes, porque son dos, Lionel y Diego. Es una decisión del presidente y yo no me puedo inmiscuir en esas tareas.
-Cuatro nombres: Scaloni.
-Después de Qatar nos vimos dos minutos y nos alcanzó para emocionarnos. Yo lo conocí desde muy chico, primero en los juveniles, estuvimos en Malasia, y después en la mayor… Y traté al papá, que siempre nos traía un lechón para los empleados… Me llamaba y me pedía permiso para dejar su camioneta acá, en el predio. El otro día lo recordábamos con Lionel y se nos aflojaba todo a los dos. Yo los veo poco porque es lo que corresponde. Cuando me fui de selecciones hice un corte, porque correspondía, porque yo debo respetar el lugar y el espacio de la gente que ahora conduce el departamento de selecciones.
-Messi.
-Lo conozco de tan chiquito, lo trajimos de Barcelona en un gran operativo que encabezó Omar Souto y Tocalli. Encontramos al papá, hicimos el partido relámpago en la cancha de Argentinos…, bueno, la historia que todos conocen. Es un pibe espectacular, es un chico distinto… Maradona y Messi, yo los viví a los dos… Dos genios que se portaron muy bien conmigo. Messi era callado y sumiso, al menos hasta cuando yo lo trataba. Humilde, ejemplar, y ahora lo veo desde lejos como un caudillo. Diego era quilombero, luchaba contra el poder, contra los sistemas… Messi es de otro estilo, sufrió mucho, por eso salir campeón del mundo fue el premio que se merecía. Las cosas que se aguantó… Él siempre quiso a la Argentina.
-Maradona
-Como técnico fue uno de los mejores que tuve, él me respetó siempre… Me decía Jefecito… ‘¿Qué hay que hacer, Jefecito?’, me preguntaba en la parte logística. Yo le respondía y él contestaba: ‘¿Escucharon? Hagan lo que dice el jefe’. Era un fenómeno Diego. Todos me decían: ‘Te debe estar volviendo loco, ¿no?’ Y no, al contrario, fue el que más respetó mi trabajo. Maradona fue una gran persona y mi gran amigo. Lo lloré mucho. En Italia ‘90 yo tenía a sus hijas en mis rodillas y sigo en un grupo de Whasapp con los campeones del ‘86…
-Y Julio Grondona.
-Yo no puedo decir ni lo más mínimo en su contra porque me dio la oportunidad más grande de mi vida. Y pensó en mí sin conocerme. Yo lo veía como dirigente y era abismal la diferencia con el resto. Esa cintura… Lo veía en su accionar en los mundiales y todos en el mundo se referenciaban en él… Era un caudillo. Tenía sus errores y sus virtudes. Como todos. Pero tenía una forma única de manejar las cosas. ¿Qué no era preparado? No. ¿Qué estaba en la ferretería? Sí. ¿Qué no hablaba inglés? No, no hablaba inglés. Uno a veces ha estado en lugares que no debía estar y escuché cuando le ofrecieron ser presidente de la FIFA y dijo: ‘No, el próximo presidente va a ser Blatter’. Cuando murió, acá, en el sepelio, escuché cuando Blatter dijo: ‘Y ahora, ¿a quién le voy a pedir consejos?’ Yo vi cómo mil dirigentes, y presidentes, lo quisieron echar y después terminaron todos a su lado.
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