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Rubén Darío Insua, el restaurador de San Lorenzo: “¿Quién no quiere jugar como el Manchester City?”
El DT cumplió un año en San Lorenzo y se transformó en un símbolo de un club en crisis
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“Remera roja”. Pasaron más de 20 años, pero hace honor a su propio elogio: “La memoria es mi principal virtud, me acuerdo de todo. Fui a LA NACION (¿el edificio estaba enfrente del Luna Park, no?) cuando salimos campeones de la Copa Sudamericana y me acuerdo que tenía puesta una remera roja”. Era diciembre de 2002, luego de que San Lorenzo ganara su segunda estrella internacional. El archivo lo corrobora: así fue. Rubén Darío Insua logra algo único en la Argentina de las grietas: lo quieren todos. O, mejor expresado: todos quieren que le vaya bien, más allá de San Lorenzo.
Un bar sencillo, pequeño y melancólico, en la esquina de Rivadavia y Leopardi. Martes al mediodía en Villa Luro: vive a cinco cuadras. Llegó puntual y la charla duró una hora y 15 minutos. Llegó y se fue caminando, no revisó ni una vez el celular. ¿Llevó celular? Pelo revuelto, barba algo más recortada, ropa deportiva (remera y joggins oscuros, zapatillas multicolores) de marca desconocida. Pagó dos cafés y un cortado. De fondo, varios cuadros, una imagen de Don Ramón, el entrañable personaje de El Chavo. Todos lo conocen, todos lo saludaron.
Piensa, se ríe, hasta se emociona. Juega “a la pelota” en las canchas de Parque Avellaneda dos veces a la semana. “Antes me pagaban por jugar, hasta el año 95. Después empecé a pagar yo para jugar. Yo creo que podría estar en una cancha tranquilamente en el fútbol de hoy. Pero no solo yo: Bochini, Riquelme, con el trabajo físico que hay hoy, harían desastres”.
–¿Por qué venís acá todos los días?
–Vivo a cinco cuadras. Es mi lugar, mi barrio, desayuno acá todos los días. Salgo a correr para el lado de la cancha de Vélez, paso por la plaza de Irigoyen. A mí siempre me gustaron mucho los cafés de Buenos Aires. Es una debilidad. Sacando a mi familia, lógicamente, es lo que más extrañaba cuando trabajaba en el exterior. Los bares de Buenos Aires… La nostalgia, el café, comer una medialuna, leer los periódicos. Me gusta ser un tipo de barrio.
–Dirigís a uno de los cinco grandes de nuestro medio y siempre estás lejos de las grandes luminarias. ¿Sos así, es una pose?
–Es la vida que hice siempre. Soy así, simple.
–¿Te hacen sentir un bicho raro dentro del fútbol?
–No, me siento absolutamente normal. Normal, normal (se ríe).
–Cuando todo se parece sofisticar cada vez más, vos volvés a lo clásico, lo humano. ¿Y la tecnología aplicada en el fútbol?
–En cuando a mi estilo de vida, hago lo mismo que hacía hace diez, 15, 20 años. Mi familia, mi mujer, mis hijos, mi casa, mi barrio y mi trabajo. Uso la ropa que quiero usar, no pienso en la moda. En cuanto a la tecnología en el trabajo, todo el tiempo hay que evolucionar, crecer. Estar actualizado, pero sin modificar los hábitos.
–¿Qué cosas agregaste a tu metodología?
–Tengo una forma de entrenamiento, una forma de ver el fútbol, pero siempre con un espacio abierto para lo nuevo. En este caso, la ciencia y la tecnología. Por ejemplo, volví a San Lorenzo después de 19 años. Hoy, San Lorenzo, en el área del fútbol profesional, tiene psicólogo deportivo, especialistas en alto rendimiento, cardiólogos deportivos, nutricionistas. Lo importante es que todo eso se vea reflejado en la forma de competir.
–Es una base de datos…
–Buena frase: es una base de datos. Es un valor agregado. Todo lo que contribuya a mejorar a un jugador. La evolución física es muy alta: cambió mucho el uso de la fuerza en el desarrollo de los partidos. Puede gustar o no, pero es indispensable hacerlo, porque si lo hace el rival, te supera. El fútbol no es una ciencia exacta como la matemática, pero tiene una fantástica dosis de lógica. Las medidas son las mismas, hay dos arcos, la pelota es redonda, los que tienen mejores jugadores tienen más posibilidades de ganar, como siempre. Hay poco tiempo para pensar y pocos espacios para maniobrar. Entonces, hay que agregar los medios audiovisuales y el caudal informativo que tienen todos. Hay muchas cosas para neutralizar al rival hoy, comparado a hace 20 años.
–Teniendo en cuenta todo lo que mencionas, ¿dónde se saca la ventaja?
–En la técnica. El recurso técnico se mantiene como el más importante. A la hora defender, de patear, de cabecear. Sigue siendo el elemento más importante. Siempre va a ser así: los tipos que inventaron el fútbol (creo que fueron los ingleses, ¿no?), crearon una cosa redonda que va para todos lados. Que te tiene que hacer caso. Y es el único juego que se juega con las extremidades inferiores. Eso le da más importancia a la técnica: el fútbol es distinto a todo. Por eso es el juego más apasionante. Fijate un nene de 4 años: no sabe leer, escribir, no sabe nada, le tiras una pelota… y la patea. No se sabe por qué. Es el misterio del fútbol que lo hace apasionante.
–Acabas de cumplir un año en San Lorenzo. Todo lo que viviste, ¿superó tus expectativas?
–Hoy estamos mucho mejor. Lo que sí superó mis expectativas ampliamente es que encontré, puertas adentro, muchas más soluciones de las que creía. Unos 13, 14 jugadores jóvenes muy buenos. No hubo ninguno que haya tenido temor o que la presión lo haya superado. Y jugar en la primera de San Lorenzo, con 35, 45.000 personas.
–¿Cómo lograste convencer a tus jugadores de tu idea? No arrancaste ganando todos los partidos…
–Empatamos y después ganamos en Santiago del Estero. Llegamos y teníamos 11 días para preparar el partido con Independiente, que tenía un gran equipo. Álvarez era el arquero, atrás estaba el chico que era de Colón, ¿Vigo?, Barreto, Insaurralde y Rodríguez; Poblete, Perro Romero, Soñora, Cazares, Leandro Fernández y Benegas; había jugado Copa Sudamericana. Hicimos entrenamientos largos, hasta de tres horas, siempre fútbol. Los tenía que ver.
–San Lorenzo era un polvorín cuando llegaste…
–Se pasó muy rápido todo. Me vi todos los partidos del primer semestre del año pasado y todos los partidos de 2021. Sobre todo, le presté mucha atención a los partidos de local. Me acuerdo que estaba con mi familia y veo, un día, creo que con Platense; salen los jugadores y les cae una silbatina generalizada, eso me llamó la atención. Cuando teníamos que hacer el precalentamiento en ese partido con Independiente, el profe me pregunta dónde lo hacemos: “adentro”, le digo, sin dudar. Pero 30 segundos después, lo llamo y le digo: “hágalo en la cancha”. Esperé que salgan todos y vi desde lejos que había tímidos aplausos. Ni un silbido. Y me dije: “esto es un paso adelante”. Independiente tenía otra intensidad, ganaba los duelos individuales. Pero desde los 11 minutos del segundo tiempo hasta el final, Independiente no pateó más al arco. Empatamos y lo pudimos haber ganado, fue un adelanto. Después pasaron las semanas. Dicen que, cuando estás en el desierto, el agua es un oasis. ¿Cómo empiezan todos los partidos? Siempre 0 a 0. Mi equipo es ordenado, tiene la misma idea que hace un año. Tres defensores y tres delanteros, siempre.
–¿De entrada sabías que ibas a jugar con tres atrás o tomaste la idea del interinato que venía haciendo Fernando Berón?
–Desde 2009 que juego así. Estaba en Deportivo Quito cuando tomé esa decisión. Había un nuevo presidente, que me pidió una reunión y me dijo: “¿qué necesita para salir campeón?” Una pregunta no habitual. Le dije un líbero y tres delanteros. Llevamos a Iván Hurtado, un crack, y tres delanteros argentinos. Ahí empecé, me gusta defender con tres defensores centrales.
–¿Por qué elegís jugadores que no son rápidos como Zapata o la Roca Sánchez como líberos en la línea de 3?
–El jugador colombiano siempre me gustó. Su esencia, su técnica. Boca y River trajeron jugadores colombianos y casi todos jugaron bárbaro. Les das el rigor físico y táctico del argentino y despegan. Zapata tiraba caños en el área, tardó seis meses en acomodarse, pero un crack, una técnica... Con Sánchez lo mismo, a veces quiere tirar un caño o pegarle de revés (risas), pero es un gran jugador, estuvo en la Premier League cinco años. Tienen paciencia, técnica. Me gustan. Al jugador colombiano hay que tenerle paciencia seis meses.
–El clima cambió, la gente está ilusionada…
–…hubo un quiebre, en la séptima fecha pasada, cuando San Lorenzo le ganó a Boca por 2 a 1. Ahí noté fervor con el equipo, lo dimos vuelta, pudimos ganarlo 3 a 1 con un penal que Bareiro tiró afuera. El estadio explotaba de gente, noté que pasó algo. Hacía años que no se ganaba un clásico. Empezó la química. La mayoría de los chicos del club son hinchas, y algunos grandes quisieron quedarse para revertir la situación.
–¿Los jugadores creyeron enseguida en vos?
–Les mandé tres o cuatro mensajes en el arranque, directos y puntuales. Que todos arrancábamos de cero y que no me interesaba qué había sucedido en el pasado. Tuvieron espíritu para revertir la situación. Había que jerarquizar el rol del entrenador, que en San Lorenzo se había perdido. Cuando vos rotas sistemáticamente al entrenador, como si fuera una moneda de cambio, transformas el banco de suplentes en un lugar de extrema debilidad, eso hubo que cambiarlo.
–Muchos técnicos no quisieron agarrar. Y vos no eras la primera opción.
–Yo lo único que puedo decir cuando me preguntan eso, es que me reuní una sola vez. Una reunión larga, de cuatro o cinco horas. Me fui a casa con la convicción de que iba a dirigir San Lorenzo. No tenía una sola duda… no sé si ellos sí... (se ríe).
–Elogias mucho a Zubeldía, a Bilardo, con quien tenés una relación de afecto. Apuntamos a lo ideológico: ¿no sentís que vas contracorriente al defender a entrenadores que privilegiaban el orden defensivo?
–Nooooo. Primero, el fútbol argentino es una potencia a nivel mundial en los últimos 50 años. Zubeldía es el último técnico que salió campeón en el Viejo Gasómetro. Cuando él asumió en San Lorenzo, yo jugaba en la pre-novena. Iba a ver los entrenamientos, todos a puertas abiertas, él siempre decía: “para que te vaya bien, hay que laburar”. Me quedó grabado. Se veía la táctica, la pelota parada, se veía todo. Y los rivales podían tomar nota. Y él decía que lo hacía para agudizar el ingenio, para estimular la imaginación. Y Bilardo salió campeón del mundo. Lo que vos decís, para mí no es un problema. Me hubiera gustado que me dirigiera Menotti. No me interesa esa lucha, esa supuesta división. Para mí, fue todo lo contrario: el debate de Menotti y Bilardo jerarquizó al fútbol argentino. Son dos ideas opuestas que llegaron a lo más alto. El fútbol argentino es muy bueno. No voy a defender todo lo que diga uno u otro, porque te limita en el pensamiento. Pero...
Yo veo el Mundial ‘78, invierno, hacía mucho frío y todos los partidos eran dinámicos. La Argentina volaba, salió campeón del mundo en el alargue sobre Holanda: era el equipo de Menotti. En México, en la altura y con un calor sofocante, los partidos fueron lentos. Se jugaba a un toque, tac, tac, tac (hace el gesto clásico). Tic, tic, tic. Si vos te ponés a ver los dos equipos, parecían del “enemigo”. Si vos tenés a Menotti y a Bilardo, ¿cómo los vas a desperdiciar? Al Flaco lo vi dos o tres veces en mi vida. Una vez, en Torres de Manantiales, tomaba un café con mi familia en la Boston, Menotti era el técnico de River y estaba con Poncini y el profesor Dean, y yo jugaba en Independiente. Me saluda, me dice que me felicita porque me había casado (había sido tapa de la Revista El Gráfico), “que sean felices”, me dice. Después, que cada uno juegue como quiera. En la Argentina hubo y hay entrenadores muy buenos: Bielsa, Basile, Griguol, Yudica, el Bambino, Sabella, después, que cada uno juegue como quiera. Ahora se sumó Scaloni, un entrenador brillante.
–¿Vos estás más cerca de Bilardo o…?
–Estoy cerca de lo que a mí me gusta: jugar bien y ganar. Yo tengo que hacer más cosas bien que el rival para ganar. No conozco ninguna fórmula mejor que jugar bien para ganar. Manejar la pelota, tener técnica individual, hay que tener jugadores para hacer eso. ¿Hay algún equipo en el mundo que juegue mejor que Manchester City?
–No.
–¿A quién no le gustaría jugar como el City? Juega en la Premier y hace goles de Papi Fútbol. Toques en el área chica. Defiende con uno, con dos, con cuatro. Si pierde la pelota, te vuelven loco. Juegan con ocho tipos en el ataque. Todos quieren imitarlos y nadie lo puede hacer. Bueno, sí, la selección argentina. Son dos equipos que juegan diferente al resto. ¿Si me gustaría? Sí… (coma), pero dame un presupuesto. Guardiola, todos los años, contrata defensores de 40 millones de dólares. Te la ponen en el pecho, salen jugando. Defienden en 80 metros. Todos valen 40 palos. No hay que perder el tiempo en pensar en eso, hay que sacarle el cerebro y el presupuesto. Todos querían replicar el Barcelona de Pep, pero nadie tenía a Messi, Xavi, Iniesta.
–¿Esas discusiones son las que tenés, a veces, con un grupo de plateístas?
–Esas discusiones se dieron dos veces en un año. La primera, se hizo una novela porque me grabaron un video… alguien me gritó “decile a los jugadores que pongan huevo y terminala con la línea de tres”. Justo perdimos con River, habíamos terminado con cinco delanteros en la cancha, atacando. Es lo único que no se les puede reprochar a los jugadores de San Lorenzo: que tengan espíritu. Contra Platense, me pedían sacar a no sé quién… El mismo grupito, en el mismo lugar. Pero nunca me insultaron.
–Sos de asumir la presión; el otro día dijiste “para salir campeón, hay que ganar 9 de 11…”
–Nosotros, Defensa y Justicia, Talleres, Estudiantes, todos tienen que ganar 9 partidos, sino, no pasas a River. Es lógica pura. Hay jugadores que ahora tienen 25, 30 partidos, cuando yo llegué tenían 3 o 4. Toman mejores decisiones.
–¿El Perrito Barrios es el mejor exponente de tu ciclo por cómo lo hiciste evolucionar? Gambeta, técnica, sentido de pertenencia.
–Barrios es un jugador de potrero. Tiene ese espíritu. Está de chico en el club, San Lorenzo lo prestó dos veces… raro. Es muy humilde, bueno para jugar a la pelota. Pero hay muchos chicos del club que crecieron: Gattoni, Hernández, Giay, Martegani, Luján, Leguizamón… Barrios tiene chispa, levanta a la gente. Los jóvenes necesitan respaldo, a los jugadores del club hay que cuidarlos. Los conductores del fútbol argentino, sobre todo de los grandes, tienen que estar preparados para el mal humor social, para la crítica. Eso no lo pueden pagar los que están dentro de la cancha. El microclima es para el entrenador. El conductor debe hacer que el conducido sea respaldado. Cuando hay un cambio, todos dicen que sale de mal humor porque no le gustó el cambio y se enojó con el entrenador. Incomprobable. Puede estar enojado con él mismo, con el rival que no lo dejó jugar, con el árbitro que no le cobró lo que él quería; con la esposa, con la que se peleó hace tres días. Entonces, llega al banco, patea la botella y está enojado… con el entrenador. ¿Cómo va a estar enojado si juega en la primera de San Lorenzo? Juega al fútbol, hace lo que más le gusta y ¡le pagan! Otra teoría: que el jugador está triste cuando no juega. El técnico es un nene malo porque no me pone y después, vas el 20 y cobras el sueldo, entonces, es un enojo selectivo.
–¿En qué momento sentiste que te ganaste el respeto de todos?
–Con el tiempo, el jugador va viendo. Nunca me van a escuchar que “el equipo no puso lo que hay que poner”. Nunca me van a escuchar decir públicamente que al equipo “le faltó actitud”. Hoy se sabe todo, se cuenta todo.
–¿Estás al tanto de lo que se dice, de las redes? Alguien te hacía una lista diaria de las cosas más importantes que decían de vos…
–(larga una carcajada) Tengo una persona encargada de ese tema, que no soy yo. Creo en la tecnología, en el avance, todo lo que pueda ayudarte, más elementos de juicio para tomar una decisión. Pero no estoy pendiente de eso. Sé todo. Tengo toda la información que necesito de todos los temas que necesito. Pero no vivo todo el día en el teléfono. En mi equipo de trabajo hay alguien que me dice lo que es trascendente, algo que salga de la lógica. Cuando no dirijo, ahí sí leo, consumo mucho. Puedo llegar a estar tres o cuatro horas por día.
–Volvamos al respeto. ¿Sentís que te lo ganaste antes de… justamente, ganar?
–¿Cómo lo digo? Es medio raro el fútbol. En mi primera gestión como entrenador, salimos campeones. Ahora, no ganamos nada. No lo conseguimos todavía, esa vez ganamos un título internacional. Y sin embargo…
–Si hacemos de cuenta que te llama el manager Matías Caruzzo y, como te pasó en Ecuador, te pregunta: “¿Qué necesitás para salir campeón?” ¿Qué le decís?
–¿Para el segundo semestre? ¿Cuando se abra el libro de pases?
–Sí.
–Mirá, las dos cosas prioritarias que yo les pedí a los dirigentes fueron condiciones para poder trabajar de manera ideal en un equipo grande. Buenas canchas, buenos vestuarios, comer bien y dormir bien. Los jugadores comen en el club. Y les pedí cumplimiento económico, lo que pedí en todos los clubes. Cuando lo cumplían me quedaba; cuando no, me iba a mi casa. Y en cuanto a jugadores… Con plata es todo más fácil. Guardiola perdió la final con el Chelsea hace dos años y ese día no pateó al arco. Y ahora es muy factible que la gane. ¿Qué hizo? ¿A quién pidió? Haaland. A Pep le gustan otro tipo de jugadores, pero dijo: ‘tráiganme uno que haga goles’ y pagaron 120 millones de euros. Y también lo llevó a Julián Alvarez, que es crack. Si tengo que elegir un jugador… Messi, pero ¿puede venir Messi a San Lorenzo? No. Entonces… jamás le cierro la puerta a un gran jugador. Mañana viene Matías Caruzzo, que hace muy bien su trabajo como manager y con quien tengo una excelente relación, y le digo que siempre voy a tener una puerta abierta para traer a un gran jugador y... una puerta más grande y más abierta para darle lugar a un futbolista de las inferiores, para que quien se destaca pase a primera.
–Elogias mucho a la selección.
–Yo no creo mucho en la diferencia entre los técnicos grandes, viejos, jóvenes. La Argentina salió campeón del mundo con un técnico joven, con un excelente recorrido. Algo vieron Tapia y Menotti, ¿no? Y le hicieron un contrato por cuatro años. Ganó el torneo de L’Alcudia, fue tercero en la final de la Copa América, después de perder… ‘raro’ contra Brasil, con un par de jugadas de VAR, muy raro en esa época. Hubo un penal a Agüero y dijeron que fue falta de él… Hizo una gran eliminatoria, le ganó la final a Brasil en el Maracaná, que para mí eso está un escalón debajo de la Copa del Mundo. Gracias a Bolsonaro, lo ganamos allá. Con un método de la década del 70 y el 80, con 53 días concentrados sin salir, fue la única selección que no rompió la burbuja, entrenando, comiendo y durmiendo. Le ganó la final a Italia en Wembley, con un fútbol total, parecido al City. Y después, campeón del mundo…
–¿Dónde viste la final del Mundial?
–Yo estaba en Estados Unidos; cuando estas en el exterior, tenés una emoción algo mayor. La lejanía, ver la alegría de las calles, ves algunos videos que te aflojan las piernas. Vi a un español que andaba por la avenida Corrientes, a contramano, mientras filmaba el momento en el que iba a patear Montiel; había un silencio absoluto y cuando hace el gol… (se emociona hasta las lágrimas). Estaba en Miami, en el barrio de los argentinos y ver a la Argentina campeón del mundo… es una gran alegría. No solo por el fútbol, es por el pueblo. Un país como la Argentina, que tuvo a Maradona, Di Stéfano, Messi, el Papa, Favaloro, Vilas, Ginóbili… La selección se impuso y en una final extraordinaria, 3 a 3, a pesar de que fue infinitamente superior a Francia. Brillante. Por supuesto, la Argentina tiene al mejor jugador de la historia del fútbol mundial; Messi, a los 35 años, fue extraordinario.
–¿Y por qué todo eso no lo podemos trasladar al día a día?
–Hay tres o cuatro teclas que hay que apretar. No son muchas. Primero, como argentinos, somos muy competitivos. Por un lado, es bueno, pero siempre estamos en el límite, en la vida en general. Pasamos la raya y se generan todos los conflictos. Salgamos del fútbol: hace poco, la esposa de mi hijo me contaba que en Estados Unidos operan del corazón con el método que creó Favaloro, 40 años después. La comida argentina es rica, Buenos Aires es linda, el Sur, el Norte, es una maravilla, las playas son lindas, el teatro, los actores, los músicos, todos son brillantes… ¿de qué nos vamos a quejar? Y sí, tenemos que conseguir que en un país como el nuestro la gente tenga las condiciones mínimas para tener una buena vida: trabajo, salud, educación, alimentos. Hay que bajar un cambio, mostrar menos lo malo y mostrar más lo bueno. Tengo que un amigo que es sociólogo y me dice: lo único que hay que hacer en la argentina es expandir la felicidad, tratarnos bien.
Siete pedidos de selfies; también, de hinchas de Boca y River. “Perdoná, soy de Boca, pero bueno, me caes muy bien”, le dice un fanático. “Un error cualquiera tiene en su vida”, responde él. Y se ríe. “Te admiro”, le advierte otro. “¿Sos de River, no? Te saqué la ficha enseguida, no me dijiste ‘ojalá que ganen el domingo’…”. Y vuelve a reír.
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