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River sufrió un festival de Rosario Central y una actuación sensacional de Jarminton Campaz, un crack de potrero
En el Gigante, el equipo canalla se impuso por 3 a 1, cree en la Copa de la Liga y sueña con la Copa Libertadores; Martín Demichelis perdió los papeles en el todavía puntero
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River no juega como un favorito, como el candidato natural para alcanzar la Copa de la Liga Profesional. Se convirtió, a esta altura del año, en un equipo del montón. Uno más, de ésos que están escondidos en una mitad de tabla. Sigue primero en su zona, la A, y seguramente va a pasar al tramo decisivo, pero ya no pesa su camiseta, ni los volantes de excelencia. No le queda ni el lustre del brillo de lo que fue en la Liga Profesional que conquistó. River es una moneda al aire, cuando tiene todo para jugar, para divertirse con los bolsillos llenos.
Rosario Central tomó nota, se dio cuenta. Aun luego del 0-1 parcial en Arroyito. Corrió, metió, luchó y jugó. Claro que jugó. Ignacio Malcorra se vistió de 10, de un enganche de los de antes. Y Jaminton Campaz, un colombiano pícaro, atorrante, volvió locos a todos. Juega con el barro del potrero, el que extrañamos todos. El 3-1 de Central sobre River abre el juego del certamen; cualquiera puede animarse. Además, después de alcanzar la marca de 28 partidos seguidos sin perder como local, el ganador está a tiro de los cuartos de final y, más importante, cerca de la clasificación para la próxima Copa Libertadores.
El River de los volantes solía ser una obra de arte pero, en el transcurrir del tiempo, empezaron a tomarle la mano. De la exquisitez (de a ratos) a una versión previsible, no tan compleja de descifrar. Ese River, el de los mediocampistas de galera y corazón, el campeón de la Liga Profesional, está agazapado, escondido detrás de escena. Sale cuando está inspirado, habitualmente en el Monumental y de vez en cuando en otros escenarios, menos amables. Esa sinfonía creó una trampa: muchos de sus rivales ensayan tanto para destruirlo, que lo logran.
Esequiel Barco encara, se cae, se levanta, inventa y vuelve a gambetear. Genio para abrir el marcador con un hallazgo, luego de una eficaz fórmula de la derecha, de Santiago Simón a Nacho Fernández. Más tarde, desaparece. El propio Fernández exhibe movimientos técnicos de clase, pero con un físico que es su propia trampa. Manuel Lanzini es una excepción a la regla del futuro: todos creen que lo mejor está por venir, después de la pretemporada y rumbo a 2024.
Nicolás De la Cruz se trata de la excelencia del despliegue y la creatividad, aunque también es capaz de extraviar una pelota sencilla. Como una derivó en una salida rápida de Central, en las sombras de Simón, casi siempre incómodo en el lateral. De Campaz a Luca Martínez Dupuy (entró por el lesionado Ariel Cervera) sobrevino el 1-1, con el River defensivo mirando la vida pasar.
Con Rodrigo Aliendro en el banco (imprescindible, desde cualquier óptica; inexplicable su función de relevo) y Enzo Pérez en los probables últimos días del caudillo en el club (expulsado por la segunda tarjeta amarilla a los 18 minutos de la segunda parte), el último campeón, el de los mediocampistas que corren, meten y juegan de maravillas, hoy representa la nostalgia. Sobre todo, cuando inclina en su favor el desarrollo casi por peso propio y de pronto, cuando nadie lo espera, se derrumba, como un avión de papel de vuelo fantasmagórico.
El inesperado gol del empate parcial fue el final del primer capítulo, y el 2-1 para el cuadro canalla se presentó en el amanecer de la segunda mitad. El pase de Campaz fue colosal y Malcorra hizo su parte, pero fue Leandro González Pirez el que sorprendió a Franco Armani. El colombiano pasó de marear a Simón a desnudar a Marcelo Herrera. Uno de los ataques (con fundamento) que los más exigentes hacen a Martín Demichelis: la doble debilidad en los laterales. Ni el 4 (sea quien sea), ni el 3 (Milton Casco perdió la brújula y Enzo Díaz bajó su nivel y juega poco) ofrecen garantías.
De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, River pasó de un probable 2-0 a un 1-2 y con un jugador menos para los últimos 30 minutos. Rota la estructura de los mediocampistas de rigor y de pinceladas, el DT probó con Pablo Solari-Miguel Borja, una fórmula que empezó a tener protagonismo en la última etapa del ciclo de Marcelo Gallardo. Pero el contexto era otro esta vez: un infierno canalla, con un futbolista más y Campaz ilusionado con construir el partido de su vida. Fue un demonio el colombiano.
Se desinfló River. Lógicamente, con un intérprete menos y De la Cruz forzado a ser un 5 moderno, se apagó con la genuina convicción de que no podía. La alegoría de las medias bajas: el crack que ópticamente siempre debe ser mejor que lo que es, ensaya algunas acciones de salón y rápidamente se pierde en la indiferencia. Eso es River, hoy.
Lo rescatan, eso sí, las ráfagas furiosas de algunas de sus figuras. Una inspiración, un toque, una sorpresa. Las incursiones de Solari, por ejemplo. Pero Central se convirtió en un equipo duro, peleador, de avances veloces. Y en su casa suele ganar o al menos no perder. En ese contexto, un muy buen partido. Porque River fue, con los ojos vendados, pero fue y fue. Se desnudó. Y Central estaba listo, con hambre urgente, con el cuchillo y el tenedor.
Como en el contraataque letal, a cinco minutos del cierre. Conducción de un 10 de los viejos tiempos, Malcorra. Y definición a lo crack de Campaz, con una sutileza ante un gigante, Armani, y frente a un River jugado a todo o nada, como tantas otras veces. Una resolución, si se permite la comparación, a lo Burrito Ortega, un ídolo de la otra vereda.
Compacto de Rosario Central 3 vs. River 1
“Y ya lo ve, y ya lo ve, es el equipo de Miguel”, entona la gente para un conjunto que la representa en cuerpo y alma. El millonario sumó la segunda derrota en serie, como ocurrió hace un puñado de meses, luego del 1-2 contra Inter por la Copa Libertadores (antes de los penales) y un 2-3 a manos de Argentinos por la Copa de la Liga.
El fútbol argentino abre el juego: River ya no es el candidato estelar. Juega casi, casi, como uno más.
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