Rosario Central - Newell’s, por la Copa de la Liga: la Lepra se puso en ventaja con la corrida de Armando Méndez y el gol de Juan Manuel García y el Canalla ya no pudo recuperarse

De un lado, la celebración pintada de rojo y de negro en un puñado de gestos, los de los jugadores visitantes en Arroyito. Del otro, el desconsuelo hecho silencio, en miles y miles de almas que decoraron el contorno. Sin público visitante, el contrapunto retumbó con la furia de la contundencia. Perdió Rosario Central. Ganó Newell’s por 1-0 con un gol de Juan Manuel García, Juanchón. Un triunfo que trajo alivio en los vencedores. Una derrota con sabor a fin de ciclo en el equipo de Cristian Kily González.

La sangre, los colores, la ciudad partida, pasión contra pasión, el de Rosario no es un clásico menor ni aún conviviendo con todos los clásicos en la misma fecha. No. Su dimensión no sabe de estrecheces. Tiene vuelo propio. Y sus latidos se multiplican más allá de los noventa minutos de juego, como los aftershocks, las réplicas de un terremoto después del terremoto en sí. Eso es lo que sacudirá -para bien- en las horas por venir a todo Newell’s. Eso es lo que sacudirá -para mal- a todo Central.

“Hoy cuando me levanté me transpiraban las manos. Lo viví desde que me desperté como si hubiese sido mi primer clásico”, dijo Pablo Pérez, acaso sintetizando el valor que todo Rosario, incluso los protagonistas, suelen darle a un Central-Newell’s.

El duelo quedó enfocado de entrada en el conurbano del mediocampo, en los alrededores del círculo central. Las tensiones bajaron pronto desde los costados, claro, pasaron por las mentes de todos y de ahí sin escala a las piernas. Pablo Pérez (ausente ante Sarmiento porque arrastraba cuatro amarillas) no sólo patrullaba los movimientos de Vecchio, el cerebro del local; se prendía en todos los combates. Julián Fernández se encargaba de Montoya.

Lo mejor del partido

Y con ese 4-2-3-1, en el que Garro de un lado y Francisco González del otro eran los pistones por los costados para formar rápido un 4-3-3, Newell’s se las ingeniaba para mantener el empate sin goles y el partido, bien lejos de su arco. El que rompía el molde era Lautaro Blanco por el callejón izquierdo, como hizo con un doble caño y un centro perfecto, tras el cual se perdió el gol Lucas Gamba. Las aproximaciones llegaban con cuentagotas.

Central lo hacía si se encendía Vecchio (Armando Méndez, que luego sería clave en el gol de García, salvó casi en la línea un remate de Infantino); Newell’s, si lo hacía Castro. O si perforaba por afuera, como lo logró Francisco Fernández cuando se recostó sobre la derecha. Hasta que se rompió el partido en el arranque del segundo tiempo con el gol de Juan Manuel García. Silencio de nocaut en el Gigante de Arroyito, tras una gran jugada de Armando Méndez por la derecha: el lateral recorrió 78 metros antes de tirar el centro que Garro (en el área) resolvió de manera fallida. Pero estaba Juanchón para corregir con un toque al gol.

El Central del Kily González, en medio de su inestabilidad (emocional y futbolística), venía con dos golpes cercanos que habían horadado su autoestima: las derrotas de local ante Godoy Cruz y Barracas Central. Por eso el clásico era una prueba de fuego desde todo punto de vista para el local.

A partir del gol de Newell’s se acentuaron las posturas y la pelota, ya con mucha más desprolijidad que antes, empezó a rodar esencialmente en campo visitante. Y de a poco se fueron encadenando los cambios. De hecho, a quince minutos del final Guillermo Sanguinetti ya había realizado las cinco modificaciones, empezando por las salidas del lesionado Garro y del pibe Luciano, que estaba al borde de la expulsión cuando el árbitro Echavarría le salvó la vida y no le sacó la segunda amarilla. Se fueron más, desde luego, como Gamba, como Montoya, como García, como Pablo Pérez, quien (¿cuándo no?) había sido amonestado en la primera etapa…

Central insistió. Pero no hubo caso. Chocó contra la firmeza de Macagno y de una línea de fondo en la que sobresalieron Méndez y Lema como abanderados de la resistencia. No fue un clásico que cautivase desde lo estético. Nada que ver. Pero las pasiones no andan buscando razones. Ni para sufrir ni para celebrar.

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