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Rosario Central campeón de la Copa de la Liga: hizo un golazo a pura gambeta y festejó en la noche santiagueña ardiente
Se impuso por 1-0 en Santiago del Estero y ahora jugará una nueva final con River por el Trofeo de Campeones
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Nada ni nadie pueden contra la diosa gambeta. Ni el más cerrado de los sistemas, ni los nervios de una final ni el calor más ardiente. Maximiliano Lovera la sacó a relucir a los 39 minutos del primer tiempo, la lustró, le puso un traje de etiqueta y marcó un golazo fuera de contexto para darle a Rosario Central el título de la Copa de la Liga frente a un dignísimo Platense, que por tercera vez en su historia se quedó con las manos vacías en una final.
El calor, insoportable y pegajoso, que durante el día rozó los 50 grados de sensación térmica en la capital santiagueña se hizo sentir tanto en las tribunas como en el césped.
Arriba comenzó temprano del lado del Canalla: sus hinchas, que no solo fueron muchos más (por algo se cuentan por millones mientras los calamares, nada más y nada menos que un club de barrio, los cuentan por decenas de miles) pudieron ingresar al estadio sin mayores obstáculos. El grueso de la columna que viajó desde Vicente López, Saavedra y Núñez, en cambio, fue interceptada por la policía local a unos 20 kilómetros del estadio y recién pudo ingresar cuando acababa la entrada en calor de los jugadores.
Lo mejor del partido
A ras del suelo, a los 39 grados que marcaba el termómetro al comienzo del partido se le agregaron el fuego y el humo de las bengalas que caían desde las gradas de Central y obligaron al árbitro Nicolás Ramírez a detener el juego a dos minutos del inicio. Cuando por fin la pelota empezó a rodar sin nuevas interrupciones, al ardor ambiental se le añadió el nerviosismo general y durante largo rato el fútbol hizo mutis por el foro; y al final se hizo sentir en las piernas de los jugadores y en la capacidad para resolver con sentido común hasta las acciones más sencillas.
Ni Platense ni Central hacen un culto del juego asociado o de la elaboración como vía para dominar la mitad de la cancha y abastecer el ataque. Pero en ese contexto, el Calamar cuenta con menos futbolistas de buen pie y en esa primera media hora dio señales de sentirse cómodo si la pelota viajaba más tiempo por el aire que por el blando y poceado suelo del Madre de Ciudades. Metidos en su campo pero no exageradamente atrás, los dirigidos por Martín Palermo esperaban la ocasión para salir de contra, y gozaron de una oportunidad. La desperdició Facundo Russo por demorar el pase a Franco Díaz, que venía solo por la derecha.
Del lado Canalla el planteo había sido diferente desde el pizarrón. Miguel Ángel Russo sorprendió con la titularidad de Lovera y el retraso de Tomás O’Connor a la zona del doble 5 para intentar darle más fluidez a la circulación. Hubo que esperar 35 minutos para que la apuesta comenzara a dar frutos. En ese instante, el conjunto rosarino logró trenzar una larga conexión que no tuvo final pero anticipó lo que vendría.
Cuatro minutos después, con O’Connor como director pero todavía en medio de un desierto, Lovera ejecutó con su pierna derecha su inesperado solo de gambeta. Pasó entre Díaz y Nicolás Castro, le tiró un caño a Ignacio Vázquez y definió cruzado de zurda. Un golazo de otro partido que condicionaría todo lo que iba a pasar después.
El tremendo choque de cabezas entre Mateo Pellegrino y Facundo Mallo que inauguró la segunda mitad y derivó en el traslado del delantero de Platense al hospital provincial (más tarde se supo que su estado no revestía gravedad) sirvió insólitamente para aquietar la tensión, exterior y sobre el césped, y darle más lógica al juego.
Enseñó sus cartas Central mientras funcionó la conexión Lovera-Ignacio Malcorra-Jaminton Campaz, como a los 15, cuando entre pisadas y sombreros el colombiano la tocó por encima de Ramiro Macagno y la pelota picó sobre el travesaño. Acertó Palermo con los ingresos de Leonel Picco y Maximiliano Zalazar, para que Platense aprovechara el cansancio rosarino y empujara en pos de una igualdad que siempre pareció distante, por su escasez de creatividad y por la eficacia de Mallo y Carlos Quintana para despejar los mil centros que lanzó el Calamar.
Aun así tuvieron sus ocasiones Zalazar a los 24 (Jorge Braun descolgó del ángulo su derechazo), Nicolás Servetto con un remate apenas ancho y Picco con una peinada que desvió el arquero, ambos en el descuento.
Fue digno lo del Calamar, como para que ningún hincha pueda reclamar nada. Fue un campeón inobjetable Rosario Central, porque fue el que puso las mayores cuotas de fútbol. Y porque tuvo a alguien que rescató el incalculable valor de la gambeta, esa herramienta vital y exquisita que asombra a los hinchas, embellece el juego y cada tanto también sirve para levantar copas y dar vueltas olímpicas.
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