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Rodrigo de Paul, un hombre feliz entre las mujeres de su vida: "Ser futbolista es un trabajo de dos"
"Papá de Francesca". De todas las definiciones posibles para presentarse, Rodrigo de Paul elige el lugar que ocupa desde hace menos de dos años. Su biografía en Instagram, una ventana que abre de su intimidad, lo exhibe así, ejerciendo el rol que más orgullo le provoca. "Soy paciente. Pero me cuesta mucho retarla, en eso fallo un poquito", acepta, con una sonrisa. Y se anima a avanzar un poco más: "Intento ser mejor padre cada día. Tenés miedos, claro, pero hay que aceptar la equivocación como parte del día a día. Cada uno tiene su experiencia... A mí me tocó una que no me gustaría repetir con mi hija", dice, sereno y con el tono firme. Y deja que el sobreentendido flote en el aire antes de cambiar de tema.
Ahora, hoy, De Paul es uno de los que corre por el predio de la AFA, en Ezeiza, antes de que la selección juegue contra Paraguay en la Bombonera. Ya es una cara habitual: jugó 19 partidos con la camiseta de Argentina, todos en los últimos dos años. Llegó el lunes desde Údine, en el noreste de Italia, el lugar en el que ancló hace cuatro años y medio y del que se enamoró. Allí es el 10 y capitán del Udinese, en esa ciudad de 100 mil habitantes que late según le vaya al club. La selección y Udinese, claro, son dos temas centrales en la vida de este muchacho de 26 años identificado también con Racing, el club que pisó por primera vez a los cinco y en el que debutó en Primera a los 19. Pero, más que eso, De Paul es un hombre de mujeres, una figura que se arma con tres vértices. De ellas habla con admiración con LA NACION cuando surge la cuestión de las referencias y los apoyos. Retrocedamos el calendario una semana. Rodrigo acepta la llamada de Zoom desde el living de su casa en Italia, y enseguida se ve a Francesca correr por detrás. Él se sirve el primer mate de las decenas que tomará y empieza a contar. Lo hará durante más de una hora, hasta que Camila (la mamá de Francesca), avise que es la hora de cenar.
—En la vida cotidiana, mi mujer y mi mamá son las dos personas con las que más hablo. A veces siento muchas presiones porque yo quiero que todo esté bien: que a mis hermanos no les falte nada, crecer en la selección, que el club mejore… Y la situación me puede atosigar. Entonces me apoyo en mi mujer, que me ayuda a liberar la cabeza, y en mi mamá, que se encarga de toda la familia en Argentina.
—¿Esa presión que sentís es el efecto adverso de ser tan autoexigente?
—Ser profesional me hace ser feliz. Y todo lo que conseguí en mi vida futbolística fue por ser profesional. A nivel entrenamiento, alimentación, descanso. Llegué a ser un jugador importante de la selección por eso. Y sé que no es lo mismo llegar siendo el 10 de Udinese que si lo fuera del PSG. Si jugás mal, puede haber una subestimación, tal vez de gente que no está tan capacitada: "Y claro, si De Paul no juega en la élite, juega en el Udinese". Entonces, ¿por qué voy a cambiar? Soy inmensamente feliz por las cosas que conseguí, viendo desde donde salí, la familia que formé. Y ser futbolista es un trabajo de dos: yo puedo ser así por la mujer que tengo al lado. Fuerte, que me acompaña, que comprende los tiempos del futbolista. Estamos juntos desde hace 11 años. Sé que nadie de los que me rodea está conmigo por interés: a mis amigos los tengo desde que tenía tres o cuatro años. Mi círculo es súper chico. Es un momento de mucha felicidad, y a veces eso te asusta un poco, te hace pensar si no viene una mala… Pero hay que disfrutarlo y ya. Yo voy para adelante siempre, pongo el pecho y sigo.
—En tu club sos capitán y en la selección te ganaste un espacio, ¿eso te pone en otro lugar?
—Los líderes no necesitan gritar para que los escuchen. Se hacen con el ejemplo, poniendo la cara por el compañero. Con el tiempo, con los años, me hice líder. Me gusta ese tipo de presiones, ese tipo de responsabilidades. Vivo para el fútbol, me gusta entrenarme y trato de que mis compañeros también lo hagan al máximo porque soy un convencido de que se juega como se entrena. Los líderes deben cumplir algunos requisitos, yo me siento capacitado y sé que mis compañeros me ven así. Entonces tomo esa responsabilidad, aunque hay momentos en que no es fácil, hay otras cosas en la cabeza, todos tenemos una vida. Pero no me pesa.
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—¿Te escondés en los días malos?
—Intento no trasladarlo. Me enfoco en lo que hay que hacer ese día. Voy al gimnasio una hora antes del entrenamiento, pongo la música alta, me subo a la cinta y corro. Eso me limpia, en una hora vuelvo a estar en mi eje. Y cuando me junto con los demás, ya estoy listo para empujar. En la selección también estoy intentando ser un ejemplo, ayudar. Uno no decide ser líder, no lo elige. Hay un montón de matices que te llevan a eso. Siempre fui alguien al que le gustó hablar dentro del campo, entrenar a una intensidad alta… Desde ese lado, uno puede decirle a un compañero "dale, metele, esto es la selección", o "dale, estás jugando en la Serie A". Entonces, cuando vas acumulando partidos, experiencias, es más fácil llegar a esa posición. Y a mí me gusta ser líder, cumplir ese rol.
—Transformaste a aquel chico que debutó en Racing...
—Hace casi siete años que me fui de Argentina. En aquel momento Racing no tenía un lugar para almorzar en el club ni un nutricionista. Yo salía del entrenamiento y me iba a comer con alguien y me tomaba una Coca-Cola. Con el tiempo vas queriendo mejorar, y el contexto te ayuda. En Udinese me encontré con un nutricionista muy bueno que no me impuso "comé esto o aquello", se sentó conmigo y me explicó los porqué. Por qué es importante no comer azúcar, por qué es importante comer carbohidratos el día previo al partido... Eso me fue dando soluciones adentro del campo. Obviamente, no vas a patear mejor porque te alimentes mejor, esa es una burrada. Pero si te alimentás mejor, vas a estar menos cansado y eso te va a llevar a tener la cabeza más libre para tomar mejores decisiones. Y te vas a recuperar más rápido de un partido a otro, y vas a tener menos lesiones. Si abrís la heladera de casa, te vas a dar cuenta de que no es muy divertida: hay mucha fruta, mucha verdura, mucho pan integral, muchos frutos secos.
Termina la frase y larga la risa. Ese es otro aspecto de su personalidad: al revés de su heladera, a De Paul se lo identifica fácil entre los divertidos en los grupos que integra. Porque se puede ser las dos cosas: exprimirse en el entrenamiento y también organizar las bromas. Y liderar, quedó claro. Ese costado no lo descubrió en Europa, es parte de su esencia: cuando debutó en Racing, a los 19 años, pidió la camiseta número 10 que había dejado vacante Gio Moreno, un colombiano que los hinchas amaban. Y en Udinese le pasó lo mismo: abrazó con determinación la 10 que acababa de colgar Antonio Di Natale, autor de 227 goles en el club desde 2004 a 2016.
—En Udinese sos el amigo de los otros cinco argentinos pero, sobre todo, sos el que debe integrar a todos.
—Intento separar. El Tucu Pereyra es mi hermano, pero sabe que cuando salimos a entrenarnos, no hay relajación. A veces me carga: "Sos otra persona, estás loco", me dice. Sabe que si lo tengo que putear, lo haré. Lo entiende. Ahora está Nahuel Molina, que lo tengo cerca porque juega por derecha, y lo vuelvo loco. Pero termina el entrenamiento y estamos ahí, tomando mates. Ellos tienen claro que adentro de la cancha yo tengo un rol que cumplir. Y al final, hay momentos para todo.
Hay una ventana que los futbolistas identifican muy bien: las horas siguientes a los partidos son aquellas en las que, si no hay otro muy pronto, pueden disfrutar de un permitido. Para De Paul, eso tiene forma bien argentina: el asado. Suele ser el anfitrión de las reuniones entre su familia y la de Pereyra, y se hace cargo: "Mi mujer se lleva muy bien con la del Tucu. Nos juntamos mucho, prendemos el fuego y nos tomamos unos mates mientras preparamos un asado. No soy un crack, pero me salen ricos", se califica. Esos espacios, al cabo, también son parte de la rutina de los que están lejos de casa: amucharse entre pares para gambetear la nostalgia.
"Yo soy bastante casero, me gusta estar acá. Miro bastante tele argentina, trato de estar encima del fútbol de mi país. Y a la tarde me entreno con un profe particular que conocí en el club, hago mi doble turno desde hace dos años. Él es profe y fisioterapeuta, todas las tardes nos metemos en el gimnasio. Y cuando no está, sigo mis rutinas. Mi vida es eso: entrenarme, volver a casa, estar con mi hija y mi mujer, volver a entrenarme, cenar en familia", hace la lista, que le sale fácil. Mucho más que adoptar el uso y costumbre italianos: "Cenamos a la argentina: imposible hacerlo antes de las nueve y media. Difícil invitar a casa a alguien de acá y servirle la comida a esa hora. En las concentraciones me pasa que cenamos a las 19.45; a las once y media me entra un hambre terrible", reconoce.
—Tu proyección invita a pensarte en otro club: ¿ya visualizás ese salto?
—Acá tenemos las cosas que nos hacen felices. No necesitamos tanto. Esta ciudad nos acogió desde el primer día, nos hizo ser padres. Parecen algo pequeño, pero para mí es muy importante cómo el hospital de esta ciudad trató a mi mujer y mi hija. Tenemos nuestro restaurante donde pasamos la Navidad, nuestros lugares para pasear, mi mujer también tiene su rutina. El club me hizo sentir importante desde el principio, al darme una camiseta que es súper emblemática para Udinese. Me hizo jugar en la selección argentina, me permitió jugar una Copa América al lado del mejor jugador de la historia… Esas cosas crean lazos que son difíciles de romper, sería muy difícil estar en otro lado tan cómodo como estoy acá. Pero a mí me gustan los desafíos, me gusta crecer. Quiero volver a jugar la Champions, quiero jugar un Mundial. Me preparo todos los días para eso, entonces no sé qué puede pasar en el futuro.
Cuando tomar mates con Messi es una noticia
A De Paul, cada tanto, se le escapa un término en italiano. Como cuando se refiere a un "grande" esfuerzo, por ejemplo. Ese país y ese fútbol le dieron el impulso para llegar al lugar que siempre imaginó: la selección argentina. ¿Pero cómo la había dibujado en su mente cuando era uno de los miles de futbolistas argentinos que la veía por TV? O en vivo, incluso: estuvo en Brasil y fue un hincha más durante el Mundial 2014. "No tenía un prejuicio sobre cómo sería la selección, pero llegué y me sorprendió gratamente en todos los sentidos. Uno sabe cómo se manejan los grupos, las dinámicas que tienen. Este es el mejor de todos los que integré: es gente buena, humilde, divertida, con muchas ganas de trabajar. Si no fuera así, lo diría. Cuando llegamos al predio enseguida queremos entrenarnos, aunque tengamos 14 horas de viaje encima. Encontrás gente a las 10 de la noche en el gimnasio, siempre. Las sobremesas son hermosas, la pasamos muy bien, nos reímos", describe ese mundo del que ahora forma parte.
—Todo lo que pasa en la selección tiene un rebote mucho mayor, ¿te acostumbraste a eso?
—No le doy importancia a los comentarios, no me quedo enganchado. Sé quién soy. Sé que si tomás un mate con Leo, sale en todos lados, pero eso no me condiciona.
—¿Hay que aprender a relacionarse con lo que Messi genera?
—Es difícil entenderlo si no lo vivís… Yo tengo una relación bárbara con él, estamos mucho tiempo juntos. Tiene un aura especial. Cuando él está en un lugar, genera algo que otra persona no. Para mí no cambia, no me entreno diferente por él. Pero si estuviera ahora en mi casa, todos los que están acá lo mirarían, estarían pendientes. En los aeropuertos, cuando llegamos, hasta los que están con chalecos naranja en la pista se acercan a nuestro avión, dejan de ocuparse de lo que les toca. Pero eso no pasa internamente. "Che, Leo, ¿tenés yerba?": es uno más. Y es jodón, se prende en los chistes.
—¿Es difícil no darle el pase?
—Para nada. Él no te lo reclama tampoco. Con Paredes intentamos dársela con espacio. Eso sí, siempre va a ser mejor que la jugada la finalice él a que lo haga otro. Eso es claro. Y existen los contextos: él es el mejor, pero si está entre tres tipos y Lautaro está mano a mano, el pase es a Lautaro. Es una cuestión de sentido común, y te aseguro que él quiere lo mismo, prefiere recibir con ventaja. Si la que gana es la selección argentina... Pero acepto que tenerlo adelante a veces te lleva a querer darle la pelota. Es Leo.
Está dicho: desde que debutó (un 4-0 a Irak en octubre de 2018), De Paul no salió más de las convocatorias. Es, a esta altura, una referencia identificable de la nueva camada. Una que lleva consigo una distinción: a diferencia de la anterior generación, ninguno juega en los clubes top de Europa. ¿Es una deventaja? "No pienso mucho en eso. Enfrentarse a los mejores equipos y los mejores jugadores cada fin de semana te hace ser mejor, aunque vos no estés en uno grande. Como primer punto, la selección tiene jugadores en las mejores ligas del mundo, eso siempre es importante", marca su discrepancia. Y sigue: "¿Quisiéramos estar todos en el Barcelona? Seguro, pero eso no existe. Y los análisis se hacen en base a proyecciones. Ok, Lautaro no juega en Real Madrid, pero juega en Inter: ¡y tiene 23 años! El Chino Martínez Quarta juega en Fiorentina, y tiene un futuro espectacular. Y así podría ampliar la lista", argumenta.
En ese camino de consolidación (del grupo, del equipo, del cuerpo técnico), De Paul señala un mojón fundacional: el desenlace de la Copa América de Brasil, cuando un escándalo por el arbitraje tiñó la derrota contra Brasil en las semifinales y después Messi fue expulsado en el partido ante Chile por el tercer puesto. "Es pasado, no pisado. El pasado te enseña. Hay que mirar para adelante, pero no negarlo. No se puede cambiar, pero aprendés. Jugamos nuestro mejor partido, creíamos que podíamos ganar y llevarnos la Copa. Fue un golpe muy duro. Lo que le pasó a Leo con Chile fue una consecuencia del partido con Brasil. Él sacó la cara por el grupo, se había inmolado por todos nosotros cuando dijo que nos habían robado. Todo eso fue determinante para lo que vino después: nos unimos todavía más y no volvimos a perder, fue crecimiento puro.", traza la línea este futbolista fijo en el mediocampo, que se ganó la titularidad en aquel torneo luego de haber arrancado como suplente.
—¿Las Eliminatorias completan el formulario de un jugador de selección?
—No sé si hay algo más difícil que jugar las Eliminatorias en Sudamérica. Hay miles de cosas que condicionan, empezando porque no hay tiempo, llegás y enseguida jugás. Ganarle a Ecuador fue un resultado muy positivo después de haber pasado un año sin vernos. Y fueron minutos sumados juntos en esta competencia, nueva para la mayoría. Creo que se valoró más cuando en la fecha siguiente Ecuador goleó a Uruguay. Y en La Paz no es fácil: viví con dolor de cabeza las 48 horas que estuvimos, me levantaba mareado a la madrugada, tenés que ir midiéndote el oxígeno, hacer movimientos lentos para no cansarte… Y sacamos los tres puntos. A todos nos gustaría tener siempre la pelota y crear 20 situaciones de gol por tiempo, pero no es fácil: lo máximo que habíamos podido hacer en todo este tiempo fue tener algunas charlas tácticas por Zoom con el entrenador, y no es lo mismo que estar juntos y entrenarnos. Pero la selección cree en lo que hace: al fin y al cabo, es lo más importante.
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