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Rodrigo de Paul, el “demente” que escaló hasta ser el mejor de la selección argentina en el año inolvidable
Su gran rendimiento ante Brasil refrendó una temporada consagratoria, en la que brilló por encima de Messi y compañía
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“Hay lugares que tienen magia”, escribe Rodrigo de Paul, y acompaña la idea con una imagen que trasluce su sonrisa calma. El ambiente es conocido: el predio de la AFA, que se acostumbró a visitar en los últimos años. Falta un día para jugar contra Uruguay, cinco para recibir a Brasil. Cuando todo eso pase, volverá a escribir: “Qatar, allá vamos”, postea, y se deja ver con los dientes a la vista porque el último objetivo grupal del 2021 ya está sellado en el pasaporte. Soldado desde cuando la mentada transición llegó tras el derrumbe de Rusia, es ahora una figura central en este tiempo dorado: el mejor futbolista de la selección en este año especial, el del final de la racha de 28 años sin títulos. El que cerró, para no bajar el promedio, como el más destacado en la noche sanjuanina del martes, otra vez ante el rival más calificado de Sudamérica. Aquel al que puso de rodillas el 10 de julio con un rendimiento majestuoso, el mejor de su vida, en el Maracaná. Esa postal, claro, también está en el álbum digital…
Alcanza con revisar sus publicaciones en Instagram, justamente: tiene tantas fotos en el “modo selección” –como él lo denomina– como aquellas que lo muestran en su nuevo hábitat, el Atlético de Madrid, aunque el tiempo que pase en Europa sea mucho más largo que el que transita en Ezeiza. La explicación puede encontrarse en sus propias palabras, soltadas a LA NACION hace justo un año, cuando no podía imaginar lo extraordinario que tenía por delante: “Este es el mejor grupo de todos los que integré: es gente buena, humilde, divertida, con muchas ganas de trabajar. Si no fuera así, lo diría”, apuntaba entonces, cuando las eliminatorias eran embrionarias y el título en la Copa América, un sueño.
Para escalar, este volante de 27 años no se despega de sus obsesiones: el cuidado en las comidas –fruta, verdura, pan integral y frutos secos son parte de su combustible diario– y el entrenamiento individual –suele trabajar en su casa en el turno libre diario del club–. En la cancha, De Paul es el tipo de jugador que seduce a Scaloni. Presente en todas las convocatorias desde su debut –un 4-0 a Irak en octubre de 2018–, completa a la perfección el formulario de volante moderno, protagonista en defensa y ataque. El repaso de sus estadísticas en el 0-0 de San Juan dan cuenta de su rol principal que se ganó en la selección: fue el que más pelotas recuperó (14), el que más pases dio (66, también líder en pases en campo contrario con 44), el que más faltas recibió (5) y el que se implicó en más disputas de balón mano a mano con un rival (20). ¿Y a quién le dio la pelota cuando la tuvo? A Messi más que a nadie (16 pases), con lo Celso como segundo destinatario (10), señales del estilo de su juego: siempre busca ir hacia adelante. Tan determinante resultó su producción que sus compañeros lo elogiaron de todas las maneras posibles: “Estás demente vos”, le escribió Cuti Romero en redes sociales.
Hay algo menos cuantificable pero tal vez anterior a esos números llamativos: De Paul disfruta pararse en el medio de la foto. “Los líderes no necesitan gritar para que los escuchen. Se hacen con el ejemplo, poniendo la cara por el compañero. Con el tiempo, con los años, me hice líder. Me gusta ese tipo de presiones, ese tipo de responsabilidades”, desgranaba en aquella entrevista. Ese rol se advierte sobre todo en partidos decisivos, ante rivales encumbrados, como lo es Brasil: las dos veces, en la final del Maracaná y en San Juan, resultó la figura, según las calificaciones de LA NACION y el consenso general del mundo futbolero.
El salto de club muestra también las dos realidades que transita. El cartel de jugador del año en la selección todavía no se refrenda en Atlético de Madrid. Allí, en el staff de Simeone celebran la “rebeldía criolla” que exhibe y su facilidad para “hacer piña”, como llaman los españoles a quienes se integran fácilmente: ahí están sus fotos con Luis Suárez, con el que enseguida sintonizó. Pero en la cancha está todavía en un progresivo proceso de adaptación: empezó como suplente, lejos del protagonismo que traía de Udinese –llevaba la 10 y era el capitán–, aunque antes de viajar a la Argentina había sido titular en los últimos dos partidos de la Champions y la liga española.
El lado B de su manera de entregarse está vinculado a la conducta: el martes, en cada remolino alrededor de Andrés Cunha –el árbitro uruguayo– estaba él, incluso en acciones en que la pelota estaba en juego. ¿Se desenfoca por protestar? No, pero jugar al límite puede conducirlo a excesos que arbitrajes menos contemplativos no dejarán pasar en el Mundial. Allá llegará con Nicolás Otamendi (su “hermano del alma”) y Papu Gómez, con los que comparte la cábala de fotografiarse en cada arribo desde Europa, los tres con vestimentas coloridas, como turistas llegando al Caribe. Ellos sabrán qué ponerse cuando pisen Doha en un año…
Allá irá también su familia, club de fans de Rodrigo desde la hora cero: su mamá –consejera desde siempre–, sus hermanos –de los que vive pendiente a la distancia–, su mujer, Camila, y sus hijos, Francesca y Bautista, a los que últimamente deja a resguardo de la exposición pública. El varón nació apenas tres días después de la consagración en la Copa América, como si a los De Paul les estuviera faltando algo maravilloso para agregar a ese momento trascendental de sus vidas. “Un Mundial”, podría acotar el protagonista, que nunca participó en uno. En un año, ese objetivo también será tachado. Y después, el muchacho que disfruta de la autoexigencia encontrará una nueva zanahoria para perseguir.
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