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Rodrigo Aliendro, la figura de Colón que se fue a la D y se reinventó y otros casos sorprendentes de un campeón único
Sufrió en lo más bajo del fútbol doméstico y creció con esfuerzo y talento, hasta este increíble presente; pero hay otros: Burián, Goltz, Lértora y... el Pulga Rodríguez, el genio subterráneo que siempre gambeteó entre las sombras
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Leonardo Burián tiene 37 años, es arquero, lleva una vida bajo los tres palos en equipos de origen basados en el músculo, sin letras de molde y, ahora mismo, lo que más desea en el mundo es abrazar a los suyos: no disfruta del calor de su familia desde las fiestas, por los cerrojos que impone la pandemia. Es uruguayo, lleva 9 partidos con el arco invicto, es un especialista en el arte de los penales y le pone el pecho y la sonrisa frente a los embates de los dramas de la vida. Como la muerte del hermano mayor, sin ir más lejos. Es un héroe del silencio.
Paolo Goltz es un símbolo de que el transcurrir del tiempo es una trampa: es indispensable, en el campo de juego y detrás de escena, a los 36 años. A diferencia de su colega de metros más atrás, jugó en equipos que marcaron una parte de la historia, como Huracán, Lanús, Boca y América, de México. Salió campeón, fue una referencia de personalidad y solidez defensiva de otro tiempo, hasta que en tiempos recientes fue un estandarte del Lobo de Diego Maradona. Pudo volver a la cartelera estelar: lo querían un par de poderosos. Se inclinó por Colón, una apuesta subterránea. Todavía se seca las lágrimas de emoción, como si fuera un niño. Sobre todo, porque se perdió las últimas batallas por una molestia seria en la pierna derecha.
Federico Lértora nació en Mercedes, se formó en Ferro, la vieja y querida escuela de Caballito que todavía conserva el aroma a docencia que dejó el legado de Carlos Timoteo Griguol. También jugó en Godoy Cruz, Arsenal y Belgrano, se fue al descenso. Es un motor del medicampo, el cerebro de la zona media, que descree de etiquetas de grandes y chicos, de cúspides y sótanos: juega como vive. A los 30 años, siempre transpira la misma camiseta: la número 14, porque es un fanático de Diego Simeone y Javier Mascherano. Lo que siempre quiso ser...
Semanas atrás, contaba, a corazón abierto: “Me pasaron cosas antagónicas, tanto en lo deportivo como en la vida. Lo peor que te puede pasar en el fútbol, que es descender, y lo mejor, que es jugar la final de una copa internacional. Y en la vida, igual, el nacimiento de mi primera hija y la pérdida de mi viejo, que fue muy importante para mí. Por lo que estos días de cuarentena me permitieron refugiarme en mi casa, con mi mujer y mi hija, para recuperarme de esta montaña rusa de emociones y poder centrarme en lo que tengo que hacer. Ponerme bien y empezar de vuelta. Es una rueda permanente. A veces toca estar arriba, cosas muy lindas, y en otras abajo. cuando toca eso toca aprender y luchar para seguir”.
La cabeza del clásico número 5 es otra de las razones del sorprendente Colón, el campeón de la Copa de la Liga. Una formación sólida, estructurada, cambiante, que cuando puso quinta a fondo -en los comienzos del certamen, en los choques decisivos con Independiente y Racing-, fue pura espuma, sabrosa y refrescante. Un sorbo de otra realidad, detrás de las historias de siempre, de Boca, de River. Burián, Goltz y Lértora son parte de la estructura esencial, de la columna vertebral del campeón que cambió la historia. No solo porque el sabalero lo consiguió por primera vez: es una invitación para todos los demás. Algo parecido había conseguido Banfield, más allá de que los penales le cerraron la puerta de la gloria frente a Boca. El fútbol argentino es una caja de sorpresas: nunca deja de sorprender.
Aliendro, en modo Ituzaingó
La línea editorial sigue con un caso que abre el juego psicológico: desde el precipicio, solo queda mirar hacia arriba. Lo contaba Joan Manuel Serrat: Bienaventurados los que están en el fondo del pozo porque de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando. La cita es de Mario Benedetti, pero a esta altura es universal. Tal vez, algún día, lo habrá escuchado Rodrigo Aliendro -Rodri, Peti, Negro-, que pateaba la pelota en el barro y hoy, es un consagrado, con un tanto en una finalísima incluido.
Para revivir la finalísima
Jugaba en Chacarita, pasó por Ituzaingó y se fue a la D hace siete temporadas -tres goles y cinco asistencias en 32 encuentros- y como tantos guerreros del ascenso profundo, no llegaba a fin de mes. Debía trabajar de lo que sea, en los ratos libres, como cuando se subía a una bicicletas y hacía repartos. Pizzas y empanadas, sobre todo. Futbolista de día, delivery de noche. Volvió a Chacarita, hasta que Atlético Tucumán le cambió la vida. En Colón, a los 30, no se olvida de dónde viene. “Es real lo de las pizzas, eso fue ya de grande, cuando jugaba en Ituzaingó. Repartía para una pizzería común y corriente. También le he dado una mano a mi viejo en varios lados y trabajé mucho por mi cuenta pero por suerte eso ya es pasado”, contó, meses atrás. Todo sirve para creer, para no bajar los brazos. La dignidad del trabajo, la recompensa del fútbol.
La cabeza de todo el proyecto es Eduardo Domínguez, el que Burián define como el “técnico que hizo que confiáramos como nunca antes”. Pero más allá del pequeño gran Virrey, la fotografía perfecta del campeón es Pulga Rodríguez, el último sorbo de fantasía. Mezcla perfecta del Burrito Ortega y el Apache Tevez, el único que nos devuelve el espíritu del juego. Tal vez, por eso, todos querían -salvo Racing, lógicamente-, que Colón diera la vuelta. Pulga refleja a aquel hincha, de lágrima contenida, que espía detrás del alambrado. “Muchos años uno viene jugando, desde muy chico buscando esta posibilidad, salí campeón en la B Nacional, en el Federal A, con Atlético Tucumán, con Racing de Córdoba, pero nunca se me había dado esto. Muchos pueden decir ´tienen premios para salir campeón´, pero no hay plata para esto: la gloria no se compra, no hay plata que compre esta felicidad”.
Colón es, ahora mismo, la última gambeta.
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