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River vendió que le interesaba más la Copa Libertadores e hizo el gran negocio porque Boca compró el buzón
Con mayoría de suplentes se llevó el superclásico con un gol de Lanzini; para el equipo de Gallardo fue el mejor estímulo de cara al desquite con Colo Colo; fuerte malestar entre los hinchas locales
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River podrá tener puesta la cabeza en la Copa Libertadores, pero no hay manera de restarle mente y quitarle piernas a un superclásico. Termina siendo absorbente, irresistiblemente desafiante. Lo es desde la noche de los tiempos y también ahora, cuando un resultado se dirime en el séptimo y último minuto adicionado en la pantalla del VAR. Con una carga ambiental, la que bajaba de las tribunas de la Bombonera y de los protagonistas dentro de la cancha, que hacía de Nicolás Ramírez, un mero árbitro, un juez de la Corte Suprema en su determinación de si Milton Giménez había tocado la pelota con un brazo en la jugada que terminaba con el empate de Boca.
La tecnología terminó de condenar a un Boca que ya era culpable de un bajo rendimiento general, muy levemente disimulado en el segundo tiempo, con algo de empuje y aislados chispazos del ingresado “Changuito” Zeballos. Insuficiente para contener la disconformidad de sus hinchas y para que Diego Martínez, que sufrió la primera caída de su gestión en la Bombonera, posponga una fecha de vencimiento que se anuncia más temprano que tarde. En la conferencia de prensa dijo que se sentía con fuerzas para seguir, pero también dio a entender que Riquelme puede pensar distinto.
El River con mayoría de suplentes se reveló como una fuerza compacta y convincente. Hizo un muy buen primer tiempo, como si Gallardo llevara mucho tiempo aceitando un planteo y unos nombres que fueron más producto de la revancha del martes ante Colo Colo que de una estrategia de largo plazo. Paradójicamente, cuando en el segundo tiempo fueron ingresando titulares, uno de ellos, Miguel Borja, desaprovechó tres situaciones de gol que a River le hubieran ahorrado el nudo en la garganta final por la acción de Giménez y la intervención del VAR.
Con un sistema de tres zagueros y dos laterales carrileros que Gallardo utilizó por primera vez en su segundo ciclo, River se sintió más cómodo y ocupó mejor los espacios que Boca, aferrado a su esquema habitual, con el regreso de los caciques: Rojo, Cavani y Advíncula. Gallardo repitió el planteo de visitante de la final de la Copa Libertadores 2018.
El primero en marcar territorio fue el árbitro debutante en un superclásico, Ramírez, que a los 10 segundos amonestó a Gattoni por un topetazo con manotazo a Cavani. El mensaje fue que no iba a tolerar excesos sin la correspondiente sanción. Se impuso una vara alta, que después no mantuvo. Progresivamente Ramírez fue modificando su criterio, se mostró más permisivo con duras entradas de Advíncula, Fonseca y Rojo.
El tiro libre en forma de centro de Zenón no llegó a conectarlo Rojo en la boca del arco. Iban menos de dos minutos, pero esa llegada no fue el anuncio de nada. Boca no volvió a generar una situación en el resto del primer tiempo. De a poco, River se fue haciendo con el gobierno del desarrollo. La idea de tener adelantados a Bustos y Enzo Díaz cumplió con la misión de evitar las proyecciones de Advíncula y Blanco, quienes se vieron relegados a tareas defensivas porque River tenía la iniciativa, conseguía parar la última línea unos cuantos metros por delante de Armani.
River era más armonioso, la pelota le corría sin las imprecisiones ni el nerviosismo de Boca, que lo único que conseguía era malhumorar a sus hinchas, incansables en el aliento y sin recibir ninguna devolución, ni futbolística ni temperamental, de su equipo.
Lanzini cerró su larga travesía en el desierto desde su regreso a River en el terreno que mejor diploma la reivindicación: la Bombonera. El volante ofensivo no había convertido goles ni dado asistencias desde que volvió de la Premier League. Bajos rendimientos y lesiones venían componiendo su tortuoso trayecto. Para complementar el buen trabajo de toque, pausa y distribución de su primer cuarto de hora puso el 1-0, tras una acción que había comenzado tras ganarle una pelota dividida al desconcertado Miramón. Lanzini habilitó a Colidio y por seguir la jugada tuvo premio al tomar el despeje de Romero al remate del delantero. Su último gol en River había sido en la Bombonera, hace más de una década, antes de seguir su carrera en el exterior.
El gol afianzó a River y agudizó las flaquezas de Boca. Pol Fernández no agarraba la batuta, Medina estaba desorientado, Zenón siguió en la intrascendencia que lo atrapó tras el impacto que su aparición, los delanteros estaban desconectados… River funcionaba más como equipo, con sus líneas bien equilibradas, desde el desgaste de los delanteros Colidio y Bareiro para los desmarques y presionar la salida rival. Romero evitó el segundo gol al tapar una definición de Colidio, en un ataque que había nacido de un saque de arco largo de Armani… Toda una pauta del desbarajuste que era Boca.
Martínez tenía que hacer algo, urgente. Entró “Changuito” Zeballos. Ya no se sabía si la Bombonera empujaba al equipo o si en realidad le trasladaba una ansiedad que procesaba de la peor manera. Del otro lado, Gallardo respondió con Pezzella por el amonestado Gattoni. Con los ingresos de otros dos titulares (Nacho Fernández y Borja), River tuvo unos minutos de dispersión.
El superclásico se tragaba a los referentes de Boca. Afuera Cavani, que evidentemente no estaba en las mejores condiciones físicas, acusó los más de 30 días de inactividad; no dejó ni un remate al arco. Afuera Rojo, a quien el hincha ya no ve como un líder positivo. Y afuera Pol Fernández, silbado. River armó una muralla por la izquierda con Paulo Díaz, Enzo Díaz y la entrada de Acuña. Mastantuono, con su atrevimiento, hurgó en los desacoples defensivos.
El triunfo de River pudo ser más tranquilo, si es que esta sensación tiene cabida en un superclásico. A Boca le quedó un problemón, de conducción desde el banco y de rendimiento adentro. Segundo clásico consecutivo perdido, luego del de hace una semana ante Racing. Y con el mismo diagnóstico: falta de grandeza.
“Vale y mucho”, dijo Gallardo sobre el significado de la victoria. Si River quiso vender que le interesaba más la Copa Libertadores, Boca compró ese buzón. Basta ver cómo jugó el equipo de Gallardo, independientemente de los nombres. Y cómo lo festejo, no menos que si el martes se clasifica a las semifinales de la Copa Libertadores.
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