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River sí sabe jugar las finales
Las finales no se juegan, se ganan. Eso dice el refrán. Mentira. Para ganar una final, hay que saber jugarla. Tener un plan, ejecutarlo bien, ajustar a tiempo si el rival te lo exige, mostrar carácter en la adversidad, saber competir, y, por supuesto, contar con la suerte de tu lado en el componente aleatorio que incluye este juego. River llenó este formulario y es merecido campeón de la Copa Libertadores 2018. Debieron pasar quince días de hipocresía, cinismo y contradicciones para ver imágenes de deportividad. La final debió mudarse a Madrid para que llegara el consenso elemental de que el fútbol es un deporte donde uno gana y el otro pierde. Una competición donde se deja la piel hasta el último segundo, pero después debe aceptarse la derrota como un episodio posible. Abrazado por sus colegas en el Bernabéu post 3-1, Pablo Pérez tuvo el trato respetuoso que le habían negado en el Monumental el sábado 24 de noviembre. La segunda final volvió a reivindicar al juego.
El comienzo expuso todo el contexto que rodeó y condicionó a los dos equipos, nerviosos e imprecisos. Luego Boca impuso su manual: punto de partida retrasado, concesión de la pelota, cobertura de espacios en repliegue y negación de contraataques rivales sin pases arriesgados. Lo neutralizó sin ser superior. Le cortó los circuitos de juego con un desgaste que luego le pasaría factura. River le facilitó la tarea con su propia impaciencia. Jugaba demasiado pronto ese pase hacia adelante para romper la línea de presión. Siempre había un adversario listo para interrumpirlo.
En el medio, no tenía futbolistas en diferentes alturas. Enzo Pérez, Ponzio y Palacios jugaban en el mismo plano y ofrecían el mismo pase. Nacho Fernandez y Pity Martínez aparecían estacionados y pegados a la raya, fáciles de controlar para Olaza y Buffarini.
El plan de Guillermo se cumplió en esa primera mitad. Tuvo las mejores chances y festejó el golazo de Benedetto. Pipa pudo correr al espacio, lanzado por el fantástico pase de Nández. Hubo escenas de riquelmismo explícito en esa habilitación del uruguayo para el goleador. Controlaba juego y resultado. Bloqueo del rival y el gol fácil, como en todos los mano a mano de esta Copa. Al equipo de Gallardo-Biscay-Buján no le alcanzaba con la ambición. La posición de Nacho Fernandez marcó el primer ajuste. Salió de la banda y empezó a moverse entre Perez y Magallán. Olaza dudaba de cerrarse con él. El resto lo miraba. Así armó la jugada del penal de Andrada a Pratto, que Cunha insólitamente interpretó como foul en ataque.
Con Quintero por Ponzio, el equipo estuvo mejor armado para pasarse la pelota con sentido. Enzo Pérez de mediocampista central, Fernandez y Palacios en triángulo ofreciendo pases diferentes. El colombiano sobre la derecha para tener la cancha de frente con su perfil invertido. Martínez sobre la izquierda para el uno contra uno ante Buffarini. Pratto de nueve. A Boca ya no le servía su plan inicial. Su nivel de ejecución había bajado. De tanto correr detrás de la pelota, sus mediocampistas estaban extenuados. No había alternativas en el banco. Guillermo armó un equipo para bloquear, pero no incluyó variantes para reforzarlo en caso de agotamiento. No figuraban ni la dinámica de Almendra ni la gambeta de Cardona. Solo el pase de Gago con la superposición de Zarate y Tevez, jugadores del mismo molde.
Esta disociación entre titulares y suplentes quedaría expuesta en el tramo final. Jara debió entrar como mediocampista para acompañar a Gago en el eje. River ya imponía las condiciones. El partido cambió en el minuto 67. Pavón galopó con pelota y espacio. Enganchó y juntó gente. Casco se cerró con Abila, ya en la cancha por Benedetto. Villa estaba solo por el lado opuesto para quedar mano a mano con Armani. El 7 reclamó derechos de autor y pateó, lejos del arco. En la jugada siguiente, Quintero, Nacho y Palacios mezclaron por la izquierda. Cuando se construye una pared, se destruye una defensa. La armaron Palacios y Fernández, de nuevo invisible para el rival. Centro atrás y pase a la red de Pratto. 1-1. River ya no sólo era ambición. Había modificado su plan inicial, reaccionado ante la adversidad y estaba convencido de la manera para ganarlo.
A Boca solo le quedaba resistir, sin alternativas al plan del primer tiempo y con jugadores liquidados. Abila, Buffarini, Perez, Villa y el extraordinario Nández estaban a punto de romperse. La injusta expulsión de Barrios en el arranque del suplementario profundizó el problema. Se quedó con 10 y la mitad se arrastraba por problemas físicos. Andrada demoraba el juego cada vez que podía. La apuesta era llegar a los penales.
River quería ganarlo en los 120. El chico Álvarez reemplazó a Palacios. Pérez ya no necesitaba ayuda en el medio ante un Boca que había renunciado a atacar. Debía aprovechar la supremacía numérica en los metros de la verdad. Tener un pase más. Con una buena cadena de pases, puso a Pity mano a mano con Buffarini. Andrada rechazó el centro hacia el medio. Bien ubicado, como en todo el partido, Enzo Pérez tocó de primera para Quintero. Hace dos meses, no podía completar un partido. Ayer jugó los 120 minutos. Acertó 95 pases y erró solamente 7. Una locura. De cinco solo, la rompió en ‘modo Quito’ la noche de los tres goles de Messi, ayer presente en un palco del Bernabéu. Quintero para Álvarez. El pibe también de primera para Mayada, lateral por Montiel. Centro atrás, fuera del área. El rápido y preciso movimiento de la pelota imantó a Jara, que llegó tarde para bloquear al colombiano. Tras un par de pifias, volvió a intentar el remate de media distancia. Golazo. JFQ es un futbolista valiente, que siempre intenta imponer su estilo a pesar de los obstáculos de los rivales y las sospechas de los propios.
Los últimos diez minutos fueron una oda al fútbol. Boca echó el resto y apostó a la épica. Con Tevez y sin Gago, que se lastimó solo otra vez para confirmar que este deporte puede ser muy cruel. Izquierdoz de 9. Andrada a cabecear los centros. Pudo haber empatado Jara con ese derechazo que devolvió el caño. Clank. Si algo faltaba, llegó con el novelesco gol de Pity Martínez, el jugador más influyente que River ha disfrutado ante Boca en los últimos 30 años (perdón Burrito Ortega). Todos estuvieron a la altura del acontecimiento a la hora de la premiación. Sorprendió lo que debería ser normal. Todavía falta para que los subcampeones no se descuelguen la medalla como si les diera vergüenza perder. Nadie podrá reprocharle a Boca falta de voluntad. Pero el alma y el corazón no alcanzan. Marcelo Gallardo y su equipo de trabajo lo hicieron de nuevo. Siguen reescribiendo la historia del club. Este River campeón 2018 llenó el formulario e invirtió el concepto para desmentir de nuevo al refrán: para ganar las finales, hay que saber jugarlas. Salud!
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